Del metro a Campamento

Mientras en la superficie los puestos callejeros aprovechan el tirón navideño para atraer clientes, en el metro los veteranos vendedores ambulantes desconfían de estas fechas. O, cuando menos, se muestran bastante indiferentes.Un vendedor habitual de la estación de Diego de León, con más de un año de experiencia en el asunto, cuenta que en estos días ni venden más, ni cambian de género, ni, en fin, notan cambio alguno. "Lo único, que hay menos vendedores; por lo menos en esta estación. Muchos, se han ido a los puestos del mercadillo de Campamento", dice este vendedor, originario de Siria y con...

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Mientras en la superficie los puestos callejeros aprovechan el tirón navideño para atraer clientes, en el metro los veteranos vendedores ambulantes desconfían de estas fechas. O, cuando menos, se muestran bastante indiferentes.Un vendedor habitual de la estación de Diego de León, con más de un año de experiencia en el asunto, cuenta que en estos días ni venden más, ni cambian de género, ni, en fin, notan cambio alguno. "Lo único, que hay menos vendedores; por lo menos en esta estación. Muchos, se han ido a los puestos del mercadillo de Campamento", dice este vendedor, originario de Siria y con más de 28 años en España.

"Yo no he ido porque ya no hay sitio" señala. Después, a modo de máxima, concluye: "Para vender en el metro, el secreto es no tener nunca cosas que cuesten más de 500 pesetas". Otro vendedor de ésta estación, especializado en calcetines -"Quinientas pesetas por seis pares, que son seis pares por quinientas"-, opinaba que lo que faltaba por estas fechas era precisamente espíritu navideño: "Sí, hombre, espíritu navideño de los municipales, que hay mucho control. Tenían que dejar vender más, alzar la mano en estos días, que para eso es Navidad". El vendedor observa que llega el metro y repite: "Quinientas por seis pares, que son seis pares por quinientas".

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Tampoco en la estación de Gran Vía la Navidad anima a la clientela. En un rincón de un pasillo se aburría bastante un vendedor africano al pie de una manta llena de guantes, gorros y pañuelos. "No; no se vende más por Navidad. Ni más ni menos. Bueno, menos", dice sin convicción. Alguien le compró unos guantes por 300 pesetas. Este vendedor también seguía la máxima de todo buen ambulante: nada debe costar más de 500.

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