Cartas al director

Vivir sin vivir

Resulta, cuando menos, paradójico pensar que pudiéramos estar viviendo sin vivir. En una sociedad caracterizada por el desarrollo de una voluntad unidimensional, que se manifiesta en la lucha incesante por llegar personalmente a lo más alto y mantener a salvo la cabeza, sin detenernos a contemplar el tiempo presente de los verbos, la idea de vivir sin vivir es, sin embargo, un asunto cotidiano.Acosados por un sinfín de problemas y preocupados siempre de forma obsesiva por el fantasma del futuro, nos sumimos en un entorno individualista que sólo persigue intereses propios, dejando aparcado cual...

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Resulta, cuando menos, paradójico pensar que pudiéramos estar viviendo sin vivir. En una sociedad caracterizada por el desarrollo de una voluntad unidimensional, que se manifiesta en la lucha incesante por llegar personalmente a lo más alto y mantener a salvo la cabeza, sin detenernos a contemplar el tiempo presente de los verbos, la idea de vivir sin vivir es, sin embargo, un asunto cotidiano.Acosados por un sinfín de problemas y preocupados siempre de forma obsesiva por el fantasma del futuro, nos sumimos en un entorno individualista que sólo persigue intereses propios, dejando aparcado cualquier compromiso de índole filantrópica, renunciando a los valores humanos que sostienen la conciencia, viéndonos, por otra parte, abocados a la incertidumbre constante que abonan unos tiempos en los que cada vez resulta más ardua de conseguir la menor sensación de estabilidad.

En otro sentido, es fácil sentirse insignificante y aislado ante la ausencia de vínculos entre las personas, volcadas en una competitividad que en otras épocas de la historia no fue tan patente; egoísmos y ambiciones que sólo nos permiten mirar dentro de nosotros mismos, a la caza de las posibilidades que pudiéramos tener para alcanzar el tan venerado éxito. Cuando las relaciones personales se convierten en un trato puramente técnico, utilitario y sustancialmente fútil; cuando la gente se repliega cada día más sobre sí misma, incomunicada frente a un mundo que quizá se les muestre demasiado hostil, anulando la extroversión y la emotividad compartida, no es ocioso preguntarse si basta con estar vivo para vivir, si la vida no tiene otro provecho, si es posible vivificar la vida.-

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