Tribuna

Insuficiencia política de la aritmética

La aritmética estudia la composición y descomposición de cantidades representadas por números. Presupone, pues, la homogeneidad de éstos. Lo que queda en una serie sucesiva, de acontecimientos o de cosas, cuando se prescinde de los objetos mismos. Por el contrario, hay otra vía de acceso a la realidad que sólo atiende a lo particular y aprehende el objeto en lo que tiene de individual, cambiante y cordial. Aquélla permite formular leyes generales de la naturaleza; ésta, comprender lo singular, propio de la vida. Por eso es un grave error aplicar uno u otro método a objetos que le sean ajenos. ...

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La aritmética estudia la composición y descomposición de cantidades representadas por números. Presupone, pues, la homogeneidad de éstos. Lo que queda en una serie sucesiva, de acontecimientos o de cosas, cuando se prescinde de los objetos mismos. Por el contrario, hay otra vía de acceso a la realidad que sólo atiende a lo particular y aprehende el objeto en lo que tiene de individual, cambiante y cordial. Aquélla permite formular leyes generales de la naturaleza; ésta, comprender lo singular, propio de la vida. Por eso es un grave error aplicar uno u otro método a objetos que le sean ajenos. Y nuestra política adolece de ese error: aplica la aritmética a lo que no son sólo números homogéneos, sino objetos muy diferentes entre sí, repletos de realidad y afectividad.Es claro que el primer camino es más fácil de transitar, sobre todo si no se rebasan las cuatro reglas, pero tiene el inconveniente de no conducir a parte alguna. Y la realidad política está repleta de operaciones aritméticas. Así, cuando se reduce el futuro de la integración europea a la observancia de ciertos plazos, con independencia incluso, de su contenido, o cuando se trata a los grupos palamentarios de manera que los diputados del viejo Reino de Navarra son los que integran el grupo Canario. Pero el fenómeno es aún más evidente y grave si se atiende a la actitud de políticos, dirigentes sociales y fautores periodísticos de opinión a la hora de preocuparse y ocuparse de la gobernabilidad del Estado. El único problema parece ser sumar la mayoría absoluta de los componentes del Congreso de los Diputados, con independencia de quienes sean y a qué coste y con qué finalidad se consiga a la larga su voto a la hora de la investidura.

De un lado, los conflictos a resolver se substituyen por los votos a conseguir. Así, no han faltado comentaristas que, después de propugnar, con el énfasis habitual, el pacto con los nacionalistas, hayan considerado que el voto vasco no era ya necesario ni, en consecuencia, el problema vasco existía, una vez que el grupo canario había comprometido su voto en pro del candidato popular. El "arreglo" pendiente desde 1839, negado mientras se daba por supuesta la mayoría absoluta y propugnado al día siguiente de conseguir la relativa, carecía de importancia si el voto vasco se compensaba con el de otros diputados, igualmente dignos, pero que encaman y aportan problemas y vivencias de todo punto distintas. El número es lo único que importa y, por ello, se hace abstracción de la realidad de los objetos.

Análogo es el caso de quienes hablan todos los días de gobernabilidad, pero cifran ésta, tan sólo, en construir, cuanto antes mejor, una suficiente mayoría capaz de dar la investidura, sin parar mientes en un explícito y explicitado, concreto y cuantificado programa de gobierno y cuál es la solidez de la mayoría política que ha de apoyarlo y llevarlo a la práctica. También aquí lo único que parece contar es el número y la intuición fundamental de la aritmética, el tiempo.

Por último, el mundo nacionalista sucumbiría también a esta visión puramente cuantitativa de la política si el reconocimiento de la propia e infungible realidad nacional se redujera a una tabla de transferencias competenciales o a una cuantificación económica. Porque es claro que de aquélla y de su trabazón institucional pueden y deben derivarse éstas, pero no necesariamente a la inversa. Y si es peligrosa, para todos, la retórica vacía de las declaraciones de intenciones no lo es menos, para todos también, la reducción de! la magna cuestión de la plurinacionalidad a las técnicas de financiación y a las delegaciones de competencias.

La política, por doquier, pero muy especialmente ahora y aquí, es una cuestión de ser. El de un programa que se conozca de una vez por la ciudadanía; el de una mayoría capaz de llevarlo a la práctica presupuestaria, legislativa y gubernamental; el de un amplio consenso del arco parlamentario capaz de respaldarlo; el de unas identidades nacionales que, por reconocidas, puedan ser integradas en el Estado común sin reticencias. Hacerlo requiere sin duda un Gobierno, una investidura y una mayoría, pero ésta ha de construirse integrando en tomo a un proyecto compatible y compartido.

Para ello hay que abordar la realidad en su singularidad y espesor y trascender los meros números a sumar y restar. Porque la razón aritmética sirve para pensar, pero no da que pensar ni menos aún que ser.

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