Tribuna

El retorno del colibrí

Llegó revoloteando, como corresponde al pájaro mosca que lleva dentro. Punteó las escaleras, miró de reojo, picoteó los micrófonos y canturreó algunas declaraciones ante el enjambre de chicos de la prensa. Dijo, como siempre, que ya está aquí, pero que tiene medio corazón allí. Luego se puso la camiseta del Sevilla, pidió la pelota, señaló dos quiebros, amagó hacia la salida y se esfumó por los corredores de Sierpes, camino del Sánchez Pizjuán.Eso significa que jugará de nuevo con un plumaje prestado, lo cual no implica deslealtad alguna: conforme a lo convenido, él marcará para su equipo auté...

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Llegó revoloteando, como corresponde al pájaro mosca que lleva dentro. Punteó las escaleras, miró de reojo, picoteó los micrófonos y canturreó algunas declaraciones ante el enjambre de chicos de la prensa. Dijo, como siempre, que ya está aquí, pero que tiene medio corazón allí. Luego se puso la camiseta del Sevilla, pidió la pelota, señaló dos quiebros, amagó hacia la salida y se esfumó por los corredores de Sierpes, camino del Sánchez Pizjuán.Eso significa que jugará de nuevo con un plumaje prestado, lo cual no implica deslealtad alguna: conforme a lo convenido, él marcará para su equipo auténticos goles de néctar. Su fórmula no está escrita; su habilidad forma parte del misterio de la escuela brasileña. Tiene el sello inconfundible de todos los futbolistas que han conseguido prosperar en un difuso territorio comprendido entre la selva y Maracaná, pero es incomparable. En él, como en muchos de sus más ilustres paisanos, se da un contradictorio fenómeno de identificación y originalidad: es decididamente brasileño, pero no está hecho a semejanza de nadie. Alguien dirá que tiene una parte de Zico, quizá aquella demoledora exactitud para el disparo, y dos partes de Falcao, quizá aquella elegancia contenida para la maniobra y aquella liviandad tan especial para pisar el campo, pero, si nos limitamos a describirle por aproximaciones, siempre caeremos en una simplificación.

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Para comprender a este José Roberto Gama de Oliveira, a quien los niños del Brasil. comenzaron a llamar Bebeto, tendremos que estudiar el misterio que siempre acompañó a los artistas crepusculares. Puesto que se mueve entre la lógica y la intuición, o tal vez entre la geometría y el sueño, tan difícil será para un defensa central predecir sus goles cómo para nosotros llegar a explicarlos. Con él en la cancha podemos esperar cualquier cosa y, sin embargo, no podemos permitirnos la licencia de ser impacientes. Como a Curro y a la estrella fugaz, a él hay que saber esperarle.

Podemos predecir que, como todos los picaflores, se moverá alrededor de la maleza del juego, aunque desconozcamos qué color terminará atrayéndole y en qué lugar exacto acabará posándose. Montado en su esqueleto flexible y en su nerviosa velocidad animal, rondará el área, comparará los puntos de luz, y finalmente se detendrá en uno.

Entonces ocurrirán dos cosas: su lustre moreno tomará un brillo cárdeno, y marcará un gol irrepetible como una aurora.

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