Tribuna:

Alabado sea

Estuve en un país del trópico donde había una variedad de escarabajo cuya característica es que nacía muerto. Aparte de eso, presentaba unos colores muy vivos que se yuxtaponían a lo largo y ancho de un cuerpo armoniosamente irregular que en ocasiones evocaba una paleta de pintor. Era tal el vigor pasivo de aquel bicho, que uno no podía creer que su estado natural fuera el de difunto. Me llevé unos ejemplares al hotel y jugué con ellos durante horas con la esperanza de verles mover las patas o situar en posición de alerta las antenas. Todo inútil. Por la noche los abandoné sobre la mesilla de ...

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Estuve en un país del trópico donde había una variedad de escarabajo cuya característica es que nacía muerto. Aparte de eso, presentaba unos colores muy vivos que se yuxtaponían a lo largo y ancho de un cuerpo armoniosamente irregular que en ocasiones evocaba una paleta de pintor. Era tal el vigor pasivo de aquel bicho, que uno no podía creer que su estado natural fuera el de difunto. Me llevé unos ejemplares al hotel y jugué con ellos durante horas con la esperanza de verles mover las patas o situar en posición de alerta las antenas. Todo inútil. Por la noche los abandoné sobre la mesilla de noche,. por cuya superficie rodaron al caer como un puñado de bisutería, y marqué sus posiciones con un lápiz para comprobar al día siguiente si se habían desplazado. Nada. Era descorazonador. A uno de ellos lo atravesé con una aguja y lo puse en la pared. Cualquiera habría dicho que se trataba de un escarabajo disecado, y sin embargo estaba vivo, aunque con esa extraña manera de vivir que tienen los cadáveres.Los naturales del lugar se reían de mi empeño en que el animal se moviera por la palma de la mano, y. al final, por vergüenza, tuve que desistir, pero me traje una pareja a Madrid. El macho se distingue de la hembra por una mancha con forma de calavera situada en el abdomen, junto a la cloaca, cuyo agujero hace de boca. Una vez en casa, los coloqué dentro de una tortuguera con las paredes de cristal, ocupándome de que no les faltaran hojas de lechuga y trozos de tomate que se pudrían sin que llegaran a probarlos. De vez en cuando, enchufaba cerca de ellos el humidificador para evitar que sus élitros perdieran el brillo o se agrietaran. Pasado el tiempo, tuvieron crías, todas muertas, como es de suponer.

Así las cosas, cierto día vino un amigo del trópico y le mostré con desaliento mi colección de escarabajos.

-Lo sorprendente -dijo- no es que ellos vivan extintos, puesto que ésa es su naturaleza, sino tu empeño en que modifiquen sus hábitos. Ya eres mayor, acepta las cosas como son y en todo caso dedícate a cambiarte a ti mismo.

Quizá llevaba razón mi amigo tropical. Ya somos mayores y va siendo hora en consecuencia de que aceptemos las cosas como son. Tengo, por ejemplo, delante de mí un corcho en el que diseco, más que clavo, las noticias del peródico que no entiendo o que no se mueven, pese a aparentar una vitalidad increíble. Fíjense en ésta: El Parque de Atracciones compra el Zoológico. No sé ustedes, pero yo llevo un mes rumiándola, y tiene un sabor raro, como si nos hubieran dicho que el Vaticano se ha hecho con una cadena de sex-shops. Algo no encaja. Personalmente, creo que la coartada para el mantenimiento de los parques zoológicos es la investigación científica y la reflexión existencial. Su efecto secundario indeseable es el espectáculo que las familias del género humano dan a los hastiados animales los fines de semana. En todo caso, forma parte de las obligaciones de la sociedad educar a los grupos de bípedos en el respeto a los cuadrúpedos, aunque sean de dos patas, como las avestruces. De ahí la inconveniencia de que de los mismos que gestionan la montaña rusa dependan ahora los gorilas, de mirada tan triste.

En otras palabras, no se puede ir al Zoológico con el mismo espíritu con el que se va al Parque de Atracciones, como no se puede recluir a las prostitutas de la Casa de Campo en el foso de los primates. Hay diferencias, ¿no? Pues no, no hay diferencias. De ahí que la transacción comercial se haya llevado a cabo con el beneplácito de las autoridades municipales, propietarias del suelo público en cuestión, señor conde.

¿Vale la pena que continuemos rebelándonos contra toda esta ausencia de sindéresis, con lo agotador que resulta? Es lo que pensaba modestamente el otro día viendo las inauguraciones sucesivas de la plaza de Oriente y sus alrededores, llevadas a cabo por insectos de abdómenes vistosos y pechos metalizados. Todo parecía enormemente antiguo, viejo, caduco, polvoriento, y sin embargo se movía, qué le vamos a hacer. Ya es hora de que nos hagamos mayores, me dije, o de que nos hagamos los muertos, como mis bichos tropicales, al menos hasta que pase la tormenta, que va para largo. Laus Deo.

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