Dame un abrazo

El hombre, delgado y cansado, se llamaba Juan Carlos. Mil ojos le observaban, pero él, sujeto con una mano a la barandilla del viaducto, se limitó a dar una calada a su marlboro, mirar a la mujer que tenía enfrente y decirle: "No me vas a convencer, lo tengo claro, me voy a tirar". La mujer, sin inmutarse, le respondió: "Tú no te vas a suicidar sin darme un beso". Fue el domingo por la mañana, y a Juan Carlos, de pie sobre una cornisa, no le separaba más que un suspiro de una caída de 23 metros en picado. Por eso, Carmen Montiel (en la foto), de 30 años, psicóloga voluntaria del Samur, insisti...

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El hombre, delgado y cansado, se llamaba Juan Carlos. Mil ojos le observaban, pero él, sujeto con una mano a la barandilla del viaducto, se limitó a dar una calada a su marlboro, mirar a la mujer que tenía enfrente y decirle: "No me vas a convencer, lo tengo claro, me voy a tirar". La mujer, sin inmutarse, le respondió: "Tú no te vas a suicidar sin darme un beso". Fue el domingo por la mañana, y a Juan Carlos, de pie sobre una cornisa, no le separaba más que un suspiro de una caída de 23 metros en picado. Por eso, Carmen Montiel (en la foto), de 30 años, psicóloga voluntaria del Samur, insistió: "Déjame hablar contigo, y luego, si quieres, te suicidas". Pero a Juan Carlos el ofrecimiento no le convenció: "Cuando me acabe el cigarrillo, me tiro". La psicóloga buscó entonces otra salida: le ofreció despejar la zona a cambio de que él se pusiera al otro lado de la barandilla. Juan Carlos dio otra calada. Ante este fracaso, la psicóloga, rodeada por dos amigos del suicida y con la mano apoyada en su brazo, bordó estas palabras: "Hay mucha gente contigo, nos importas, al menos danos un beso y un abrazo antes de irte". El hombre aceptó. Recibió en sus brazos a la amiga, al amigo, y cuando le abrazó la psicóloga, ya no pudo soltarse. En un segundo, la policía se hizo con él. Acababa de apagar el cigarrillo.

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