Tribuna:

Menosprecio de Estado

De un modo irresponsable, las declaraciones cínicas de un criminal confeso, como es García Damborenea, han alterado hasta extremos inimaginables el panorama político del Estado. Acuciado por el ambiente político, el de la prensa y el de la radio, también el presidente del Gobierno ha cometido una irresponsabilidad: comparecer en una sesión parlamentaria extraordinaria sólo para responder a las acusaciones del delincuente. Con ello, Gobierno y Congreso se han degradado políticamente y han caído en una trampa estúpida. García Damborenea cometió en los años ochenta unos crímenes, cuando era socia...

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De un modo irresponsable, las declaraciones cínicas de un criminal confeso, como es García Damborenea, han alterado hasta extremos inimaginables el panorama político del Estado. Acuciado por el ambiente político, el de la prensa y el de la radio, también el presidente del Gobierno ha cometido una irresponsabilidad: comparecer en una sesión parlamentaria extraordinaria sólo para responder a las acusaciones del delincuente. Con ello, Gobierno y Congreso se han degradado políticamente y han caído en una trampa estúpida. García Damborenea cometió en los años ochenta unos crímenes, cuando era socialista. Ahora, cuando es de la derecha, no sólo reconoce sus crímenes, sino que está orgulloso de ellos: eran necesarios, dice, para luchar contra ETA. Tanto en su condición de socialista como en su condición de PP, cree que lo que hizo fue, y es, un acto meritorio. Pero meritorio para él, no para otros compañeros. de partido, a quienes acusa de lo mísmo que él se alaba. El mérito es suyo, el crimen, de los demás.

Lo que piense Damborenea no es lo que nosotros debemos pensar. El GAL fue una organización criminal entonces, y hoy, lo mismo que entonces, se debe juzgar a los responsables. El GAL fue, además, un conjunto de acciones del que debe responsabilizarse políticamente al Gobierno socialista, con independencia de la responsabilidad criminal de los actores. Pero la responsabilidad política es un ejercicio complejo, que no se debe traducir sólo en la disolución de las Cortes y, mucho menos, en bailar al son de delincuentes. Por el contrario, actuar con sentido de Estado exigía ahora haber conservado la serenidad de las instituciones y mantenido la dignidad hasta las nuevas elecciones que, anunciadas para la primavera próxima, no deben ya ser adelantadas.

Una durísima campaña de desprestigio del Gobierno hace previsible su derrota. Será el momento en que la responsabilidad política le sea exigida. Pero no tensemos la cuerda del Estado, que pueden quedar exhibidas grandes hipocresías y causados daños no calculados. El GAL surgió por tres tipos de razones: porque la gente estaba exasperada por los crímenes de ETA; porque no hubo ruptura con el franquismo; porque cuando menos se toleró su existencia, desde puestos de poder. La gente estaba exasperada y aceptó-entre complaciente y sorda- la respuesta violenta. La gente, esto es, una opinión generalizada, una prensa furiosa, unos empresarios asustados. No hubo ruptura con el franquismo y la "vía española a la democracia", tan alabada, tuvo también sus inconvenientes. Ni la Policía, ni la Guardia Civil, ni el Ejército, vencieron todas sus inercias antidemocráticas. Aunque asumida globalmente su nueva función pese a sufrir la terrible agresión de ETA, surgieron en su seno, ya desde antes del GAL, en el Gobierno de la UCD, grupos de respuesta directa.

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Durante el Gobierno socialista, constituido con el recuerdo fresco del 23-F, hubo autoridades que toleraron, y hasta participaron, en lo que nunca se debía haber tolerado. Las dos presiones anteriores, desde la opinión de la gente y desde las fuerzas de seguridad, provocaron, durante algún tiempo, esta complicidad, pasiva o activa.

Una razón práctica sostuvo la actuación criminal: la que todavía expone Damborenea. Se trataba de salvar valores superiores, como la defensa del Estado y de la democracia. Y el único problema de las manos sucias no era la suciedad, sino que ésta se viera. Pero lo que se ve, aunque a Damborenea le siga pareciendo bueno, es espeluznante.

