Tribuna

"Seny" y "tarannà"

Algunos iletrados creen que tarannà es la palabra catalana que designa el tutú, o procelosa falda de bailarinas y travestidos del Paralelo que hicieron y hacen de nuestras noches barcelonesas un oasis en medio del seco desierto mesetario constitucional, incluido Pujol. Pero no. Cuando el reciente y sin embargo encantador alcalde Joan Clos convocó anteayer a los barceloneses a echarse a la calle para arropar a la infanta Cristina y don Iñaki en sus inmediatas nupcias, añadiendo el hombre -que nos conoce- que lo hiciéramos de acuerdo con nuestro tarannà, quería significar que no no...

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Algunos iletrados creen que tarannà es la palabra catalana que designa el tutú, o procelosa falda de bailarinas y travestidos del Paralelo que hicieron y hacen de nuestras noches barcelonesas un oasis en medio del seco desierto mesetario constitucional, incluido Pujol. Pero no. Cuando el reciente y sin embargo encantador alcalde Joan Clos convocó anteayer a los barceloneses a echarse a la calle para arropar a la infanta Cristina y don Iñaki en sus inmediatas nupcias, añadiendo el hombre -que nos conoce- que lo hiciéramos de acuerdo con nuestro tarannà, quería significar que no nos forzáramos un pelo sino que mostráramos, con toda naturalidad, nuestra catalana idiosincrasia, pues tarannà viene a representar carácter, pero además especial y, quizá, un poco locuelo.Dentro del seny, que es el concepto que primero aprende alguien que no nos conoce, pensando que significa puro y duro sentido común, cuando también implica socarronería, ironía y sentido de la supervivencia, los barceloneses hemos obedecido a Clos todos a la una y, en un alarde de locura digno de figurar en los planes de desmadre de la Bella Dorita, hemos pedido unas cuantas cintas de colores más -amarillas y rojas por la senyera y, ai las!, también por la bandera de España; blancas y azules por el Mediterráneo-, para aumentar, poquito a poco y sin que se creen aglomeraciones, los sobrios adornos del paseo de Gràcia, que no más.

Ninguna calle será cortada hasta las horas de la ceremonia y sus recatadas pompas, los desfiles; y nadie ha salido a las calles vestido de hereu o de pubilla, ni siquiera de caganer, para hacer cola con el fin y efecto de asegurarse buenas plazas para contemplar el evento, como otras vistiéronse de rocieras, y hasta de manolas con peineta de tres pisos en caída libre. Los catalanes, y creo que eso es lo que gusta a los contrayentes, se comportarán con la naturalidad de quienes aprecian a sus conciudadanos que se casan, respetando, al propio tiempo, su intimidad.

Una cosa me desasosiega, sin embargo. Y es que el banquete de Pedralbes lo servirán 350 mozos -puro macho, al menos según el DNI, que el ADN no pensamos usarlo-, sin ninguna mujer o doncella entre ellos, salvo las tres que traerá la propia Reina.

Y una de dos: o es que las mujeres ya no estamos para servir y nos hemos distribuido, como quería Ann Bottle, en los puestos de mando, o es que, según piensan los de protocolo, no servimos ni para ello.

A todo esto, la ciudad se medio llena de alusiones a la boda del trimestre. Un grupo teatral, De Revés -al parecer, promocionado por la distribuidora de La boda de mi mejor amigo, con Julia Roberts-, va a pasearse por Barcelona en plan séquito nupcial.

Una mima habitual de La Rambla cosecha, vestida de novia (blanco yeso hasta el cutis), más éxito del que ha conseguido nunca, y mi amiga Maria Antonia, la dueña de Populart, a dos pasos del Museo Picasso, recrea en el escaparate, en papel maché, un televisor con los rostros de los contrayentes y, delante, un sofá con una pareja haciendo el amor a lo bestia.

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O sea que todo marcha bastante bien. El único peligro es que de aquí al sábado les dé un ataque a los del tarannà, olviden todo seny y encarguen media docena más de cintas.

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