Tribuna:DEBATES

El péndulo de la historia

Una avalancha de votos rojos se ha abatido sobre Rusia en las elecciones legislativas del pasado 17 de diciembre. Los comunistas de Guennadi Ziugánov y los más radicales de Víktor Anpílov obtuvieron en total 18 millones de sufragios. A ellos se pueden sumar los 7 u 8 millones del ex primer ministro Nikolai Rizhkov y del general Lébed, que se inclinan del mismo lado. Todos han inscrito en su programa el lema "Viva la Unión Soviética" y quieren anular mediante un voto de la Duma los acuerdos firmados el 8 de diciembre de 1991 entre los presidentes de Rusia, Ucrania y Bielorrusia sobre la ...

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Una avalancha de votos rojos se ha abatido sobre Rusia en las elecciones legislativas del pasado 17 de diciembre. Los comunistas de Guennadi Ziugánov y los más radicales de Víktor Anpílov obtuvieron en total 18 millones de sufragios. A ellos se pueden sumar los 7 u 8 millones del ex primer ministro Nikolai Rizhkov y del general Lébed, que se inclinan del mismo lado. Todos han inscrito en su programa el lema "Viva la Unión Soviética" y quieren anular mediante un voto de la Duma los acuerdos firmados el 8 de diciembre de 1991 entre los presidentes de Rusia, Ucrania y Bielorrusia sobre la disolución de la Unión Soviética. Se trata de un gesto puramente simbólico, porque las 14 repúblicas ex soviéticas que han alcanzado la independencia no se. precipitarán de vuelta al seno de la antigua Unión.Pero para Borís Yeltsin, que se jactó ante el Congreso de Estados Unidos de "haber destruido de una vez por todas el monstruo comunista", este regreso triunfante de los rojos supone una terrible desautorización. Es el último de los tres presidentes de Bielowierza que permanece en el poder, y se siente asediado.

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En 1991, el Partido Comunista de la Unión Soviética no hizo nada por defender la URSS; sus diputados en el Sóviet Supremo ruso votaron a favor de los acuerdos de Bielowierza. Muchos se convirtieron rápidamente a la economía de mercado, "para replegarse a las posiciones comerciales preparadas de antemano", como se dice en la actualidad. Las bases, abandonadas a su suerte, tampoco reaccionaron. En Rusia no se vio a un Salvador Allende dispuesto a morir bajo la bandera roja para defender sus ideas.

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Sólo después de la conmoción de la hiperinflación de 1992, que les privó de todos sus ahorros, algunos volvieron a declararse comunistas y enarbolaron los colores de la Unión Soviética. La caída de la producción mostró, en efecto, que el estallido de un sistema económico integrado provocaba una crisis catastrófica, nunca conocida antes. Con ello, los mismos diputados que habían votado por los acuerdos de Bielowierza se alzaron contra el Gobierno de Yeltsin-Gaidar.

Sin embargo, en el referéndum celebrado el 25 de abril de 1993, el 53% de los votantes todavía aprobó la reforma en curso. Es cierto que Borís Yeltsin firmaba que si las cosas no mejoraban en seis meses "se tumbaría sobre las vías para que lo aplastara un tren". Cinco meses después, lo que hizo fue algo muy distinto: disolvió el Sóviet Supremo y el 4 de octubre de 1993 mandó a sus tanques que lo bombardearan.

El filósofo alemán Ernst Bloch, al final de su vida, afirmó con exageración polémica: "El peor de los socialismos es mejor que el mejor de los capitalismos". Eso es lo que piensan en la actualidad, con razón o sin ella, numerosísimos rusos. Después de haber tenido el peor de los socialismos, sufren un capitalismo que los ha privado de todos los derechos sociales. Ha caído el tabú anticomunista; la evocación del Gulag y de otras desgracias del pasado, ya no cala en los ánimos. Este país está harto de la arrogancia de los nuevos ricos y de una delincuencia financiera que preocupa incluso a los occidentales.

En Moscú y en las provincias rusas se añora la época en que el pan sólo costaba 18 kopeks y cada uno podía vivir de su salario. Por tanto, el lema "Viva la Unión Soviética" ha encontrado un amplio eco, y los candidatos comunistas han vencido en casi todas las eleciones regionales que se celebraron desde el año 1994.

Sin embargo, como el regreso al antiguo régimen, ya no es posible, había que proponer otro modelo de sociedad; el bando comunista se dividió inmediatamente en torno a esa cuestión. Guennadi Ziugánov sabe moverse en el escenario político, cuyas trampas conoce bien. Sabe que su bandera roja ornada con la hoz y el martillo le dará los sufragios de los que añoran el peor de los socialismos, y se ha establecido el objetivo de tranquilizar a los demás.

Por tanto, ha declarado que no anulará Ios logros del sector privado de Ia economía". Eso le valió una invitación a desayunar con Clinton durante la visita de éste a Rusia y una acogida favorable en la Cámara de Comercio estadounidense en Moscú. Este éxito amenazaba con perjudicar su imagen ante las bases, y Ziugánov se apresuró a puntualizar que examinará con lupa los intereses particulares de determinados grupos que están bajo la sospecha de haberse enriquecido de forma ilegal.

En una democracia, ¿no corresponde una verificación así al poder judicial, y no al ejecutivo? Según Ziugánov, el refuerzo del control del Estado es urgente para poner fin a la fuga de capitales y para introducir una fiscalidad que dé al gobierno los medios para reparar las injusticias sociales. "No soy un mago y no prometo milagros", dice con frecuencia.

Víktor Anpílov, líder de la Rusia del trabajo, tampoco se plantea volver al antiguo socialismo, pero no cree que el sector privado haya sido un logro para Rusia. Por tanto, defiende "el mercado exclusivamente socialista basado en la autogestión".

Gran agitador obrerista, se le ha acusado de contar más con las milicias armadas -en 1993 hubo algunas delante del Parlamento ruso- que con las urnas. En aquella época, Anpílov creía en una inminente explosión social y pedía la abstención. Más tarde, Ziugánov consideró que la alianza con Anpílov era demasiado comprometedora, y llegó a pensar que este último no obtendría las 200.000 firmas necesarias para presentar su lista.

Una de las sorpresas de las elecciones legislativas del pasado 17 de diciembre ha sido el éxito relativo de la lista de Anpílov y de otra favorable a "la autogestión de los trabajadores"; sumados los votos de ambas, han superado los obtenidos por la Opción Democrática de Rusia de Yégor Gaidar, padre de la terapia de choque.

Además, algunos candidatos escogieron a Ziugánov para ser elegidos, pero siguen apoyando a Anpílov de corazón. En el Kremlin se cree que, con el tiempo, se producirá una escisión entre los Comunistas. presentes en la nueva Duma.

Sin embargo, las elaboraciones programáticas de unos y otros son muy modestas. El voto rojo presa el resentimiento de un país en el que un tercio de la población vive por debajo del umbral de la pobreza y que está harto de una reforma que lo empobrece. En 1993, después del bombardeo del Parlamento, el decano de los juristas rusos me dijo: "El péndulo de nuestra historia se mueve en sentido opuesto al de Borís Yeltsin". Tenía razón, pero sigue sin verse hasta dónde irá ese péndulo en un país en el cual todos los grupos de la oposición parecen adherirse al principio napoleónico de primero lanzarse y luego ver.

Mientras tanto, el voto de protesta favorecerá muy claramente al bloque rojo en las elecciones presidenciales de junio de 1996.

K. S. Karol es periodista francés especializado en cuestiones del Este.

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