Tribuna:

Modelos

En el pase de modelos se exhibían diseños exclusivos que sólo estaban al alcance de señoras millonarias como aquella que ahora contemplaba el desfile junto a su marido en el salón de la moda de primavera. Por la pasarela flotaban increíbles criaturas en vueltas en las formas que para ellas habían imaginado los mejores modistos. Abanicándose con /el catálogo en primera fila la señora millonaria se había enamorado de una creación en seda salvaje que lucía una famosa modelo cuya belleza era legendaria. Tanto la gracia de la seda como el esplendor del cuerpo que la sustentaba provocaron una ovació...

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En el pase de modelos se exhibían diseños exclusivos que sólo estaban al alcance de señoras millonarias como aquella que ahora contemplaba el desfile junto a su marido en el salón de la moda de primavera. Por la pasarela flotaban increíbles criaturas en vueltas en las formas que para ellas habían imaginado los mejores modistos. Abanicándose con /el catálogo en primera fila la señora millonaria se había enamorado de una creación en seda salvaje que lucía una famosa modelo cuya belleza era legendaria. Tanto la gracia de la seda como el esplendor del cuerpo que la sustentaba provocaron una ovación en el público cuando aquella chica se deslizó descalza por la pasarela. La señora millonaria dobló suavemente el cuello hacia el marido: ese modelo exclusivo quiero que sea para mí, cueste o que cueste, le dijo. En ese instante el marido estaba imaginando algo parecido: esta modelo maravillosa quiero que sea para mí a cualquier precio, pensó sin decir nada. La mujer deseaba sólo la forma exterior, pero él buscaba la sustancia de dentro y como era un matrimonio muy rico ella se compró aquel modelo exclusivo, aunque hubo que adaptárselo a su cuerpo de 50 años; y el marido, que estaba al borde de los 60, se vistió con la carne íntegra de aquella modelo en sus medidas exactas sin que hubiera que retocarla en absoluto. La esplendorosa chica se convirtió en amante de aquel potentado. Al principio el hombre sólo usaba a esa modelo de noche, como pijama, en la cama. Después comenzó a exhibirla a su lado en alguna fiesta, en algún viaje, en la cubierta del yate. A veces coincidían los cuatro: la esposa y su modelo de seda, el marido y la modelo de carne. La verdad sólo está en la forma. Prueba de esto es que a la mujer el vestido siempre la rejuvenecía; en cambio al marido su espléndida amante le sacaba al exterior todo el espanto de la edad. De hecho, un día el potentado cayó fulminado por una angina de pecho debido al esfuerzo sobrehumano que hizo al ponerse el cuerpo de la amante que tanto le apretaba.

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