Reportaje:SONIDOS MUERTOS

Los gritos perdidos

Días de silencio, un bien escaso en la ciudad el resto del año. Y el silencio, casi oprimente en las calles más antiguas, está hecho de ausencias. Faltan pitidos y motores, el ruido nuestro de cada día. No siempre fue así. Por eso, alguna vecina de toda la vida sé asoma al balcón y hace un inventario de las, desapariciones que alumbra la falta de barullo: es la nostalgia de los gritos perdidos.Acallados por la desaparición de los oficios; por las nuevas formas de comercializar productos o tareas, también; por el tráfico, incluso. Madrid suena de otra manera.'La vecina, de nombre Virgini...

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Días de silencio, un bien escaso en la ciudad el resto del año. Y el silencio, casi oprimente en las calles más antiguas, está hecho de ausencias. Faltan pitidos y motores, el ruido nuestro de cada día. No siempre fue así. Por eso, alguna vecina de toda la vida sé asoma al balcón y hace un inventario de las, desapariciones que alumbra la falta de barullo: es la nostalgia de los gritos perdidos.Acallados por la desaparición de los oficios; por las nuevas formas de comercializar productos o tareas, también; por el tráfico, incluso. Madrid suena de otra manera.'La vecina, de nombre Virginia y con 70 anos vividos en el centro, no se hace grandes dramas: "Ahora las cosas son de otra forma, y hay que acostumbrarse. Antes se voceaba todo, incluso en los mercados". Sin embargo, al despuntar los últimos días de julio, la mujer tuvo una sorpresa musical "Escuché un chiflo en la calle". EI reclamo de quien saca filo a cuchillos o tijeras¡El afilador!. tiña figura que ha dejado, de menudear,, sobretodo en su versión ambulante. Muy cerca del domicilio de Virginia, en el mercado de la Cebada, aún subsisten dos con establecimiento abierto. El más joven, que tiene de vecino a un carnicero, hálal (expende carne sacrificada según el rito musul inán), es, afilador de tercera ge neración. No se hace muchas ilusiones con el futuro del oficio, heredado de un abuelo orensano que emigró con la rueda, como manda la tradición. "Si tengo hijos me gustaría que as piraran a más", apunta. Manuel González, tal es la gracia dé este hombre de 28, años, guarda el Silbo en herencia, pero no se le ocurre tocarlo: los clientes vienen solos.González, que nunca hizo, oposiciones a flautista de Hamelín, calcula que en Madrid deben de quedar. "unos 50 afiladores". Cuenta que meses atrás, los profesionales del afilado in tentaron agruparse en una asociación para, entre otras cosa, hacer frente común a los impuestos y licencias que tie nen que pagar. "Este oficio da para vivir, pero hay una repercusión muy grande de impuestos", se lamenta."El oficio está dado a desaparecer y los ambúlantes ya son franca minoría" matiza González. Por si acaso, ofrece la receta para un buen filo: "No debe ser muy, fino ni muy grueso, y quedar lo más recto posible., Para conseguirlo hay que, utilizar tres ruedas; la de esmeril, para afilar; la de fieltro, para suavizar; la de trapo, para rematar"..Afiladores: pocos y de nomadismo escaso. Otros oficios, y sus consiguientes, reclamos, han sufrido un destino aún más oscuro, que ha ensombrecido en ocasiones: definitivamente sus gritos"!EI paragüero lañador¡". Era el encargado de remendar con lañas (piézas que tapaban él agujero), sartenes y cacerolas. Amén de poner parches a los cacharros, arreglaba paraguas. Cuando eran reclamádos_sus servicios, solía instalarse en Ios patios de las fincas ejecutarlos. La vecindad quedaba inundada inundada por los golpes -con que remataba el parchdo.

"¡Sillero!".Recreándose en lae, se anunciaba el experto en reparar las sillas de, anea, un, mueble omnipresente en las casas antes de que la formica o el eskay hicieran su, masiva aparición.

"¡De la Alcarria..... miel". El mielero, voceaba su producto, quo acarreaba en vasijas de, barro y servía ayudado con un palo. La albarda sobre el blusón formaba parte de su uniforme."¡Requesón de Mirafloresl". Otro producto alimenticio que se. anunciaba a gritos de los, vendedores ambulantes. "¡Por trapos, cacharros!"., La voz que anunciaba este cambio solía correspónder a mujeres de etnia gitana. Ofrecían el trueque con un s aco a la espalda y un esta en la mano. El cliente les cambiaba ropa vieja, que ellas echaban al saco, y a cambio entregaban un plato o una fuente de los que llevaban en la cesta.Adiós a los trueques, aunque lo viejo siga teniendo quien lo quiera. Y con progresos."¿Hay algo vicio que vender?". De esta voz de los traperos provistos de carro con burro o caballo se ha pasado a "¡el chatarrero!" megafónico que emiten las furgonetas, a veces con un anadido de "¡lanero!" y un catálogo de las compras posibles, como colochones, lavadoras o muebles.La motorización y los adelantos sónicos han introducido cambios en algunos. de los oficios que se mantienen ambulantes. Ahora se. pueden emitir gritos grabados, corno hacen algunos tapiceros dispuestos incluso, a hacer la reparación en el domicilio.A pesar de los progresos técnicos, hay quien no necesita. recurrir a la megafonía para anunciarse. Le basta con menear la mercancía. "¡Butano, clonc-clonc!". Todo el barrio sabe que ha llegado el repartidor del gas. Si acaso, se ayuda con un pitido suplementario desde el volante del camión. El ruido que, producen las bombo nas al ser golpeadas unas contra otras es uno de los pocos reclamos que logra imponerse, al rumor del tráfico y, casi, al estruendo de los compresores que llegan, en maridaje con, cualquier obra en la vía pública. Son los nuevos ruidos.De los veteranos, que acompañaban al ciudadano en casa y fuera, algunos han. desaparecido hace poco tiempo.."¡Vamos, que, nos vamos!". El aviso favorito de los cobradores de autobús. Aquellos sufridos empleados viajaban parapetados en la parte trasera de los ómnibus, y daban los billetes previa vuelta a la manivela de la máquina expendedora. Casi siempre compañában el aviso a la clientela con dos, toques de timbre: el anuncío para que el conductor -supiera que todo el mundo había subido. Su grito, a caballo entre el silogismo y la prisa urbana, lo reproducen en ocasiones los actuales conductores, que han heredado la misión de cobrar, ahora más leve merced al bono-bus.

