Tribuna:

La Cepeda

El mapa de Madrid muestra un pedazo desmembrado del territorio propiamente madrileño, más allá de los límites provinciales. Se encuentra a horcajadas de Segovia y Ávila, por encima de San Lorenzo de El Escorial, allende Santa María de la Alameda y Peguerinos. Pero pertenece a Madrid. Es la dehesa de La Cepeda, una extensión de arbustos y bosque de más de mil hectáreas. Ocupa una planicie a más de mil metros de altitud, cerca del valle de Enmedio, bajo la mirada lejana de Cueva Valiente y el horizonte jalonado por el Pino del Boquerón.Santa María de Madrid, Peguerinos de Ávila y El Espinar de S...

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El mapa de Madrid muestra un pedazo desmembrado del territorio propiamente madrileño, más allá de los límites provinciales. Se encuentra a horcajadas de Segovia y Ávila, por encima de San Lorenzo de El Escorial, allende Santa María de la Alameda y Peguerinos. Pero pertenece a Madrid. Es la dehesa de La Cepeda, una extensión de arbustos y bosque de más de mil hectáreas. Ocupa una planicie a más de mil metros de altitud, cerca del valle de Enmedio, bajo la mirada lejana de Cueva Valiente y el horizonte jalonado por el Pino del Boquerón.Santa María de Madrid, Peguerinos de Ávila y El Espinar de Segovia son las poblaciones menos distantes. La Cepeda pertenece a la primera, pero es el concejo espinariego quien hoy la reclama. Su edil resalta la valía ecológica del paraje que únicamente -dice- podría ser conservado por El Espinar, municipio de Segovia rico en piedra, agua, pastos y madera.

Los dueños de La Cepeda no quieren pasar a depender de Segovia, porque su comunicación con Madrid es mejor. Algunos malpensantes creen que El Espinar reivindica la dehesa -eso sí, con documentos del siglo XIV firmados por Alfonso XI-, para cuidarla y, también, urbanizarla.

Los lugareños dicen que en el invierno la nieve se adensa en La Cepeda tanto como para subir por encima de dos metros. Pero el encanto de La Cepeda permanece sellado: sólo puede ser recorrida a pie o en todoterreno. Se sabe que alberga un puente romano sobre un arroyo y la peana de la cruz de Pedro Álamo, que data 1.616.

La Cepeda es un hoy paraje donde solo pastan vacas y el agua atesorada en sus neveros, que al discurrir por surcos hace destellar desde el fondo hebras de oro, permite brotar allí raras especies de flores silvestres que aroman el cielo más límpido que concebir quepa.

Sea cual sea el futuro de este enclave -el Senado resolverá en otoño si madrileño o segoviano- déjese a la Naturaleza crecer libre en La Cepeda y al agua cantar entre peñascos, bajo el dulzor de pinos piñoneros que esmaltan de verde oscuro el horizonte.

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