Dos tipos de razones había que oponer a esta argumentación. Primero, que intentar salvar a la democracia con el crimen supone negarla: degradar los valores en los que se asienta. El segundo es el utilitario. Estas acciones pueden terminar produciendo resultados perversos. A dos de estos efectos me voy a referir.

Uno, el que estamos percibiendo. Los de la acción directa terminan descubriendo su calaña moral y ponen en peligro al Gobiemo y hasta al Estado. Otro, que ahora me importa más. El siniestro juego de acción-reacción opera, aun cuando hayan terminado hace años los crímenes del GAL. En Euskadi, la democracia se ha seguido afirmando durante estos años, HB ha perdido la esperanza de conseguir sus objetivos políticos y ETA está muy desmantelada. Pero el intento repetido de HB de disputar a los demócratas la calle, cuando éstos se deciden a desplegarse -por ejemplo ahora, con el secuestro de Aldaya-, se justifica hoy, no en todo el País Vasco, pero sí en Guípuzcoa, con la conciencia renovada, entre sectores juveniles, de que su lucha es legítima. Esto es una gran desgracia. El Estado de derecho ha de afirmarse por medio del derecho, y no por su conculcación. Pero esto vale para todo y para todos. Para evitar los crímenes, pero también las ilegalidades. Para los políticos, para los policías y para los jueces. Es bueno descubrir la verdad, como es bueno acabar con la injusticia, porque así se defienden el Estado y la democracia. Pero no a costa del derecho. Por razones éticas y por razones prácticas. Siempre podremos plantearnos problemas morales, como excepciones de estos principios, pero hemos de ser conscientes de lo peligroso de esta busca de excepciones. El buen fin, que justifica los malos medios, o la acción política como necesaria, es casi siempre una trampa. ¿Qué ocurre, problema moral ya clásico, si una bomba de relojería en Manhattan va a ocasionar una carnicería y la policía ha detenido al que puede decir dónde está? O, ¿acaso para sanear un país un juez instructor puede apretar las tuercas, de un político para que confiese sus flechorías? Desde niños nos, han enseñado esta moral, en el cine: que para salvar a la chica el bueno puede machacar y amenazar de muerte al malo. Pero es muy peligroso, primero, pensar que precisamente uno está en ese caso excepcional; segundo, que quien está en ese caso excepcional sea precisamente el servidor del Estado: político, policía o juez. Hablemos de este último, a quien se pide un formalismo más estricto. Ni la libertad arbitrariamente concedida a algunos condenados, ni la prisión provisional entendida como modo de quebrar la voluntad delencarcelado afirman, sino que degradan el Estado de derecho. Y en la práctica no sólo introducen dudas sobre la imparcialidad del juez, sino que pueden producir dos efectos perversos. El primero, perder todo criterio para percibir la verosimilitud de un testimonio. Por ejemplo, las imputaciones hacia arriba de los detenidos son las que han provocado las de Damborenea. Pero era pública y notoria su enemistad con Benegas, con Jáuregui, con tantos otros de Euskadi: por su antinacionalismo visceral -Molins lo ha señalado- y por sus aspiraciones de poder. E igualmente la frustración de esas aspiraciones de poder le llevó, primero, a la ruptura sonora con el PSOE y con sus dirigentes, y luego a su apoyo explícito al PP. Pues da la casualidad de que ahora acusa como cómplices a algunos que es increíble que lo fueran, pues eran sus enemigos, mientras calla nombres de amigos que en otros sumarios, de otros jueces están apareciendo con sospechas siniestras. El segundo efecto perverso es el de que, cuando la máxima 'fiat justitia, pereat mundus" se expresa con tal desconsideración de lo que significa la necesidad de mantenimiento de las instituciones del Estado democrático, se nos está introduciendo en una práctica de deslegitimación que, dada la irresponsabilidad de algún político, alguna prensa o algún juez, no sabemos a dónde nos va a llevar.

Está cerca el mes de marzo. ¿Y si dejamos para entonces ya incluso el planteamos esta última opción a la que la depresión de la cabeza y la angustia del corazón conducen: decir "basta ya, hasta aquí hemos llegado", a la que Max Weber se refiere cuando una persona no puede ya poner de acuerdo la ética de la responsabilidad y la de la convicción?

José Ramón Recalde es catedrático del ESTE de San Sebastián.

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