Editorial:

Lafontaine vuelve

EL RECIENTE Congreso del Partido Socialdemócrata Alemán (SPD) en Mannheim comenzó en un clima de desastre. Nada extraño en un partido que desde 1982 no toca poder federal y que sufre en los últimos meses un descenso de popularidad que los sondeos estiman en un 28%, la cota más baja de su larga historia. La crisis se ha visto agravada con un presidente, Rudolf Scharping, que demostraba una notoria carencia de cualidades de mando para evitar las continuas luchas internas entre los barones del partido. En ese clima, el discurso imprevisto de Oskar Lafontaine, tuvo un tremendo efecto revuls...

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EL RECIENTE Congreso del Partido Socialdemócrata Alemán (SPD) en Mannheim comenzó en un clima de desastre. Nada extraño en un partido que desde 1982 no toca poder federal y que sufre en los últimos meses un descenso de popularidad que los sondeos estiman en un 28%, la cota más baja de su larga historia. La crisis se ha visto agravada con un presidente, Rudolf Scharping, que demostraba una notoria carencia de cualidades de mando para evitar las continuas luchas internas entre los barones del partido. En ese clima, el discurso imprevisto de Oskar Lafontaine, tuvo un tremendo efecto revulsivo. Provocó la petición de una nueva -y no prevista- elección de presidente, que fue aceptada y acabó con el rotundo éxito de Lafontaine, con 321 votos frente a los 190 de Scharping. El discurso que provocó el giro brusco del congreso, aparte de su tono encendido y entusiasta, estaba centrado en la defensa de la paz, ciertas dosis de antimilitarismo y en la lucha contra el paro. Así despertó en los delegados viejos ideales socialistas.Pero un Congreso, por eficaz que fuera la táctica para darle un nuevo rumbo acabar con el letargo de y años, no garantiza un futuro político. Ahora Lafontaine tiene que acabar con las divisiones que en parte él mismo ha causado. Y tendrá que demostrar, su capacidad de liderazgo en el intento de, acabar con 16 años de gobierno de Kohl en las elecciones de 1998. Dispone de algunos argumentos sólidos para la campaña, pero no de un partido engrasado. Lafontaine recordará que fue él quien advirtió del elevado coste de la unificación alemana, contradiciendo el optimismo generalizado fomentado por Kolh. Los alemanes han comprobado que, al menos en parte, tenía razón. Alemania atraviesa una situación económica difícil y son varias las reformas pendientes aún en las que Kohl se enfrentará a conflictos sociales que, en principio, deberían ofrecer un terreno favorable para la oposición de izquierdas.

Oskar Lafontaine y a tiene la experiencia del fracaso de 1990, cuando fue candidato del SPD para la cancillería y obtuvo el 33,5% de los votos, el peor reisultado de la historia de dicho partido. Sus proyectos para la reducción de la jornada laboral chocaron con la oposición de los sindicatos y no calaron en la opinión pública. También sus peculiares ideas sobre la defensa europea y su siempre tensa relación con la. OTAN y Washington jugaron un papel clave. Puede ser que ahora su política sea más realista. Ha empezado afirmando el apoyo del SPD a la unidad europea. Sus ideas en la política de seguridad siguen siendo muy controvertidas también en su partido. Es probable que tenga que adaptarlas a la aspiración de muchos alemanes a un mayor papel militar exterior. Su aislacionismo en esta materia parece ya superado por los hechos.

El anuncio más espectacular tras su elección ha sido que está dispuesto a colaborar no sólo con Los Verdes, sino también con los ex comunistas del Partido Demócrata Socialista (PDS). Hasta ahora la colaboración con este último era rechazada por todos los dirigentes socialistas. Con esos aliados, Lafontaine puede conseguir la mayoría, pero también puede ocurrir que la alianza con los ex comunistas le haga perder los votos del ala más centrista del electorado socialdemócrata. Los ex comunistas alemanes están menos reciclados que sus homólogos de otros países. Con Lafontaine como presidente del SPD es lógico tomarle como punto de referencia para juzgar la política del partido de cara a las próximas elecciones generales. Sin embargo, el SPD no ha designado aún candidato a la cancillería. Lo hará en 1997. Hay tiempo, pues, para poder medir los efectos de la designación de Oskar Lafontaine como presidente del socialismo germano.

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