Estafados con todas las de la ley

La justicia confirma el desahucio de un matrimonio de Getafe que perdió su piso pese a pagarlo

La sonrisa se le desdibujó ayer, tal vez para mucho tiempo, al bueno de José Brenes. A sus 57 años, este humilde conserje de la Concejalía de Asuntos Sociales de Getafe se ve en la tesitura ("humillante", musita) de vivir de prestado. Un día tuvo su pisito, 64 metros cuadrados prietos y sudados gota a gota durante media vida. Hace ahora un año, ese patrimonio mínimo quedó reducido a la nada cuando un subastero judicial se quedó con la casa por sólo 295.000 pesetas. Puede que Brenes nunca vuelva a franquear aquella que fue su casa: el titular del Juzgado de Instrucción número 1 de...

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La sonrisa se le desdibujó ayer, tal vez para mucho tiempo, al bueno de José Brenes. A sus 57 años, este humilde conserje de la Concejalía de Asuntos Sociales de Getafe se ve en la tesitura ("humillante", musita) de vivir de prestado. Un día tuvo su pisito, 64 metros cuadrados prietos y sudados gota a gota durante media vida. Hace ahora un año, ese patrimonio mínimo quedó reducido a la nada cuando un subastero judicial se quedó con la casa por sólo 295.000 pesetas. Puede que Brenes nunca vuelva a franquear aquella que fue su casa: el titular del Juzgado de Instrucción número 1 de Barcelona acaba de dictaminar que aquel desahució fue completamente legal.El único pecado de José Brees ha sido el de la inocencia. Acaso el de la candidez. Su señora, Eduarda Martínez, de 55 años, y él pagaron hasta la última peseta de aquel séptimo piso en el corazón de La Alhóndiga, el barrio más depauperado de la ciudad. Olvidaron, tan sólo, formalizar la transacción en una escritura pública: el contrato privado de compraventa bastaba, les hicieron creer. Mientras, ellos desempaquetaban, confiados, sus trastos, el anterior propietario, Pablo Bartolomé, hipotecaba la vivienda. Y la perdía. Era el comienzo de una pesadilla de la que Brenes y Martínez aún no han conseguido despertarse.

El nuevo revés judicial, tal vez el definitivo, les ha dejado sumidos en la desesperación. Eduarda se pasó ayer el día enjugándose las lágrimas, incapaz de articular palabra. José -Pepe, le dicen todos- apuraba el trago de la amargura. "No tengo ganas ni de salir a la calle. Ya no sé qué hacer, si resistir o empotrarme con el coche. Esta historia va a terminar con la vida de mi mujer y con la mía", murmuró.

Su doctor quizá sospeche que no exagera. Brenes, artrítico y con una grave insuficiencia renal, desfila todos los meses por el hospital, donde le medican con nueve frascos de goteo. Eduarda dobla el espinazo, fregona en mano, tres días a la semana en una oficina. Sus huesos maltrechos, tampoco le permiten muchas más fatigas.

Agotadas casi las esperanzas, el matrimonio Brenes se enfrenta ahora con la busca de una casita de alquiler. Viven en el chalé de unos amigos generosos, pero se quedarán sin él cualquier día de éstos, en cuanto a la hija le llegue la hora de casarse.

Mientras el drama sigue su curso, la mugre se acumula en aquellos 64 metros de la avenida de los Reyes Católicos que nadie pisa desde el 11 de octubre de 1996. Nunca llegará a disfrutarlo, pero el subastero profesional José Sancho Esteller se ha quedado definitivamente con el piso de la familia Brenes Martínez, estafada en su buena fe. Y lo ha hecho, dicen los juristas, con todas las de la ley.

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