"¡Al fúboll", "¡a los toros¡",- "¡a Carabanchell", "¡a la plaza Mayor!". Los transportes daban mucho juego al vocerío de la ciudad. Los responsables de las lineas esporadicas, más o menos piratas, recurrían al grito para anunciar un servicio urbano que ya es monopolió del Ayuntamiento."¡Ha Salido Ya!". La instalación de quioscos y las pegas a la venta ambulante, acabaron con el voceo de los periódicos, que los distribuidores entonaban en retahíla: una para los diarios matutinos otra para los vespertino. El hábito era enumerar el nombre de las publicaciones."¡Veinte iguales para hoy!". Los vendedores del cupón pro ciegos cantaban su rifa en las esquinas., Los quioscos no menudeaban tanto. A media tarde, el anuncio del sorteo adquiría tintes de inventario apenado y capicúa: "¡Para hóy. Sólo me queda una tira. Para hoy!"."¡Bueno, bonito, barato, el reclamo favorito de algunos ambulantes. En los mercados, los tenderos -alguno aún lo hace cantaban loas a su mercancía, fuera de merluzas o de uvas de albillo, con estribillos así "¡Vaya manzanas que llevo ho!".

"Para el nene y la nena". La voz que acompañaba a la oferta destinada a los niños y al bolsillo de los padres. Válida para chucherías y juguetes, como, Don-Nicanor-tocando-el-támbor. "¡Goleada, ha salido goleada!". El grito habitual de los domingos por la tarde. Era el anuncio de una publicación que ofrecía, a última hora, los resultados futbolísticos de la jornada. Impescindible para los jugadores de la quiniela."¡Hay copa de coñac!". Una oferta frecuente en grandes recintos, en los tiempos anteriores a las campañas antialcohólicas. "iAlabín, alabán, alabín-bonhan!...". Este grito era campeón absoluto en los estadios antes de que se impusieran el "¡oé-oé!" y otras variedades más modernas."¡Pipas, caramelos, chicles ... !" Los vendedores de golosinas solían redondear la oferta cantarina con un contundente "Al rico bombón helado!"."¡Al fondo hay sitio y mesas!". El grito de los camareros de cualquier bar atestado para evitar que los clientes desistan ante el gentío. Más usual en los establecimientos con raciones y freiduría. Aún se complementa con el "¡oído cocina!" y el posterior "¡marchando una de 'bravas'!"."¡Churros, calentitos churros! La oferta de griterío gastronómico se completa en. festejos al aire libre, como las verbenas, con el anuncio de que los churros están como tienen que estar -y a menudo no están- calientes. Los churreros estables no cantan su producto."¡Castañas calentitas!". Hay voces hermanadas con las estaciones. Y las castañas llegan con los primeros fríos. Su venta callejera es una de las pocas modalidades que siguen autorizadas, siempre que se disponga de permiso."¡A cala y a cata!". La mejor garantía para comprar melones cuando en verano abundaban los puestos callejeros. El vendedor hendía el cuchillo en el fruto para extraer un cuadrado. El cliente probaba y, si no era de su gusto, no estaba obligado a la compra. Por aquel entonces, los puestos presumían de tener melones de Villaconejos. Ahora algún vendedor con el puesto decorado con la bandera de Madrid confiesa que la fruta viene de Murcia."¡Sereno!". El custodio de las noches madrileñas. Golpes de chuzo en el suelo, tintineo del manojo de. llaves. Los serenos, generalmente asturianos, abrían el portal a los sin llave, ayudaban a subir la escalera a los embriagados o, si se terciaba, corrían a avisar al médico. Mucho tiempo atrás también ejercían a guisa de reloj: "Las dos y sereno".

Eran una institución veterana, nacida en 1765 con la misión de encender el alumbrado público. Su muerte llegó más de dos' siglos después. En 1976, el Ayuntamiento los incorporó al funcionariado municipal y dejaron de vivir sólo de las propinas de comerciantes y vecinos. Abandonaron el chuzo, dejaron de abrir los portales. El servicio languideció. En 1986, los serenos volvieron por breve tiempo a las calles madrileñas, antes de desaparecer, previsiblemente para siempre.

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_¡Serenooo!

-¡Vaaa!

Gritos que ya no vienen.

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