Tribuna:

México

Una amiga mexicana me envía un E-mail desde allí: "Al menos", dice, "por primera vez el Gobierno tiene que dar explicaciones a la comunidad internacional, cualquiera que sea lo que esto último quiera decir". Casi simultáneamente al momento en que mi amiga me envía su mensaje electrónico, cae Guadalupe en Chiapas, bajo las balas de los soldados, y por televisión vemos las imágenes de la brutal réplica armada con que esos hombres, que por extracción social deberían sentirse solidarios con los campesinos, responden a manifestantes armados sólo con mucha dignidad algunas piedras. Nos llegan alguna...

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Una amiga mexicana me envía un E-mail desde allí: "Al menos", dice, "por primera vez el Gobierno tiene que dar explicaciones a la comunidad internacional, cualquiera que sea lo que esto último quiera decir". Casi simultáneamente al momento en que mi amiga me envía su mensaje electrónico, cae Guadalupe en Chiapas, bajo las balas de los soldados, y por televisión vemos las imágenes de la brutal réplica armada con que esos hombres, que por extracción social deberían sentirse solidarios con los campesinos, responden a manifestantes armados sólo con mucha dignidad algunas piedras. Nos llegan algunas imágenes, no las del asesinato, pero sí las previas y posteriores, captadas por uno de tantos siervos del poder como moran en las televisiones de México, más que en otras partes. Pese a los cortes, son demoledoras, y el siervo, en un intento de negar lo evidente, informa en off de que los militares dispararon al aire. En España, sólo en el telediario de Lorenzo Milá, que yo sepa, se denuncia el intento de camuflaje. Pero ni siquiera hace falta ver, que lo vemos, cómo los soldados disparan sosteniendo sus armas a la altura ideal para darle en el abdomen a una campesina chaparrita. Basta con contemplar el cuerpo de Guadalupe, recogido por sus compañeros: es el cuerpo de alguien contra quien empezaron a disparar hace mucho tiempo, el cuerpo de un pueblo fusilado por la expoliación, el hambre, la injusticia, la brutalidad, el desprecio.La comunidad internacional, amiga mexicana, debería ser aquella que indaga lo que ocurre y grita basta, sin hacer caso de las muchas voces que han tratado de contar la realidad a su manera. Aquélla capaz de escandalizarse ante el pisoteo de los débiles y de pedir cuentas incluso a los gobernantes democráticos encargados de que nada fundamental cambie en la distribución de riqueza y miseria en América Latina.

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