Editorial:

Crítica minimalista

LA PRIMERA reunión del Comité Federal del PSOE tras la derrota electoral del 28-M no produjo otra conclusión que la de reafirmar el liderazgo de González. El secretario general paró un conato de embestida por parte del guerrismo, conjugó el verbo asumir (responsabilidades) en su interpretación minimalista y aplazó los debates pendientes a una conferencia extraordinaria del partido a celebrar después del verano. El problema es que nada de eso podrá parar la exigencia de explicaciones por parte de las organizaciones territoriales, que es donde ahora se viven de manera más directa los efectos de ...

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LA PRIMERA reunión del Comité Federal del PSOE tras la derrota electoral del 28-M no produjo otra conclusión que la de reafirmar el liderazgo de González. El secretario general paró un conato de embestida por parte del guerrismo, conjugó el verbo asumir (responsabilidades) en su interpretación minimalista y aplazó los debates pendientes a una conferencia extraordinaria del partido a celebrar después del verano. El problema es que nada de eso podrá parar la exigencia de explicaciones por parte de las organizaciones territoriales, que es donde ahora se viven de manera más directa los efectos de la pérdida de poder municipal y autonómico.La versión mínima de la asunción de responsabilidades consiste en no desplazarlas hacia los subordinados. A ella se ha atenido González: ni reconoce responsabilidad personal o colectiva de su Gobierno en el retroceso, ni la exige a otros. Resulta especialmente desconcertante la distinción entre la gestión de gobierno y los escándalos: lo que la opinión pública reprocha a González es precisamente que su gestión haya sido compatible con escándalos que han afectado directamente al poder político: Roldán, Rojo, fondos reservados...

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Plantear la cuestión de la sucesión de González en plena campaña fue un monumento a la inoportunidad. Pero parece algo exagerado que la reacción sea, tras la derrota, eliminar el problema de la agenda. Es cierto que González ha sido el principal activo electoral del PSOE, y que sin ese plus personal el PSOE no habría ganado en 1993. Incluso puede considerarse probable que cualquier otro candidato rebajaría la cuota electoral socialista si las elecciones se celebrasen en fecha cercana. Pero también es cierto que es ya muy improbable que González recupere a los electores que le han retirado la confianza -tan personalmente como se la dieron- y que capte a esos nuevos votantes que, como se dice en la resolución del comité federal, prácticamente "no han conocido otros gobernantes que los socialistas". Este grupo -los que tienen entre 18 y 35 años- comprende ya el 40% del censo.

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Por ello, será difícil que la proyectada conferencia pueda discutir de estrategias de recuperación del voto ciudadano y joven sin plantear la cuestión de la renovación del personal dirigente, incluyendo a su cabeza de cartel. El dilema es que si bien el PSOE arriesga una derrota mayor sin González, es probable que con él no pueda ya ganar. Es, en todo caso, lo que piensan algunas voces socialistas que, sin embargo, sólo brillaron por su ausencia en el Comité Federal. La experiencia de todos los grandes partidos indica que el cambio político suele ser consecuencia del organizativo, y no al revés, y que es improbable una modificación de la estructura dirigente sin una derrota electoral lo suficientemente intensa como para activar los mecanismos de recambio generacional.

Las intervenciones producidas el sábado no permiten divisar tal recambio, ni en el terreno de las ideas ni en el de las personas. Suponer que un regreso de Guerra a la dirección del aparato organizativo y de las campañas permitiría recuperar los votos perdidos es caer en la superstición. Poner el acento en un cambio de Gobierno que dé entrada a lo que Múgica considera "ministros más políticos" es identificar la política con las relaciones públicas. Y la invocación del único candidato a sucesor con alguna fuerza, Borrell, a la "recuperación de las señas de identidad socialdemócratas", por oposición a las social-liberales, supone ignorar que fue gracias a ese último componente como el PSOE consiguió evitar, a partir de 1986, un golpe de péndulo en la política española como los que otras veces han arruinado cualquier proyecto reformista. Con el añadido de que la derecha que entonces había estaba menos centrada que ahora.

De ahí que quepa suponer que muy probablemente tanto la exigencia de responsabilidades como el relanzamiento del debate y la renovación del personal socialista se inicie en las organizaciones territoriales. Allí donde ahora evalúan los daños.

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