Cartas al director

Ucronías

Cuentan las crónicas que todo comenzó en 1997. El Gobierno consiguió bajar a los 16 años la edad penal para aquellos que cometieran actos relacionados con el terrorismo. Pero pronto se amplió lo que se entendía por terrorismo, y en el primero de mayo de 1998 se detuvo a varios jóvenes que acudían a la manifestación convocada por un sindicato por ir con caretas que representaban al presidente (ir con la cara cubierta fue la excusa oficial). Las televisiones (todas), controladas por el Gobierno, lanzaron un mensaje claro: las manifestaciones, fueran por el motivo que fueran, eran causa de algara...

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Cuentan las crónicas que todo comenzó en 1997. El Gobierno consiguió bajar a los 16 años la edad penal para aquellos que cometieran actos relacionados con el terrorismo. Pero pronto se amplió lo que se entendía por terrorismo, y en el primero de mayo de 1998 se detuvo a varios jóvenes que acudían a la manifestación convocada por un sindicato por ir con caretas que representaban al presidente (ir con la cara cubierta fue la excusa oficial). Las televisiones (todas), controladas por el Gobierno, lanzaron un mensaje claro: las manifestaciones, fueran por el motivo que fueran, eran causa de algaradas. Las algaradas provocaban daños en el mobiliario urbano y ensuciaban las calles: un derroche en tiempos de austeridad. La Ley Contra Disturbios Callejeros de enero de 1999, aprobada por exiguo margen, cercenó la libertad de convocar manifestaciones: más de 10 personas eran susceptibles de provocar destrozos. El alcalde de la capital, en trance de no recuperar la mayoría absoluta en una ciudad mortecina y gris, aplaudió las medidas.-

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