Editorial:

Segura y tranquila

TODA AMPLIACIÓN sensata de la OTAN debería contribuir a una mayor seguridad y tranquilidad en Europa. Lo contrario resultaría un despropósito, ahora que hemos dejado atrás la guerra fría. Por eso resulta de tanta importancia acertar en el tratamiento paralelo que la Alianza Atlántica dé a un país del peso de Rusia. Es comprensible que los rusos recelen de una ampliación a la que no son invitados y que sienten en parte dirigida contra la gran incertidumbre que es Rusia en este cambio de siglo. El secretario general de la OTAN, Javier Solana, a quien los rusos han tomado por interlocutor válido,...

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TODA AMPLIACIÓN sensata de la OTAN debería contribuir a una mayor seguridad y tranquilidad en Europa. Lo contrario resultaría un despropósito, ahora que hemos dejado atrás la guerra fría. Por eso resulta de tanta importancia acertar en el tratamiento paralelo que la Alianza Atlántica dé a un país del peso de Rusia. Es comprensible que los rusos recelen de una ampliación a la que no son invitados y que sienten en parte dirigida contra la gran incertidumbre que es Rusia en este cambio de siglo. El secretario general de la OTAN, Javier Solana, a quien los rusos han tomado por interlocutor válido, tiene una importante labor que cumplir para generar confianza y atraer a Rusia al nuevo sistema de seguridad en gestación.Implícitamente, algunos dirigentes rusos -com -0 el presidente Yeltsin- parecen haber aceptado la ampliación de una OTAN con la que el ejército ruso colabora en Bosnia, y buscan ahora sacar todo lo que puedan para Rusia en términos de compensaciones. Ello explicaría que el jefe de la diplomacia rusa, Yevgueni Primakov, haya querido evitar grandes aspavientos al recibir esta semana a Solana en Moscú. Pero le ha escuchado, y volverán a verse el mes próximo. Lo cual es harto significativo para una negociación que no ha hecho sino comenzar, y debería desembocar en julio, momento en que se celebrará la cumbre de la OTAN en Madrid.

La incógnita es si son éstas las tendencias hegemónicas en el Kremlin o, por el contrario, son los partidarios de una línea más dura. Los graves problemas de salud de Yeltsín quedan más en evidencia con sus fantasmagóricas apariciones y el violento debate en la Duma sobre su destitución. No sólo no favorecen el proceso de acercamiento a la OTAN, sino que alimentan cierta algarabía antiatlántica, fomentada además por los anhelos de reconstrucción del espacio soviético.

Para tranquilizar a los rusos, la OTAN está ofreciendo mucho: una carta, un órgano consultivo común y un asiento para Rusia en algunas reuniones de la OTAN, un compromiso no escrito de no estacionamiento de armas nucleares en los nuevos territorios que se incorporen a la Alianza, avances en materia de desarme y control de armamentos, ayuda económica y, quizás, la incorporación al Grupo de los Siete. La OTAN no debería cerrar sus puertas a un eventual ingreso de Rusia el día que sea una plena democracia y haya dejado atrás sus afanes imperialistas dentro de unas fronteras estables.. Pero si Rusia no responde a estos ofrecimientos -porque no quiera o porque no se lo permita su situación interna-, la OTAN no puede supeditar su agenda al beneplácito de Moscú.

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Desde la perspectiva española se aprecian bien las razones para querer entrar en la OTAN de los antiguos aliados (a la fuerza) de Moscú: estar donde se decide y en buena compañía, facilitar la reforma y control político de la Fuerzas Armadas e incrementar su seguridad. Hay un riesgo de que los países que no entren, al menos en una primera hornada, se queden al pairo, como un cómodo colchón para los demás, sin que baste, para su seguridad y su tranquilidad, una estrecha asociación con la OTAN. Cuando empiezan a surgir en Estados Unidos voces en contra de la ampliación de la Alianza, cabe al menos pedir que se eviten precipitaciones en asunto que requiere pasos seguros y tranquilos.

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