Editorial:

Con la Constitución contra sus enemigos

EN NO ceder a actitudes que minan la autoridad y legitimidad del Estado "nos va la vida, la del Estado que necesitamos y la nuestra individual, porque Cada vez que matan a un hombre en la calle nos matan un poco a cada uno de nosotros". Cuando Francisco Tomás y Valiente escribió estas líneas, las finales de un artículo póstumo que el lunes remitió a EL PAÍS y que hoy se publica en estas páginas, no sabía que estaba redactando su testamento político. Lo que seguramente sí sabía el ex presidente del Tribunal Constitucional, vilmente asesinado ayer en Madrid, es que con ese artículo estaba interp...

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EN NO ceder a actitudes que minan la autoridad y legitimidad del Estado "nos va la vida, la del Estado que necesitamos y la nuestra individual, porque Cada vez que matan a un hombre en la calle nos matan un poco a cada uno de nosotros". Cuando Francisco Tomás y Valiente escribió estas líneas, las finales de un artículo póstumo que el lunes remitió a EL PAÍS y que hoy se publica en estas páginas, no sabía que estaba redactando su testamento político. Lo que seguramente sí sabía el ex presidente del Tribunal Constitucional, vilmente asesinado ayer en Madrid, es que con ese artículo estaba interpelando a lo más profundo de la conciencia ciudadana: invitándonos a no ceder frente a quienes buscan con sus crímenes la desmoralización de los demócratas; a evitar sucumbir a esa fatal tentación de pensar que la cosa no tiene remedio o, lo que es equivalente, que el remedio está en que la mayoría se someta al dictado de los pistoleros.Francisco Tomás y Valiente simboliza como pocos españoles contemporáneos la defensa de los valores y libertades constitucionales. La unidad de los partidos democráticos contra el terrorismo, evidente en las declaraciones que siguen a los atentados, tiende a desaparecer tan pronto como se apagan las velas. Ojalá que esta muerte sea percibida por todos los ciudadanos como una voz de alarma, sobre los riesgos que corre la democracia bajo los golpes del terrorismo, y ojalá que su movilización cívica obligue a los partidos y a sus líderes a abandonar esa dinámica que les lleva a supeditar sus convicciones democráticas a consideraciones o intereses particulares.

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De eso trata el artículo de Tomás y Valiente: de las razones que han provocado que "en poco tiempo se haya desandado" el camino recorrido contra los terroristas. Por una parte, la guerra sucia -inadmisible, inmoral e inútil-; pero también su utilización oportunista, para intentar debilitar al Gobierno legítimo, por parte de algunos políticos y otras personas influyentes en la opinión pública. Quienes han intentado sacar partido del error -y del crimen- cometido 12 años antes no podrán alegar que desconocían que nadie obtendría de ello tanta. ventaja como ETA. Los GAL no son un problema real de la sociedad española de hoy, mientras que ETA sí lo es. Esta evidente consideración de lo obvio hubiera debido, cuando menos, inspirar actuaciones menos oportunistas.

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Pero el retroceso es también consecuencia, como nos recuerda Tomás y Valiente, del discurso deslegitimador del Estado y de la Constitución emanado de una visión concreta del nacionalismo. El autor del disparo mortal, si se atiende a los testigos del asesinato y se confirma la impresión de la policía, ha sido un joven nacido en 1970. Seguramente, al desde su niñez viene escuchando -en las aulas de las ikastolas, en los debates de la televisión autonómica, en algunos discursos del Aberri Eguna- que la voluntad de los vascos está secuestrada, que el Ejército impide el pleno ejercicio de las libertades de Euskadi, que la Constitución española es una continuación de las leyes franquistas, que hay que temer mas a España que a ETA, que la paz pasa por dividir la razón entre los que matan y sus víctimas. Para no hablar del significado ambiguo de algunos sermones y actitudes de la jerarquía católica.

No sólo eso: si el autor es el que se sospecha, se trata de uno de los seis activistas que figuran en los carteles distribuidos a la población por el Ministerio del Interior hace 15 días. Tales carteles merecieron la desautorización insidiosa de algunos medios con el argumento de que su difusión convertía en sospechosos a "miles de ciudadanos normales". No hay miles de ciudadanos que, además de tener la edad y los hábitos reseñados como característicos de los etarras, se parezcan a los de las fotografías. Y la experiencia nos ha enseñado que no es posible acabar con un fenómeno como el, terrorismo de ETA sin que los ciudadanos, y también los partidos, cada uno en su terreno, asuman su cuota de sacrificio o incomodidad.

Naturalmente, luego está lo que se llama el entorno de ETA, la complicidad pasiva o activa de quienes la jalean, el secuestro de las libertades por parte de Jarra¡, el uso de la amenaza, la extorsión y el chantaje en boca de dirigentes de HB, la impunidad con que se mueve KAS y la desgracia objetiva de un país, el vasco, en el que los bandoleros matan a cara descubierta y los policías tienen que ocultar sus rostros por motivos de seguridad.Al asesinar a alguien como Tomás y Valiente, ETA quiere demostrar que nadie está fuera de peligro. Aspira a que los ciudadanos, atemorizados, renuncien a resistir y pasen a exigir al Gobierno que acepte las imposiciones de los terroristas. De paso, ETA vuelve a irrumpir de nuevo, tras el atentado contra Fernando Múgica, en el proceso electoral, seleccionando a sus víctimas, desarmadas e indefensas, entre los. círculos socialistas. Pero el lúcido mensaje dejado por Tomás y Valiente es que si la situación se ha deteriorado en tan poco tiempo ha sido por errores concretos; y que todos ellos son subsanables si no dejamos que nos venza el miedo, la desmoralización o la indiferencia.

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