SAN ISIDRO 97

Al santo labrador no le gusta el móvil

Las Ventas, las salas de conciertos, los cines y los teatros plantan cara a la ruidosa invasión de teléfonos

Un leve sonido puede estropear lo sublime. Así pudieron comprobarlo los responsables del Auditorio Nacional. Ocurrió hace un par de meses, en pleno recital de piano: una partitura genial, una audiencia embelesada, amplia gama de rostros solemnes, y en ésas, a escasos cinco metros del ejecutante, el inconfundible tirori, tirorí de un teléfono móvil. En pleno adagio pianissimo, para que no pasase inadvertido el metálico sonsonete. Y es que ni los Nocturnos de Chopin están a salvo del implacable avance de las telecomunicaciones.El referido es un caso verídico. Tanto, que la d...

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Un leve sonido puede estropear lo sublime. Así pudieron comprobarlo los responsables del Auditorio Nacional. Ocurrió hace un par de meses, en pleno recital de piano: una partitura genial, una audiencia embelesada, amplia gama de rostros solemnes, y en ésas, a escasos cinco metros del ejecutante, el inconfundible tirori, tirorí de un teléfono móvil. En pleno adagio pianissimo, para que no pasase inadvertido el metálico sonsonete. Y es que ni los Nocturnos de Chopin están a salvo del implacable avance de las telecomunicaciones.El referido es un caso verídico. Tanto, que la dirección del principal y más circunspecto coliseo de la música clásica en Madrid ha optado por colocar, en cada acceso a sus salas, un cartel rogando a su distinguido público que apague el celular. Y no sólo eso: todas las entradas emitidas de un mes a esta parte llevan impreso un "Rogarnos desconecten los teléfonos móviles en el interior de la sala". "Ha sido el propio público el que, en previsión de futuras molestias, nos ha pedido que tomáramos medidas", confirma Carmen López, relaciones públicas. De momento, las advertencias dan sus frutos: el fastidioso tirorí no ha vuelto a sonar durante un concierto, o no se ha notado. Y sobre el frustrado solista que sufrió la última acometida de la telefonía móvil poco se sabe, salvo que lo encajó con discreta resignación.

Pero no siempre sucede así. El último protagonista de espectáculo público que ha alzado su voz contra la vanguardia telefónica ha sido el torero Francisco Rivera Ordóñez, poco antes del comienzo de la Feria de San Isidro. Si a un par de estos aparatejos les da por sonar al unísono cuando uno se juega el pescuezo ante un morlaco de 600 kilos, vino a decir, las consecuencias pueden ser fatales. Pero ¿cómo evitar que, en un recinto para más de 10.000 personas, como el coso de Las Ventas, se cuelen dos o tres tan dotados del cacharro de marras como faltos de consideración?

El director del Centro de Asuntos Taurinos de la Comunidad, Julio Pacheco, admite que el problema no es sencillo de resolver. "Los colectivos profesionales, matadores y ganaderos, deberían ponerse de acuerdo y enviarnos una propuesta al Consejo de Administración de Las Véntas", sugiere. Él mismo lo estudiará con suma atención, porque, confiesa, la "mala educación" del usuario indiscriminado de estos terminales le saca de sus casillas: "Ya me ha pasado en mi despacho. Haces hueco para recibir a alguien, lleva el teléfono y, cuando suena, lo atiende como si tal cosa. Entran ganas de mandarle a hacer puñetas".

Buenos modales los del Circo del Arte, el último montaje de Emilio Aragón padre, en el que se reconvenía a los mayores con un método sutil: "Dile a tu papá que apague su móvil", anunciaba la megafonía. Funcionó.

Otros lugares peligrosos han pasado a ser las otrora plácidas salas de cine. Si antaño las aventuras de los héroes de celuloide sólo se veían interrumpidas por el crujir de palomitas, ahora el soniquete telefónico puede pifiar hasta el más tórrido achuchón entre Antonio Banderas y Melanie Griffith. Bien lo sabe la dirección de los Multicines Princesa, en la plaza de los Cubos, que hace ya varios meses optó por incorporar en el cristal de sus taquillas un significativo icono: un teléfono móvil encerrado en un círculo rojo: señal de prohibición.

A muy pocos metros de los Princesa, Luis Tinoco, gerente de las salas Alphaville, se muestra más escéptico respecto a la efectividad de estos avisos. "No te vas a poner a cachear a la gente, así que habrá que asumirlo como parte de los problemas de la modernez", ironiza. Y agrega: "Nuestro público, salvo algún que otro médico o periodista, no es del que acostumbra a llevar esa cosa encima. Hace poco, a una redactora le sonó el teléfono en plena rueda de prensa y lo pasó fatal, la pobre".

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Opiniones diversas, en fin, para situaciones inéditas hasta hace bien poco. ¿Cómo acertar con la fórmula más adecuada? En el teatro Monumental, por ejemplo, abominan de los cartelitos admonitorios -"hay que apelar al civismo; tampoco se nos ocurre poner señales de 'prohibido fumar' en la sala"-, pero sus abonados andan un tanto escamados. "Más de uno ya nos ha llamado la atención. Nos dicen que soportar los móviles durante las representaciones es lo único que les faltaba. Si esta cuestión sigue en aumento, habrá que estudiarla", admite su coordinador de actividades, Germán Bartolomé. Y hasta en la Casa de la Villa han tenido que hacer frente a la incontinencia sonora de estos artilugios: más de una vez el propio Álvarez del Manzano se ha visto en la obligación de reprender a los señores concejales, propios y opositores, por su prolongado enganche a la telefonía sin hilos. En esto se demuestra, de una vez por todas, que la política también tiene cosas en común con los espectáculos. Incluido el circo.

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