Un infierno en el paraíso

Pese a la calma y a sus bellezas turísticas, Dunblane encierra la semilla del odio

El destino había sido generoso con Dunblane. Una pequeña joya estética entre pueblos anodinos como Doune, Stirling o Callender. Dunblane, poblado por 9.000 ciudadanos de clase media, muchos de ellos ingleses, posee una hermosa catedral gótica del siglo XIII -aunque muy retocada en el XIX-, un bello río, el Allan Water, un conjunto armonioso de casitas de piedra y unos alrededores poblados de chalés unifamiliares que huelen a placidez burguesa.El trágico suceso del miércoles 13 ha seccionado, sin embargo, con la precisión de un escalpelo, la realidad aparente para dejar al descubierto una trama...

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El destino había sido generoso con Dunblane. Una pequeña joya estética entre pueblos anodinos como Doune, Stirling o Callender. Dunblane, poblado por 9.000 ciudadanos de clase media, muchos de ellos ingleses, posee una hermosa catedral gótica del siglo XIII -aunque muy retocada en el XIX-, un bello río, el Allan Water, un conjunto armonioso de casitas de piedra y unos alrededores poblados de chalés unifamiliares que huelen a placidez burguesa.El trágico suceso del miércoles 13 ha seccionado, sin embargo, con la precisión de un escalpelo, la realidad aparente para dejar al descubierto una trama de miserias y cerrazones que deja ver el infierno por detrás del paraíso.

Es imposible mirar a Dunblane con los mismos ojos. Las hermosas casas victorianas, la catedral y el río producen ahora una impresión siniestra. No es tan sólo una ciudad poblada por el dolor, como explicaba ayer la concejala Anne Dickson al declarar: "Luchamos desesperadamente por mantenernos unidos y superar la tragedia". Ni por el mal. "El mal nos visitó ayer [por el miércoles]. No sabemos por qué", afirmó el director de la escuela que sufrió la matanza, Donald Taylor. Dunblane llora a las más tiernas víctimas de la historia criminal británica pero no puede desembarazarse de la sombra de culpa proyectada por el asesino, Thomas Hamilton.

La impresión de que el horrible verdugo de los niños de Dunblane era también una víctima, se. percibe escuchando las declaraciones descalificadoras contra Hamilton prácticamente unánimes en el pueblo.

En Stirling, donde vivía, los vecinos le acusaban, sin pruebas, de tener los muros de la casa tapizados con fotografías de jóvenes semidesnudos, y en Callender, a unos 20 kilómetros de distancia, la gente le cerró el paso cuando quiso ingresar en el club de tiro.

Uno de los miembros del club. de fusil y pistola de Callender -en Escocia la pasión por el tiro es enorme-, panadero para más señas, explicaba ayer con el ceño fruncido sus motivos para no aceptarle. "Lo conocía muy bien y nunca me gustó. No creo que tipos así deban tener acceso a las armas de fuego".

En cambio, la policía que llegó a conocer a fondo al asesino, no sólo por las denuncias presentadas contra él sino por las continuas quejas que él presentó contra la comunidad, no encontró razones de peso para retirarle el permiso de armas. Después de todo, en el Reino Unido existen cerca de dos millones de ciudadanos con licencia de armas y, pese a las recientes presiones para que las autoridades endurezcan la actual legislación, que data de 1988, es poco probable que esto llegue a ocurrir.

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Más preocupación causa el millón de armas ilegales que circula por el país. La Policía Central de Escocia optó recientemente por comprar con cargo a sus propios presupuestos parte del armamento a la venta en la región.

Miembros del club de tiro de Dunblane negaban ayer cualquier conexión entre la afición a las armas y el deseo de perfeccionar la puntería y el instinto criminal. A su juicio, Thomas Hamilton estaba lejos de representar al verdadero aficionado de este deporte olímpico.

Ilustres vecinos de Dunblane, como el portavoz laborista para Escocia, George Robertson, que tiene su domicilio en la misma calle donde se alza la escuela de la tragedia, procuraban ayer encontrar palabras de consuelo para los familiares de las víctimas enfrentadas "a este increíble horror", eludiendo la condena. Otro tanto hizo en la rueda de prensa habitual el jefe de la policía de Stirling William Wilson, también residente en Dunblane, quien se limitó a mencionar el sufrimiento que la investigación ha causado a las fuerzas del orden.

"Aquí todo el mundo se conoce. La tragedia ha afectado a todo el mundo. Todos los clubes -el de badminton, la sociedad de teatro...- han cerrado sus puertas. No somos capaces de pensar en el futuro", declaraba ayer el director de la Oficina de Turismo de Stirling, residente también en Dunblane.

¿Provocará esta tragedia una huida masiva de los habitantes de clase media de Dunblane? "No lo creo. Seremos capaces de superarlo, aunque nadie sabe en cuánto tiempo", dijo Kristen McDouglas, una elegante vecina del pueblo.

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