Tribuna:

El proyecto, clave filosófica del futuro

Aunque quizá la mayoría de la gente no haya alcanzado plena conciencia de ello, el mundo del siglo XXI -en que, por cierto, ya estamos viviendo- se va a caracterizar por el inmenso horizonte de posibilidades que los avances científicos ponen al alcance de nuestra mano.Esa enorme ampliación del horizonte de posibilidades lo ha alcanzado la ciencia y la técnica moderna al haber roto los límites impuestos por el concepto tradicional de naturaleza, en el que se había inspirado la filosofía: tradicional. La naturaleza era el marco insuperable en que debía profundizar el científico para penetrar en ...

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Aunque quizá la mayoría de la gente no haya alcanzado plena conciencia de ello, el mundo del siglo XXI -en que, por cierto, ya estamos viviendo- se va a caracterizar por el inmenso horizonte de posibilidades que los avances científicos ponen al alcance de nuestra mano.Esa enorme ampliación del horizonte de posibilidades lo ha alcanzado la ciencia y la técnica moderna al haber roto los límites impuestos por el concepto tradicional de naturaleza, en el que se había inspirado la filosofía: tradicional. La naturaleza era el marco insuperable en que debía profundizar el científico para penetrar en sus misterios y ponerlos al servicio del hombre. Aunque el concepto de sustancia, elaborado sobre ese supuesto,- hace tiempo que había dejado de tener vigencia, desde el punto de vista psicológico seguía ejerciendo una fascinación que resultaba útil por su operatividad. Ha llegado, sin embargo, un momento en que ésta ha dejado de ser tal, y hoy vivimos una revolución científica de una radicalidad tan grande que resulta imposible ignorar. Por mucho que les duela a los filósofos tradicionales, los conceptos de naturaleza y de sustancia,así como el de "ser" que servía de sustento a ambos, han dejado de tener sentido.

Los avances científicos del siglo XX han permitido llegar a los más arcanos rincones del mundo físico, químico, biológico o energético. Hagamos un breve repaso. En el mundo aparentemente sólido de la materia, la física nuclear ha demostrado que esa solidez no existe y que hasta los objetos más macizos no son sino compuestos de partículas subatómicas en perpetuo movimiento. Desde la perspectiva de la química, la investigación de laboratorio pone a nuestra disposición una infinidad de productos sintéticos que, ya sea desde el punto de vista médico (fármacos), ya desde el industrial (plásticos, fibra óptica, etcétera), han revolucionado el mundo en que vivimos. En el campo de la bioquímica, los avances han sido tan espectaculares que el hombre ha podido penetrar en los enigmas del genoma, trastocando las leyes de la genética. Por otro lado, los descubrimientos de la electrónica aplicados a la telemática han revolucionado nuestra forma de comunicación por medio del fax, el correo electrónico o. Internet.

En otra ocasión he llamado a estos cambios revolucionarios una mutación histórica, y creo que verdaderamente aún no hemos cobrado conciencia plena de lo que estos cambios suponen de tal. Detengámonos brevemente en lo que suponen algunos de los cambios anteriores para la vida cotidiana del hombre; por ejemplo -para centramos en la genética-, lo que supone la existencia de madres de alquiler, la fecundación in vitro, la maternidad posterior a la menopausia y, como consecuencia, el hecho de que una abuela pueda ser madre de su nieta -caso que, por cierto, ya se ha dado- Las posibilidades en el mundo de las telecomunicaciones son igualmente inmensas: el poder mantener una comunicación electrónica ininterrumpida con varias personas si tuadas en distintos y muy aleja dos puntos, del planeta, el poder obtener informaciones precisas y puntuales sobre los más variados temas desde cualquier parte del globo terráqueo, el poder tener en mi casa el fichero completo de cualquier biblioteca del mundo por alejada que esté.

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Una vez más -repito-, el horizonte de posibilidades que se abre ante nosotros es inconmensurable y sobrepasa la capacidad de recepción y, asimilación de cualquier hombre por dotado que esté. Se plantean así varios problemas: el primero es el de la insalvable distancia entre lo que el hombre puede hacer teóricamente y lo que, dadas sus condicionantes limitaciones e insuficiencias, realmente puede hacer. Es evidente que entre lo teórico y lo real cada hombre debe realizar una decisión en función de sus intereses y propósitos; en suma, a la luz del proyecto que él mismo se haya forjado.

El otro problema es todavía más grave y difícil de resolver, y viene dado por la distancia entre lo que puede hacer y lo que debe hacer, distancia que sólo puede salvarse mediante un querer (voluntad) que concilie el poder y el deber. Una conciliación entre uno y otro sólo podrá realizarse, igual que en el caso anterior, de acuerdo con la elaboración de un proyecto que vincule el poder y deber.

La importancia que la categoría de proyecto tiene para la vida humana ya fue puesto de manifiesto por Ortega y Gasset, que hace de ella uno de los ejes neurálgicos de su filosofía. Pero es un hecho que esa categoría adquiere ahora, a la vista de la encrucijada en que se encuentra el mundo, una importancia mayúscula que le da una dimensión ética trascendental. No se trata ya sólo de que el hombre por sus propias limitaciones: tenga que elegir entre posibilidades varias, sino del hecho de que muchas de las elecciones posibles no deben moralmente ser ejercidas. La cuestión se ha planteado ya con el caso de los ordenadores para satisfacer demandas sexuales con carácter pornográfico, y el tema ha adquirido caracteres dramáticos en relación con el acceso de los niños a programas de pedofilia. Pero mucho más grave es todo el horizonte de posibilidades que surge en torno a los meros descubrimientos genéticos, que incluyen incluso la posibilidad de intervenir quirúrgicamente en el genoma, trastocando las leyes de la herencia o produciendo series clonadas de seres humanos.

Es evidente que no todo lo que científicamente puede hacerse debe moralmente ser hecho, lo cual implica introducir limitaciones legales a la libre actuación del hombre. ¿Qué debemos hacer? ¿Cómo establecer los límites entre lo que se puede y lo que se debe? ¿Puede alguien hacer lo que quiera porque científicamente es posible, sin más limitaciones? Todas estas preguntas implican otra mucho más grave y que involucra a todas ellas: ¿en qué mundo queremos vivir? Ahora bien, decidirlo es pronunciarse sobre el proyecto de mundo que tenemos para el futuro, y esto es una decisión que no puede tomar nadie por sí solo y por su propia cuenta.

El proyecto de mundo nuevo que las posibilidades técnicas y científicas implican exige que profundicemos en el diálogo sobre estas cuestiones y que nos remitamos al horizonte ético en que deseamos proyectar el futuro -de la humanidad; de ahí la importancia filosófica de la categoría de proyecto. Pero eso implica a su vez una cierta claridad sobre la función de los intelectuales en la nueva sociedad que está empezando a aflorar; el tema es de tal envergadura que exige tratamiento independiente.

José Luis Abellán es catedrático de la Universidad Complutense.

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