Editorial:

La nueva malaria

LEJOS DEL mundo desarrollado, la malaria se cobra un pavoroso tributo del orden de dos millones de víctimas al año, el 90% de ellas en África, mientras que el número total de afectados se estima entre 300 y 500 millones de personas. La enfermedad más letal de los países pobres no es nueva; su presencia y su impacto vienen de mucho tiempo atrás, pero cada día que pasa resulta más escandalosa la ausencia de medios para poner coto a la tragedia. Y lo grave no es sólo que se mantenga. En algunas zonas en las que se había reducido drásticamente su incidencia en los años cincuenta, mediante la utili...

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LEJOS DEL mundo desarrollado, la malaria se cobra un pavoroso tributo del orden de dos millones de víctimas al año, el 90% de ellas en África, mientras que el número total de afectados se estima entre 300 y 500 millones de personas. La enfermedad más letal de los países pobres no es nueva; su presencia y su impacto vienen de mucho tiempo atrás, pero cada día que pasa resulta más escandalosa la ausencia de medios para poner coto a la tragedia. Y lo grave no es sólo que se mantenga. En algunas zonas en las que se había reducido drásticamente su incidencia en los años cincuenta, mediante la utilización masiva de insecticidas contra los mosquitos transmisores de la enfermedad, vuelve a despuntar con fuerza. Los mosquitos son cada vez más resistentes a toda clase de agentes, mientras que el uso de los insecticidas ha decrecido notablemente por diversas razones.Una situación insufrible que resuena muy débilmente en nuestras sociedades opulentas, tan ocupadas en sus propios problemas, tantas veces irrelevantes. Los medios económicos destinados a la investigación y al desarrollo de posibles fármacos o vacunas contra la malaria son minúsculos en comparación con los que se destinan a otro tipo de enfermedades, ninguna de ellas con tan alto número de víctimas en el mundo. Y dichos medios están en franca disminución en los últimos años. Disminución que se da tanto en el sector público como en el de la industria farmacéutica, poco interesada comercialmente en invertir en esta línea. Sería injusto olvidar, sin embargo, a las individualidades y los grupos que han seguido trabajando para aliviar la situación, como, por ejemplo, el científico colombiano Manuel Patarroyo, que lleva años investigando, con ayuda pública española, una vacuna sintética con resultados alentadores, pero todavía controvertidos en la comunidad científica.

La posibilidad de un desastre sanitario sin precedentes, que venga a añadirse a la larguísima lista de desastres que asuela el continente africano, ha suscitado un primer indicio de reacción. En enero pasado se reunieron en Dakar una serie de organizaciones internacionales y nacionales africanas, junto con científicos occidentales y de los países afectados, para intentar hacer frente a la situación. El Banco Mundial y la Organización Mundial de la Salud (OMS) han sido las agencias más activas en la convocatoria y desarrollo de la cumbre de Dakar, lanzando la Iniciativa contra la Malaria en África, un plan de investigación y desarrollo de remedios contra la enfermedad, con un horizonte temporal de 30 años. En estos momentos se están preparando proyectos que serán examinados en una nueva reunión en julio próximo.

Como no era difícil de pronosticar, es la financiación lo que todavía no está decidido y la mayor dificultad. Pero, ante la amenaza de una situación de emergencia, parece que esta vez tendrán que movilizarse los recursos científicos y económicos que tan desesperadamente necesitan quienes sufren la plaga. Un signo de la gravedad potencial del problema es que la malaria figurará, por primera vez, en las agendas de las próximas cumbres de la Organización de Estados Africanos y probablemente del G-7. No resulta sostenible por más tiempo que una enfermedad como la malaria, por muy complicada que sea su prevención, que lo es, siga diezmando del modo en que lo hace a una parte importante de la población del mundo.

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