El lavatorio que pasó de los pies a las manos

El Concilio Vaticano II modernizó y simplificó los montajes escénicos de las celebraciones religiosas. La desaparición de antiguos ritos y las ceremonias colectivas aliviaron el trabajo de los sacristanes. Leopoldo Ortiz, uno de los más veteranos, recuerda la solemnidad de la Semana Santa, que juzga ahora muy fría. "En Madrid era muy popular el oficio de Tinieblas, al atardecer, con el templo en penumbra. Se cantaban salmos y lamentaciones mientras se iban apagando 13 velas de un pedestal. Al apagarse la última, terminaba el miserere y los fieles tocaban las carracas y golpeaban bancos y confe...

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El Concilio Vaticano II modernizó y simplificó los montajes escénicos de las celebraciones religiosas. La desaparición de antiguos ritos y las ceremonias colectivas aliviaron el trabajo de los sacristanes. Leopoldo Ortiz, uno de los más veteranos, recuerda la solemnidad de la Semana Santa, que juzga ahora muy fría. "En Madrid era muy popular el oficio de Tinieblas, al atardecer, con el templo en penumbra. Se cantaban salmos y lamentaciones mientras se iban apagando 13 velas de un pedestal. Al apagarse la última, terminaba el miserere y los fieles tocaban las carracas y golpeaban bancos y confesionarios".En el libro Costumbres y devociones madrileñas, Pedro de Répide cuenta que los madrileños eran muy aficionados en el XIX a los sermones de Semana Santa. Los periódicos de hace cien años publicaban críticas de estos sermones, y publicaciones liberales como, El Motín o El Cencerro, "desahogaban fobia anticlerical".

Leopoldo ha conocido también los tiempos de la bula: "Los ayunos eran muy rigurosos pero quien tenía dinero podía adquirir la bula, unos papelitos que costaban entre 2.000 y 3.000 pesetas que libraban de la obligación".

En cambio, en casi todas las parroquias continúa la tradición del lavatorio de pies. A principios de siglo, era famoso el que realizaba un miembro de la inquisición en la iglesia de Santo Tomás a 12 presos. "Antes los curas se los lavaban a los pobres con un agua cocida que llevaba varias hierbas. Ahora sólo se hace a quien lo pida", explica el viejo sacristán. En la parroquia de San Ramón Nonato, donde trabaja Pepe Vega, se ha introducido una ligera variación: en vez de los pies, el sacerdote lava las manos.

Todavía se instalan en las parroquias los monumentos, antes auténticos tinglados teatrales que costaban enormes sumas: "En Santiago", concluye Leopoldo, "colocabamos una cortina morada y una escalinata que subía a la cúspide del altar, con flores, candelabros y 140 velas. Yo tenía, que vigilarlo del Jueves Santo por la mañana al viernes por la noche. Aún lo colocamos, pero es mucho más sencillo".

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