Tribuna:

Lista de bodas

En el cisco de la legislación sobre las llamadas parejas de hecho se mezclan tal cantidad de cosas distintas que me admiran quienes tienen su postura meridianamente clara, sea a favor o en contra. En ocasiones como ésta no es fácil acertar, pero siempre está a mano equivocarse con los ilusos que creen conveniente cambiarlo todo y los anquilosados que juzgan indecente modificar nada. Para empezar, está la cuestión del nombre mismo de la cosa, que trasciende perplejidad: si las parejas son de hecho, el derecho no puede acudir en su auxilio sin transformarlas en algo distinto, opuesto. Cuando el ...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

En el cisco de la legislación sobre las llamadas parejas de hecho se mezclan tal cantidad de cosas distintas que me admiran quienes tienen su postura meridianamente clara, sea a favor o en contra. En ocasiones como ésta no es fácil acertar, pero siempre está a mano equivocarse con los ilusos que creen conveniente cambiarlo todo y los anquilosados que juzgan indecente modificar nada. Para empezar, está la cuestión del nombre mismo de la cosa, que trasciende perplejidad: si las parejas son de hecho, el derecho no puede acudir en su auxilio sin transformarlas en algo distinto, opuesto. Cuando el hecho se consolida por medio del derecho... ¿no será el resultado eso que antes se llamaba "matrimonio"? Es decir, según el diccionario de la Academia, "unión de hombre y mujer concertada mediante determinados ritos y formalidades legales". No dice esta definición qué ritos ni qué formalidades, de modo que cualesquiera que se juzguen oportunos valdrán para el caso. En cambio señala el requisito de que haya "hombre y mujer" por medio, con lo cual empiezan las dificultades... y no sólo en lo que al nombre se refiere.Cuando la pareja fáctica en cuestión la forman hombre y mujer, el asunto no parece que debiera tener mayor malicia. Como el matrimonio es una institución civil (dejo de lado su aspecto religioso para quienes tengan potestad sobre ese registro) con diversos efectos en lo tocante a propiedades, derechos laborales, seguridad social, etcétera... es razonable que cualquier dúo que convive con cierta vocación de estabilidad quiera disfrutar de ellos... o padecerlos. Es decir, que quieran casarse, dejando de ser pareja de hecho pura y simple para convertirse en pareja hecha y derecha. Si ese dúo concertante tiene reservas contra el matrimonio tradicional, cuya sobrecarga cultural justifica renuencias, lo solicitado ahora del legislador es algo así como un matrimonio aligerado y simplificado (lo mismo que se simplifican las declaraciones de la renta y otros trámites burocráticos). Es decir, que junto al matrimonio heavy haya otro light, bajo en calorías o acaloramientos. ¿Por qué no?

La gran novedad es que muchas de esas parejas fácticas las forman dos hombres o dos mujeres, no un hombre y una mujer como en la fórmula consagrada. Aunque tropiece con mayores recelos, tampoco este modelo de convivencia parece ser legalmente inabordable: basta con pasar del matrimonio entre sexos al matrimonio entre personas. Después de todo, lo que se trata de codificar son derechos legales, no hábitos eróticos. La fórmula kantiana que presenta el matrimonio como "el mutuo alquiler de los órganos sexuales" suena ya bastante repelente. Resulta más juicioso y más moderno dejar la libido ad libitum. Puede haber matrimonios cuyo erotismo pasé por renunciar al sexo (ahí tenemos el comentado caso de la Virgen y san José), mientras que ningún contrato matrimonial hetero u homosexual logra domesticar de una vez por todas la voluptuosidad de nadie: espero no ser el único padre de familia mujeriego al que también le gustan mucho los chicos guapos... De modo que sería posible y hasta prudente ampliar la lista de bodas que se ofrecen institucionalmente, extendiendo la disponibilidad matrimonial a cualquier pareja de personas mayores de edad y no consanguíneas (las innovaciones galaicas al respecto deberán esperar mejor ocasión) que para sí la deseen. Esta diversidad de matrimonios no impide otro tipo de uniones de convivencia entre parejas, tríos o escaleras de color que resulte conveniente y no exagerado someter a normas legales, aunque tampoco tienen por qué ser confundidos con ellas, pues no toda convivencia quiere ser matrimonial. Lo malo es que tal ampliación de lo conyugal cuenta con dos tipos igualmente rabiosos de adversarios: quienes dicen que sólo pueden casarse un hombre y una mujer, junto a los que quieren casarse pero sin reconocer que de un modo u otro se casan. Y además por muchos nuevos matrimonios que se instituyan siempre seguirá habiendo verdaderas parejas de hecho, imprudentes, imprevisoras: aquellas que no se casan con nadie.

