Reportaje:GATOS PARDOS

Santuario druida en la urbe despiadada

Las tabernas de aire irlandés florecen para quienes degustan tanto la cerveza negra como la amena conversación

El espíritu del mago Merlín merodea, tantos siglos después, por los recovecos de la gran ciudad. El druida de cabecera del rey Arturo quedaría hondamente impresionado al comprobar cuánto admirador le ha salido en esta urbe despiadada y anónima: en cuestión de tres años, los bares y tabernas teñidos de hechizo irlandés han pasado de dos o tres a casi una docena. Y la tendencia parece poco menos que imparable: será cosa, a lo mejor, de algún feliz encantamiento.La primera piedra la puso Felipe Gallego, cabeza visible de la taberna La Elisa, en unos años en los que lo celta e...

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El espíritu del mago Merlín merodea, tantos siglos después, por los recovecos de la gran ciudad. El druida de cabecera del rey Arturo quedaría hondamente impresionado al comprobar cuánto admirador le ha salido en esta urbe despiadada y anónima: en cuestión de tres años, los bares y tabernas teñidos de hechizo irlandés han pasado de dos o tres a casi una docena. Y la tendencia parece poco menos que imparable: será cosa, a lo mejor, de algún feliz encantamiento.La primera piedra la puso Felipe Gallego, cabeza visible de la taberna La Elisa, en unos años en los que lo celta en Madrid se asociaba con el capricho de un puñado de hippies y culturetas de barba indómita. El local de femenino nombre sigue siendo templo esencial de la conversación inteligente y los encuentros más insospechados. Que se lo pregunten a Jaime Muñoz, el clarinetista de La Musgaña, que se hizo amigo del violinista escocés Johnny Cunningham -el del grupo Nightnoise- mientras ambos aliviaban sus respectivas vejigas en la muy prosaica posición de cara a la pared. Cunningham, un melenudo de risa aguardentosa que tumba combinados de vodka con la misma compostura del adicto al agua mineral sin gas, trabaja hoy como productor del próximo disco musgañero. La chispa, está visto, puede prender donde menos se la espera.

Por el pub O'Donnells, el más ilustre apellido gaélico infiltrado en el callejero capitalino, merodea Juan Luaces, el crítico celta de World Music, Voice y El Faro de Vigo. Luaces es de Cangas de Morrazo, claro, para confirmar esa irrefutable tesis según la cual la especie galaica es la más ubicua de la que se tiene noción en el planeta Tierra. "Ahora hay un pub irlandés en cada barrio", apunta mientras apura una pinta de esa cerveza negra de arpa en ristre, "pero están más bien orientados hacia los guiris". Bien es verdad que él, de tez blanquecina como buen hijo de Breogán, no desentona un ápice entre "tantas caras rubias y pecosas", que dice.

A la comunidad angloparlante que puebla la urbe -unas 150.000 almas, según algunas estimaciones- la conocen bien en In Madrid, una revista mensual íntegramente en inglés que reparte 15.000 ejemplares por los garitos más estratégicos. Sus páginas están pobladas de referencias a las tabernas celtas. Y dice Ruth Derbyshire, una de sus tres redactoras, que en estos rincones los españoles e irlandeses están culturalmente predestinados al compadreo. "Ustedes, entre el carácter abierto, el gusto por hablar y el catolicismo, son gentes muy afines", sopesa esta joven de Lancaster. Roberto Herrera, representante de una firma de cerveza, lo decía en un reciente número de In Madrid de forma muy gráfica: "Los irlandeses son más divertidos, como si fueran los latinos del norte de Europa".

Una idea muy similar -"los irlandeses somos los negros de Europa"- se repetía en The Commitments, el musical dublinés de Alan Parker, y John Morris la ha asumido como máxima vital. Morris es el cantante de Merle Finney, un devastador grupo de celtic-speed rock que deja a los Pogues reducidos a la categoría de Hermanitas de la Caridad, y acaba de abrir el coqueto Finbar's, de mobiliario importado y decoración melómana: esto es, muy. irlandesa.

"Mi padre y mis tíos ya discutían sobre bares", rememora este apóstol de la religión cervecera. Y se afana en inculcar a sus pupilos cómo tirar stout -cerveza negra, en argot- de manera virtuosa: despacio, con temple, pulso firme y espuma comedida. "No hay grandes secretos. En una hora, los chavales están dibujando tréboles en la espuma", sonríe.

En realidad, el factor fundamental de la tirada está, precisa el maestro, en los metros de tubería del barril. A mayor longitud, mayores dificultades. El ritual es tan delicado que los técnicos de las cervezas han de limpiar concienzudamente esos conductos una vez al mes.

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La noche se desvanece esta vez en O'Connor's, donde el aprendiz de druida descubrirá, escaleras abajo, un genuino confesionario. ¿Para purgar los excesos de la velada y renovar los buenos propósitos de mesura? Tal vez: la religión de los celtas, siempre tan pletórica de excesos, también incluye buenas dosis de ritual. Y todo es posible cuando el cielo se tiñe de ese característico tono oscuro de la cerveza.

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