Tribuna:

Honores

Era un escritor muy raro que prefería no tener cataratas a que le dieran el Premio Cervantes. Estaba dispuesto a cambiar este último honor por un poco de salud. Normalmente, en la vida de un creador llega el día en que los galardones comienzan a juntarse con los achaques: ciertas medallas engendran determinadas dolencias, y, al revés, algunas enfermedades llevan consigo los correspondientes laureles. La primera inflamación de próstata suele coincidir con el Premio Nacional; las piedras en la vesícula anuncian la candidatura de ingreso a la Academia; a la declaración de hijo predilecto sigue un...

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Era un escritor muy raro que prefería no tener cataratas a que le dieran el Premio Cervantes. Estaba dispuesto a cambiar este último honor por un poco de salud. Normalmente, en la vida de un creador llega el día en que los galardones comienzan a juntarse con los achaques: ciertas medallas engendran determinadas dolencias, y, al revés, algunas enfermedades llevan consigo los correspondientes laureles. La primera inflamación de próstata suele coincidir con el Premio Nacional; las piedras en la vesícula anuncian la candidatura de ingreso a la Academia; a la declaración de hijo predilecto sigue una intervención de un pólipo de colon. Mientras se recupera del segundo infarto puede que el nombre del literato suene para el Nobel, y, finalmente, si se lo dan, el galardonado acudirá a recoger el premio a Estocolmo llevando consigo los propios restos mortales. Sustituir la gloria por unos buenos riñones, ésta es la cuestión. Hasta los 50 años este escritor gozó de un perfecto estado de salud gracias a que no había recibido un solo reconocimiento oficial. Consideraba que el éxito era una contaminación. Se limitaba a escribir lo mejor posible para poder mirarse en el espejo sin avergonzarse mucho, y eso le mantuvo como un atleta. Se sentía ágil de mente, tenía los ojos brillantes, sacaba todavía una bola magnífica de cada bíceps y además podía expresar sentimientos puros. De pronto, una mañana supo que le habían propuesto para el Premio Nacional y a la semana siguiente comenzó a sentir molestias en la próstata. De esta forma entró en un largo calvario en el -que a cada honor le siguió un descalabro físico. A los 75 años el escritor había conseguido todos los premios, pero también estaba completamente desguazado. Sólo al final de su vida se enfrentó a su suerte: pactó con el destino su renuncia al Cervantes a cambio de no tener cataratas. El destino no lo aceptó, ya que, al parecer, el escritor estaba destinado a la gloria, a convertirse en un montón de medallas que con la edad se confundieron con sus propias ruinas.

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