Tribuna:

Madrid paga el pato

El afán del PP por convencer al pueblo español de que es un partido de centro ha recibido muchas críticas, y todo porque se le ha interpretado mal. No han querido decir que no fueran de derechas, sino que habían creado un partido en el centro, por el centro y para el centro. Es decir, un partido centralista con pretensiones de gobernar de espaldas a la periferia, a las provincias. Lo malo es que no se trata sólo de una estrategia electoral, sino de una actitud que responde a una ideología. De otro modo, en asuntos tan delicados se le notan a uno las dudas, aunque, como en el caso...

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El afán del PP por convencer al pueblo español de que es un partido de centro ha recibido muchas críticas, y todo porque se le ha interpretado mal. No han querido decir que no fueran de derechas, sino que habían creado un partido en el centro, por el centro y para el centro. Es decir, un partido centralista con pretensiones de gobernar de espaldas a la periferia, a las provincias. Lo malo es que no se trata sólo de una estrategia electoral, sino de una actitud que responde a una ideología. De otro modo, en asuntos tan delicados se le notan a uno las dudas, aunque, como en el caso del señor Aznar, se logre mantener el mismo careto felicitando un cumpleaños y dando un pésame.Pero en esta campaña de desprestigio contra Cataluña y el País Vasco (Galicia la respetaron, allí la calle es de don Manuel) acaba pagando el pato Madrid.

La convivencia está basada en el respeto al prójimo, y esto significa, entre otras cosas, que hay que reprimir lo que de xenófobo, intolerante, machista, violento, etcétera, tenemos para que, a su vez, los demás nos respeten y nos quieran. El embrutecimiento es muy peligroso porque tiene un enorme poder liberador, actúa como un acelerador de neuronas, dispara el cerebro, diluye las represiones, nos conecta con nuestro origen animal; en definitiva, nos dispensa de la enorme carga cultural que conduce nuestras vidas. Así, tenemos una tendencia natural a exterioriza lo peor de nosotros sí nos dan ocasión, si las autoridades legitiman moralmente la brutalidad mental. No hay que dejar margen para que las declaraciones, programas, arengas, debates y demás manifestaciones públicas de los líderes políticos puedan servir de catalizador de esas masas que quieren desbordarse. Una pequeña muestra de estas actitudes la vimos la noche de las elecciones frente a la sede del PP. Miles de jóvenes madrileños dieron rienda suelta a su forma de entender la tolerancia gritando la, desgraciadamente, célebre frase: "Pujol, enano, habla castellano". Esta gente no ha salido de la nada. Siempre ha pensado así, pero hasta hace muy poco no lo manifestaba en público, y menos a voz en grito, porque entendía que constituía una agresión, una falta de respeto, de educación cívica. Eran muchos los que creían que la cosa del idioma estaba superada, y ya ves...

Por suerte, los resultados electorales van a ser un curso intensivo de tolerancia, respeto y democracia para los líderes de la derecha de este país, que andan muy justitos de todo eso.

En el Madrid de mi juventud nadie podía decir esas estupideces sin cometer un suicidio social, y ahora no se van a poder decir porque se comete un suicidio político. Bueno, el caso es que no se digan. El señor Aznar, que para su campaña ha sacado de la nevera a artistas y personajes que daban vivas a Franco, no quiere mirar hacia atrás. Es un hombre de presente volátil, porque cuando dice "hacia atrás" se refiere a que no quiere revisar lo dicho hace dos días, de donde se deduce que al perder la mayoría absoluta que le daban sus asesores y hagiógrafos ha perdido también peso específico. Ha dejado de lado ese paso firme y marcial con el que hizo la campaña. Ahora no quiere dejar huella en la historia. Quiere pasar de puntillas por esta coyuntura que le va a obligar a ponerse una barretina y dejarse el bigote como Dalí.

Mientras, hay un Madrid, una mayoría, que piensa que le defiende el que ataca a sus vecinos. Madrid debe ser por tradición, derecho y dimensiones (somos cuatro millones) una ciudad abierta, generosa. Se ha criticado mucho la juventud que creció en la tolerancia y vio nacer la famosa movida madrileña. Aquello fue, en efecto, una tontería, pero una tontería menos peligrosa que la de los que dan saltitos pretendiendo que sólo hay una lengua. Ellos tan morenos y ellas tan rubias, todas rubias, igual de rubias, como sacadas de un molde, de una portada de revista del corazón, del despacho de un director general. Aunque, la verdad, no sabe uno si son rubias o son gualdas.

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