Tribuna:

La libertad recuperada

El político tiene que ser hábil para conservar el poder. También tiene que hacer cosas con ese poder; en una buena república (lo que incluye también las monarquías), el poder se ostenta para hacer lo mejor para los ciudadanos Pero ésta no es la cuestión, ahora. Ahora me refiero a otra cosa.Felipe González, en ese juego del poder, ha hecho una jugada admirable, un gambito que no supera el mejor ajedrecista, que al fin y al cabo mueve fichas, mientras que en este caso se manejan hombres (y mujeres, por supuesto).

De un golpe efectivo y efectista, ha echado por la borda gran parte de la ga...

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El político tiene que ser hábil para conservar el poder. También tiene que hacer cosas con ese poder; en una buena república (lo que incluye también las monarquías), el poder se ostenta para hacer lo mejor para los ciudadanos Pero ésta no es la cuestión, ahora. Ahora me refiero a otra cosa.Felipe González, en ese juego del poder, ha hecho una jugada admirable, un gambito que no supera el mejor ajedrecista, que al fin y al cabo mueve fichas, mientras que en este caso se manejan hombres (y mujeres, por supuesto).

De un golpe efectivo y efectista, ha echado por la borda gran parte de la ganga (según su criterio) que no quería mantener; y lo hace a modo del que se sacrifica; pero los más sacrificados, de verdad, serán los de la ganga; él queda intacto; lo que se dice por encima, con todo su crédito político previo y, digamos, liderazgo. Y, mejor aún, más libre que antes; liberado de las funciones ominosas de un cargo de un jefe de partido que ha de emplearse a fondo, entre otras cosas, en resolver pleitos más o menos cainitas y toda suerte de chinchorrerías.

Los buenos políticos no rehuyen, nunca, el trabajo, pero sí los engorros. Los he conocido que no querían más que el puro poder sin compromisos funcionales, aunque para poder ejercer cualquier función. Así fue, en gran medida, Alfonso Guerra, vicepresidente todopoderoso y oyente, y así ocurrió también con algunos políticos de UCD, y de otros partidos, que aspiraban, y a veces conseguían, al mando "sin cartera". Siempre los he admirado, porque otros no servían más que para hacer lo que la cartera, o función, les exigía, pero carecían de esa libertad suprema del acróbata que vuela por encima de los mortales.

Ahora queda Felipe González como "referente" socialista, por utilizar una expresión al uso, poco elegante pero eficaz; si él quiere, como valor histórico; si lo prefiere, como valor con eficacia presente y, sobre todo, futura.

Creo que es el ideal de todo político de raza: mandar sin ensuciarse las manos en la tierra; maridar en lo que se quiere, y olvidarse del resto menos apetecido; sin ánimo de ofender (de verdad), es un ideal alcanzar esa posición en que ya no se ocupan puestos y se es todo, como Deng Xiao Pin, durante años antes de morir; es como si el político se elevara en arrebato cuasimístico, y desde allí actuara con la suprema libertad posible para un humano. Así parece que queda Felipe González respecto al PSOE. Está bien ganar batallas después de muerto, pero es mucho mejor ganarlas estando vivo, y, a la vez, en gran medida, fuera.

La gracia está en que esto no lo puede hacer cualquiera; de verdad, para hacer de dios, y hacerlo bien, hay que ser dios; y llegar a serlo requiere mucho trabajo y ejercicio, y -gozar de un buen puesto de salida en cuanto a dotes naturales. El PSOE tiene, hace tiempo que tiene, un dios; sería una estupidez hablar del carácter no democrático de ese partido; lo que sucede es que, misteriosamente, del frío laicismo se pasa a la veneración, y hasta al culto de latría; quizá eso sea consustancial con casi todos los partidos políticos, si se encuantra un mirlo blanco; cosas de la naturaleza humana, tan inclinada a devociones. No quiero citar antecedentes modernos de aquello que algún latino llama devotio iberica, dentro de partidos democráticos, por supuesto; que otras algunas comparaciones serían indecentes.

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Nunca he sentido esta clase de devoción. Pero admiro esos especímenes capaces de hacer buenas jugadas. Y admiro las jugadas: su contemplación produce un verdadero goce intelectual; sobre todo, cuando el juego, como en lo que se desprende de este caso, utiliza el reglamento; deverdad, mejor que el fútbol.

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