FÚTBOL: VUELTA DE LOS CUARTOS DE FINAL DE LA COPA

El Alavés se encuentra con la historia

Los vitorianos resisten sin agobios en Riazor y alcanzan las semifinales de Copa

El Alavés, uno de los gallitos de esta temporada en División de plata, no faltó a su cita con la historia. Confiados en su triunfo en su campo Mendizorroza hace una semana, los vitorianos acudieron a A Coruña a derramar sudor y levantar barricadas contra un equipo al que le bastarían las fichas de un par de futbolistas para comprar el Alavés entero.El Deportivo, obligado a atacar sin tregua, a asumir la batuta del juego que tan incómoda le resulta, fue un alfeñique inofensivo, un conjunto que dio la impresión de poder demorarse dos semanas antes de marcar un gol. Con su modestia por bander...

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El Alavés, uno de los gallitos de esta temporada en División de plata, no faltó a su cita con la historia. Confiados en su triunfo en su campo Mendizorroza hace una semana, los vitorianos acudieron a A Coruña a derramar sudor y levantar barricadas contra un equipo al que le bastarían las fichas de un par de futbolistas para comprar el Alavés entero.El Deportivo, obligado a atacar sin tregua, a asumir la batuta del juego que tan incómoda le resulta, fue un alfeñique inofensivo, un conjunto que dio la impresión de poder demorarse dos semanas antes de marcar un gol. Con su modestia por bandera, el Alavés ni siquiera se sintió asfixiado. Hacía muchos años que un equipo de Segunda División no alcanzaba las semifinales de Copa del Rey. Y medio lustro desde que el Alavés, un club de pasado glorioso, no veía su nombre inscrito entre lo más opulento del fútbol español.

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El Deportivo es un equipo tuerto, cojo y manco: sólo ve, sólo es capaz de andar, sólo puede asirse por un lado, el izquierdo. Esa parte del cuerpo deportivista resulta en verdad excelente: el virtuosismo de Fran se apareja con el estado de gracia del francés Bonnissel, y por ahí al conjunto deportivista le sobran argumentos para rasgar cualquier costura. Pero en el lado contrario sólo existe un páramo, sobre todo en días como el de ayer, en los que el acompañante de Armando es Ramis, un futbolista escaso de velocidad y de despliegue atacante.

Venía el Deportivo de ganar al Barcelona y de poner en aprietos al Real Madrid, pero esas fueron historias muy distintas a la de anoche. Contra rivales generosos, que ceden espacios para el contragolpe, el Deportivo aún es capaz de brillar. Frente a murallas defensivas, resulta una nulidad completa.

El conjunto vitoriano constató esta triste realidad de un equipo que no sabe atacar. Cuando el adversario se lanza a las trincheras, el Deportivo intenta explotar la banda izquierda y suspira por algún juego malabar del brasileño Djalminha o Fran. Y si nada de eso acude en auxilio del equipo, éste se refugia en el recurso cavernícola del ollazo.

Visto así, tampoco ha de resultar extraño que el Alavés viviese casi toda la noche con mucha más placidez de la que probablemente esperaba. Mané, el entrenador, y sus abnegados pupilos sabían de memoria cuál era su papel: ceder la pelota; enfriar el partido; tirar la defensa hacia delante siempre que fuera posible a fin de no verse atosigados en el área; presionar por todo el campo, y correr, correr y seguir corriendo. Tan simple como eficaz. Alcanzado el descanso, con el marcador inamovible, las protestas del público subiendo de tono y los contragolpes visitantes creciendo en peligrosidad, el Alavés había amarrado ya tres cuartos de eliminatoria.

Como cabía esperar, el Alavés exacerbó en la reanudación su voluntad defensiva. Corral trató de insuflar rapidez al Deportivo con el ingreso de Scaloni y David. El doble cambio tuvo al menos la virtud de quitar de enmedio al Manteca Martínez, un espectro de pelo rizo del que, por lo visto hasta ahora, hace dudar incluso si algún día fue futbolista. Con Fran y Djalminha enredados en la confusión general, ya sólo se podía esperar algún arrebato pasional de Abreu, un jugador que oscila entre lo sublime y lo grotesco. Anoche estuvo más cerca de lo segundo y por encima se fue cojo cuando aún faltaban 22 minutos.

El Alavés ya sólo pensaba en el mejor modo de interrumpir el juego. Y acabó jaleado por el caballeroso público local, que se rindió ante un grupo de futbolistas humildes y laboriosos, que ha escrito una de las mayores gestas recientes de un torneo siempre propenso a la épica.

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