Tribuna:

Partidos y terrorismo

Los partidos políticos son muchas cosas, entre ellas los canales por los que se encauzan nuestras discrepancias en una sociedad plural. Las líneas de opinión de las gentes están más o menos entreveradas. Quienes coinciden en algo, generalmente, no coinciden en todo; en otros grupos, los caminos de coincidencia son mucho más paralelos, y aun comunes, y hay quienes aparecen mentalmente clónicos, aunque ni se conozcan. Esta diversidad de una sociedad plural, en cuanto se refiere a cuestiones políticas en el más amplio sentido, va produciendo confluencias y desvíos, corrientes que fluyen y se inte...

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Los partidos políticos son muchas cosas, entre ellas los canales por los que se encauzan nuestras discrepancias en una sociedad plural. Las líneas de opinión de las gentes están más o menos entreveradas. Quienes coinciden en algo, generalmente, no coinciden en todo; en otros grupos, los caminos de coincidencia son mucho más paralelos, y aun comunes, y hay quienes aparecen mentalmente clónicos, aunque ni se conozcan. Esta diversidad de una sociedad plural, en cuanto se refiere a cuestiones políticas en el más amplio sentido, va produciendo confluencias y desvíos, corrientes que fluyen y se integran, por fin, en unos pocos grandes ríos, los partidos políticos, los grandes partidos, y aún medianos, pero que obtienen algún tipo de representación política, especialmente parlamentaria. La suma y simplificación de las discrepancias políticas de una sociedad son los partidos políticos; la gente se integra en ellos, o se identifica con su inclinación, y al fin con su voto, precisamente porque son distintos de los demás, porque son, entre ellos, discrepantes, y optan por el más afín, o en ocasiones, por el menos distanciado de sus criterios y talante. También es verdad que los partidos fuerzan a veces las diferencias, a efectos propagandísticos, siempre que así lo estimen conveniente sus responsables por motivos electorales. Porque la imagen de la diferencia es esencial para ellos; la propia peculiaridad, distinta de las demás, es consustancial con su existencia y función, tanto para adquirir como para mantener y ejercer el poder.Pero a veces queremos que se pongan de acuerdo, o que sigan actuaciones y estrategias comunes. Ya sucede esto espontáneamente, por lo general en cuestiones en que la opiñión pública no presenta matices diferenciadores apreciables, como por ejemplo, para la abrumadora mayona de los supuestos, las de política internacional. Pero es más difícil ponerse de acuerdo en asuntos en los que, aunque los objetivos sean compartidos, los modos y medios no sólo son o pueden ser diferentes, sino que esas diferencias pertenecen a la esencia de su identificación como partidos, por causas múltiples, y no sólo ideológicas, de concepto, o incluso sentimiento, sino por las distintas condiciones que a unos y otros impone la realidad social y eso que podemos llamar "los votantes" de cada cual.

Así sucede, por ejemplo, en la lucha antiterrorista, más específicamente antietarra. Podemos partir del común horror y repulsa de la instrumentación de la vida humana al servicio de una idea, de la repulsa del asesinato y la extorsión como medios, y de la común aceptación de la democracia en el sentido más primigenio de regla de la mayoría. A partir de ahí, hay ya muy poco común, y en lo que no es común se desenvuelve la larga estela de los medios a utilizar en ese combate.

Ningún partido defiende los medios represivos ilegales para ese combate, política que no deja, sin embargo, de tener partidarios, y hasta ejecutores. Pero al decidir la represión, la prevención, el tratamiento a los criminales, al analizar la conexión mayor o menor del ideario político subyacente entre los terroristas y sus jaleadores y mentores con el de todos los demás grupos sociales cristalizados en partidos, aparecen diferencias,- en el fondo, casi insuperables. Que las superen, en razón de la eficacia para conseguir el fin del terrorismo, en lo que todos están de acuerdo, es lo que les pedimos. Sepamos que les pedimos mucho: algunos, al aprobar ciertos medios, o aparecer en acción común con otros, creen que se tienen que dejar jirones de su identidad política, lo que resulta especialmente grave si los jirones se llevan consigo futuros votos a las siglas que enarbolan.

Podemos pedirles que se dejen de historias y vayan al grano, y esa petición quizá suscite algún efecto; pero, en esta cuestión, confiar en la iniciativa de los partidos es una cierta petición de principio, ya que éstos existen por y para la discrepancia que genera votos; solamente una opinión que se exprese, no en contra, pero sí desde otras fuentes que los partidos, podrá conseguir que éstos se acomoden; la lucha antiterrorista, en tal sentido, no es una mera cuestión de políticos; es un asunto en el que la acción individual y agrupada de quienes no se mueven bajo siglas partidistas es fundamental; los partidos acaban siempre por ponerse al frente de la manifestación; una permanente movilización social contra el terrorismo es necesaria; para forzar a los políticos a la acción conjunta, pretensión casi milagrosa. Tenemos que acostumbrarnos a caminar también fuera de las sendas de los partidos.

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