Tribuna:DIÁLOGO CON CHRIS PATTEN

China, hacia la libertad

El último gobernador británico de Hong Kong, Chris Patten, algo mas de 50 años, perfil de senador romano, conservador que aspira a que un día el partido requiera sus más augustos servicios, ha pasado como una sosegada exhalación por Madrid. Poco más de 24 horas, la asistencia a un coloquio internacional, una conferencia de media hora para un público de comensales económicamente ilustres, y varios millones de caché.No cree que China esté abocada a una rápida democratización "de tipo multipartidista", pero sí que Hong Kong, con un sistema relativamente liberal y democrático, que éI dejó e...

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El último gobernador británico de Hong Kong, Chris Patten, algo mas de 50 años, perfil de senador romano, conservador que aspira a que un día el partido requiera sus más augustos servicios, ha pasado como una sosegada exhalación por Madrid. Poco más de 24 horas, la asistencia a un coloquio internacional, una conferencia de media hora para un público de comensales económicamente ilustres, y varios millones de caché.No cree que China esté abocada a una rápida democratización "de tipo multipartidista", pero sí que Hong Kong, con un sistema relativamente liberal y democrático, que éI dejó ensamblado y que ya le ha retocado para peor Pekín, "está en el centro mismo de la evolución del país" y que "la apertura económica forzará una apertura política, lo que llevará a una mayor libertad". El sistema bancario, la política de privatizaciones "exigirán de China un cambio político".

Pero Hong Kong no tiene nada que ver con Gibraltar, puesto que en Cádiz las cesiones se hacen a perpetuidad y la ciudad del río de las Perlas estaba de alquiler en el imperio británico. Dice sólo lo que quiere decir: "Deseo que Gran Bretaña y España reanuden las negociaciones para resolver el problema de la Roca, con el debido respeto a los habitantes de la misma". Con membrete oficial.

A su regreso a Gran Bretaña anunció que durante un año permanecería alejado de la política, no piensa escribir sus memorias, pero sí un libro sobre Asia y sus felinos emergentes, y hacia primavera espera meterse en tres o cuatro documentales sobre ese prudente exilio en la ex colonia, que le ha librado de cualquier responsabilidad en la derrota tory.

Con la menor convicción y la mayor seriedad posibles, Patten asegura que el líder tory William Hague "será un gran éxito", que su vida no pasa hoy por esperar su oportunidad para sucederle, y, con toda la precisión de la ironía, que el tópico en estos casos exige, recalca que "no busca activamente esa posición, ni está excluyendo nada". Más claro: la gallina.

Pero la espera no tiene por qué ser larga. Nadie puede garantizar que en las próximas elecciones británicas, las del año 2000, "vaya a ganar Tony Blair y su Nuevo Laborismo", porque para vencer "ha tenido que adoptar el programa tory", porque "no hay una mayoría laborista en el Reino Unido", porque "los partidos de centro-izquierda no tienen nada que ofrecer en Europa", y, sobre todo, porque su victoria se debió a que "los conservadores llevaban 18 años en el poder", y es "un tributo a Margaret Thatcher y John Major -los dos anteriores primeros ministros tories- que tuviera que hacerse pasar por ellos".

Aunque Patten se declara "en la izquierda de su partido", ello parece afectar sobre todo a cuestiones sociales de indeterminada naturaleza y a las libertades públicas, lo que es a su vez compatible con el monetarismo más académico. Por ello, quizá, la señora Thatcher ha sido "intelectualmente invencible".

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Y con el gran asunto europeo por delante, el último gobernador de un imperio en el que el sol sólo se resiste a ponerse en Gibraltar, busca con dicción exquisita la mediana entre todos los tories: "Durante bastante tiempo, el Reino Unido, quienquiera que esté en el poder, tendrá graves diferencias con la Unión Europea; porque no vemos en ella suficiente democracia, porque le falta apertura y verdad a los mercados, y porque Europa debería aprender a poner algo de músculo en tanta retórica".

Patten es una avis relativamente rara en la política británica: un católico que, aunque no cree que "haya ningún problema para que un católico sea primer ministro del Reino Unido", no deja de precisar, porque las armas de los cabos sueltos las carga el diablo, que él "no se considera un político católico, sino un cristiano que es político", y que las creencias no son materia prima de la política "excepto en el país de los ayatolás". Un hombre a la espera, que mide sus pasos y cree que conoce las suficientes respuestas del futuro para ser el personaje adecuado, en el momento adecuado, en el lugar adecuado.

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