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No hay actividad humana capaz de sobrevivir sin un buen servicio de espionaje. Este principio, inquebrantable, rige en las familias, en el colegio, en la oficina, incluso en la peluquería, y todo aquel que lo desafíe corre el riesgo de hundirse para siempre. El espía, por tanto, es una pieza imprescindible para prosperar, y desde este punto de vista no sería descabellado considerarle la antítesis del traidor: arriesga el pellejo en campo enemigo, con generosidad, por la causa, y suele trabajar más solo que la una. (Nota: esta expresión resulta muy descriptiva, y por eso recurro a ella, pero lo...

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No hay actividad humana capaz de sobrevivir sin un buen servicio de espionaje. Este principio, inquebrantable, rige en las familias, en el colegio, en la oficina, incluso en la peluquería, y todo aquel que lo desafíe corre el riesgo de hundirse para siempre. El espía, por tanto, es una pieza imprescindible para prosperar, y desde este punto de vista no sería descabellado considerarle la antítesis del traidor: arriesga el pellejo en campo enemigo, con generosidad, por la causa, y suele trabajar más solo que la una. (Nota: esta expresión resulta muy descriptiva, y por eso recurro a ella, pero lo cierto es que no se ajusta a los hechos. La una, en realidad, no está tan sola: a su izquierda se encuentra el doce -un número de mucho peso en el ámbito de los relojes- y a su derecha, el dos; más sencillo, aunque tan digno y entero como cualquiera de sus compañeros).Dicho esto, y prosiguiendo con los espías, no hace mucho que pasó por Madrid uno de los buenos. Permaneció entre nosotros seis o siete semanas y en este tiempo supo actuar de un modo tan primoroso que su obra ha creado jurisprudencia en el mundillo del espionaje. Me refiero, naturalmente, a la Operación Borsellino. Luis Alberto Borsellino, de Argentina, se presentó un día de noviembre en la residencia sacerdotal San Pedro (San Bernardino, 1) y mostró un documento que le acreditaba como obispo en activo. He aquí su primera sutileza, ya que nuestro hombre tiene 27 años, una edad infrecuente en este tipo de cargos. Sea como sea, vivió 40 días entre los curas y ninguno fue capaz de descubrirle. Este detalle, por sí mismo, habla de su enorme valía, y más si tomamos en consideración las dificultades de la empresa: entonar, matizar y expresarse como ellos, saberse el catecismo, cumplir al detalle sus normas de convivencia, mover delicadamente las manos, ajustarse con soltura el alzacuellos ... ; una maniobra, en fin, que va más allá del disfraz y cuyo éxito sólo se entiende a través de una primorosa preparación técnica. Tanta, que nuestro agente en Madrid (por causas de fuerza mayor) incluso llegó a celebrar una misa, "con mucha soltura", según las monjas, que algo entienden de esto.

Superada la fase inicial, el infiltrado abrió cuenta en una sucursal bancaria, se ganó la confianza del personal, obtuvo sus primeras tarjetas de crédito y allí mismo, en un piadoso gesto dedicado a los empleados, las guardó entre sus estampitas preferidas. El resto es fácil: gastó algo de dinero en librerías religiosas, paseó por el barrio, se hizo el remolón y por fin centró sus compras en objetivos más prosaicos: ofertas de El Corte Inglés, un ordenador ... ; quilito y medio en números redondos. Y luego desapareció con destino a Barcelona, donde tal vez ahora sea un cirujano plástico de gran prestigio en las islas Solomon.Un delicioso caso de espías, desde luego, pero no tan interesante como el protagonizado hace algún tiempo por Loyola de Palacio. La liebre saltó tras la divulgación de una inmortal fotografía (obra de Juan Martín) en la que nuestra ministra aparecía en situación límite y como haciendo otra vez la Comunión: extática, con las manos unidas y embriagada por la luz del infinito. Hay bastantes versiones al respecto, y todas, en verdad, muy llamativas, pero no hay modo de establecer una conclusión definitiva. Eso es lo malo de las fotografías: que nos dejan con la miel en los labios y nunca hablan de lo que viene a continuación. En lo que toca a la ministra, ignoramos, pues, si le duró mucho el ataque, si levitó, si llegó por Fin a desvanecerse o si alguno de los presentes advirtió a su alrededor un aroma de narcisos.

En cualquier caso, por referencias, aquella imagen activó mi sistema de alarma: ¿y si ocurriera también al revés? ¿Y si los conventos contaran con una red de espías en el exterior? Eso aclararía muchas cosas: el ropaje de la ministra, su sigilo, sus maneras estrictas, su doloroso gesto en la foto y, por supuesto, aquella formidable alusión al "Altísimo" para explicar oficialmente la gran cosecha de 1996. Y no es por alarmar a nadie, pero me temo que no acaban aquí las ofertas: ahí tenemos, por ejemplo, al alcalde Manzano, un hombre de reconocida piedad; y también a Tocino la Pastorcilla, y y a Trillo y a... Dios de mi vida... (y nunca mejor dicho): estamos rodeados.

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