Tribuna:

La revolución pendiente

En ¿Tiene el hombre futuro?, Bertrand Russell se plantea el riesgo del aburrimiento en un mundo sin guerras, y, con un evidente sentido del humor, el filósofo propone que a los afectados por el tedio pacifista se les embarque en viajes espaciales. Cara solución. Creo que, en teoría, tras el final de la guerra fría y de la expectativa revolucionaria marxista-leninista, entre todos hemos descubierto la fórmula de que siga habiendo guerras y una esperanza revolucionaria, eso sí, una, la verdadera esperanza revolucionaria que, como las mujeres bien casadas, ha de llevar un anillo con una fe...

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En ¿Tiene el hombre futuro?, Bertrand Russell se plantea el riesgo del aburrimiento en un mundo sin guerras, y, con un evidente sentido del humor, el filósofo propone que a los afectados por el tedio pacifista se les embarque en viajes espaciales. Cara solución. Creo que, en teoría, tras el final de la guerra fría y de la expectativa revolucionaria marxista-leninista, entre todos hemos descubierto la fórmula de que siga habiendo guerras y una esperanza revolucionaria, eso sí, una, la verdadera esperanza revolucionaria que, como las mujeres bien casadas, ha de llevar un anillo con una fecha por dentro.Ya no hay amenaza de un conflicto entre el Este y el Oeste, pero el Norte sigue pudiendo gozar del placer de utilizar el Sur como punching de todas sus agresividades naturales, fruto de su incontenible impulso desarrollista. Y por si esa guerra implícita no permitiera demasiadas satisfacciones porque los cadáveres del Sur o del Cuarto Mundo subyacente en el Primero se mueren bajo las alfombras telemáticas del sistema, ahí tenemos esas nuevas guerras civiles según el concepto de Toffler o Enzensberger, roturas de las fallas del sistema tectónico de la pax clintoniana o hillariana. Bien abastecidos de guerras civiles que desnuclearizan las adrenalinas y nos devuelven al placer del exterminio casi manual o bioquímico de aquella fascinante II Guerra Mundial, podríamos quejarnos de que tenemos frustrada la ansiedad revolucionaria. Falsa apreciación.

La revolución ha llegado, y esta vez no la dirige una minoría mesiánica de descamisados fascinerosos auxiliados por señoritos intelectuales desclasados. Esta vez, la revolución la conducen tecnócratas llenos de masters, científicos sociales avezados en las dos ofertas de verdad que han dividido el mundo a lo largo del siglo XX: el capitalismo y el socialismo en todas sus variantes. Aquí está la revolución capitalista, sabia síntesis de la pulsión del individualismo anarquista a secas y del individualismo anarquista de la derecha partidaria del caníbal libre en la naturaleza libre.

La revolución capitalista tiene, como todas las revoluciones que se precien, tres alas, y en este caso cabe diferenciar tres actitudes, tres ritmos, tres coartadas. El ala revolucionaria que procede del socialismo, sarampión de su juventud, aún cree necesario vender que la revolución está destinada a salvar el Estado del bienestar. El ala centrista es menos sentimental o menos astuta y pretende justificar su mesianismo revolucionario en la implacabilidad de las verdades económicas, al margen de que el economicismo sea o no un humanismo. La tercera fracción la ocupan los maximalistas de la revolución, auténticos Robespierres del nuevo orden que hacen en ocasiones lema fundamental de los mandatos de Escrivá de Balaguer a sus súbditos cuando están poseídos por lo evidente: "¡Tonto! ¡Tontísimo!: ¿qué te importa cuando vas derecho a tu fin, cabeza y corazón borrachos de Dios, el clamor del viento o el cantar de la chicharra, o el mugido o el gruñido o el relincho?... Además... es inevitable: no pretendas poner puertas al campo".

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La tríada revolucionaria es universal porque el mercado es uno, la verdad es una y el ejército salvaguardor también es uno. Pero es que incluso España dispone hoy día de ejemplares humanos que representan las tres subculturas de la nueva revolución, desde el señor Piquer, que cumple el requisito de joven de izquierdas cuando tenía corazón que se ha convertido en hombre maduro de derechas ahora que tiene cerebro, al señor Termes, siempre de una pieza, pero que ha pasado de aceptar a regañadientes el Estado social defendido por la doctrina ídem de la Iglesia a pedir del Estado bonsái a tenor de las metáforas más polisémicas del fundador del Opus Dei: sea la de la Unidad y Sujeción para el triunfo de la revolución, sea la del Apostolado del Almuerzo para sus víctimas.

¿No hay centro en esta nueva, novísima revolución pendiente? El centro lo ocupa la ciencia económica y su ismo, el economicismo, hoy con el señor Barea a la cabeza, pero muy bien flanqueado por un elenco completo de economista que le jalean desde los más diversos pasados. Aunque a los legos nos cabe sospechar cuán versátil es esa ciencia porque sabios en otro tiempo estatal-intervencionistas vía Falange Española y de las JONS, como el doctor Velarde, o vía Partido Comunista de España, como Ramón Tamames, están hoy en el frente revolucionario neoliberal. Ya decía Engels, con perdón, que la historia de la ciencia es la historia de una serie decreciente de errores, y además, en definitiva, sólo se trata de cambiar de revolución pendiente: de la falangista o de la marxista o de la espiritualista a la revolución capitalista.

Representantes en la tierra de esta revolución aplazada, los gobernantes del PP ya han dado durante los 100 primeros días de su mandato pruebas evidentes de que, más que de una revolución aplazada, deberíamos hablar de una revolución recuperada, porque la lógica que ha presidido las vacilaciones de la política gubernamental se parece muchísimo a una combinación de reaccionarismo estatalista represivo combinado con el entreguismo minifaldero neoliberal al poder económico realmente existente que ha caracterizado la política de las derechas desde que empezaron su revolución de derechas.

Antes, mucho antes incluso de que aparecieran las desdichadas, fallidas, vencidas y desarmadas revoluciones de izquierda.

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