Lo más peliagudo del embrollo se suscita al tocar la cuestión de las adopciones. Hay cosas delicadas e importantes en danza, merodeando por campos difíciles de deslindar. Pues no es lo mismo la convivencia afectiva ni el erotismo que la procreación, ni viene a ser igual "tener un hijo" que "criar a un niño". A mi juicio, lo que cuenta aquí no es el derecho de cualquiera a adoptar a un niño, sino el derecho del niño a no ser adoptado por cualquiera. Se dice a veces que el retoño puede ser tan feliz criado por dos hombres, por dos mujeres, por un hombre o una mujer solos, como lo sería por una pareja. Sin duda, pero no es cuestión de felicidad, de la que poco cabe generalizar: hay quien es feliz cuando se casa y quien se siente feliz cuando se queda viudo, alguno habrá que se haya felicitado al perder a- sus progenitores en un accidente de carretera, etcétera... Respecto a la sociedad perfecta que anhelamos, lo único seguro que podemos prever es que también acogerá la dicha y la desdicha según cada cual, indefectiblemente.

Haz que tu opinión importe, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

Vayamos pues a lo que sabemos, no a lo que ignoramos. Los niños que han perdido a sus padres naturales tienen también derecho a crecer rodeados de afecto y responsabilidad; como lo mejor es remediar su orfandad, se les debe en primer término intentar proporcionar la figura de un padre y la de una madre, pues eso es lo que les falta. Si por una u otra razón no resulta factible, que reciban al menos los cuidados de la persona o personas capaces de servirles de amparo. Pero sin juegos ni caprichos... ni remilgos puritanos tampoco. Que las autoridades vigilen caso por caso estas situaciones biográficamente excepcionales pero estadísticamente tan frecuentes no sólo no merece reproche, sino que ha de ser exigido.

En tales temas y otros contiguos confieso que me importa poco pecar de escrupuloso. Abomino por igual del rigorismo que limita la sexualidad a lo reproductivo como de la neurosis biogenética que inventa la reproducción asexuada en laboratorio. Que cada individuo nazca no de la unión de un espermatozoide y un óvulo, ni tampoco de la sumisión al débito conyugal, sino de una relación humana apa-

sionada, por fugaz que sea, no me parece asunto de menor cuantía. Suponer, por ejemplo, que al hijo no lo procrean varón y hembra, sino que lo defeca una mujer sola ayudada por una especie de lavativa, no me parece un logro emancipador del pensamiento feminista, sino una alucinación preocupante. Para qué hablar de experimentos clónicos y cosas del mismo jaez...¿Temor ante las consecuecias de la razón ilustrada? Sólo si se entiende por ésta el sempiterno delirio de omnipotencia, antes proyectado en los cielos para justificar nuestra sumisión y ahora reinventado científicamente para alimentar nuestra culpabilidad. No opino que el mayor logro de la ilustración consista en convertirlo todo en objeto de manipulación (incluidos a los hombres mismos, unos por otros), sino en instituir sujetos capaces de libertad ciudadana e intimidad creativa. Tales sujetos necesitan padre y madre, no diseño industrial. Que fortuna y azar velen su cuna, no codiciosos aspirantes al Premio Nobel al servicio de solterones histéricos. Y después que sean huéspedes de quien mejor sepa acogerles, pues todos los humanos compartimos como destino la tarea de ser huéspedes los unos de los otros.

Fernando Savater es catedrático de Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid.

Archivado En