Tribuna:

Cae el barómetro

Tengo malas noticias: la inflación ha vuelto a despertar y el Banco de España no se decide a tomar las medidas necesarias. Desde principios del año 1995, el Banco de España goza de semi-independencia. Es autónomo en cuestiones monetarias internas, pero no en materia de cambios, lo que complica su gestión. Debe el Banco mantener el valor de compra de la peseta en el interior del país. Al perseguir su objetivo primordial, el Banco debe coadyuvar a la política económica del Gobierno. El cambio de la peseta relativamente a otras monedas, sin embargo, queda bajo la responsabilidad directa del Gobie...

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Tengo malas noticias: la inflación ha vuelto a despertar y el Banco de España no se decide a tomar las medidas necesarias. Desde principios del año 1995, el Banco de España goza de semi-independencia. Es autónomo en cuestiones monetarias internas, pero no en materia de cambios, lo que complica su gestión. Debe el Banco mantener el valor de compra de la peseta en el interior del país. Al perseguir su objetivo primordial, el Banco debe coadyuvar a la política económica del Gobierno. El cambio de la peseta relativamente a otras monedas, sin embargo, queda bajo la responsabilidad directa del Gobierno, aunque si examinamos atentamente tal facultad descubriremos pronto que se reduce a la posibilidad de pedir al Instituto Monetario Europeo permiso para modificar la paridad central de nuestra moneda.Tal confusión de soberanías -la del Banco de España sobre el valor interno de la peseta, la del Gobierno y el referido Instituto sobre el tipo de cambio, y la del mercado sobre todos ellos- hace muy difícil la tarea de la Autoridad monetaria. No me extraña, pues, el aire de preocupación, el aspecto tristemente meditabundo con que aparecía el Gobernador de nuestro Banco emisor, doctor Rojo, con motivo del homenaje tributádole por la tuna de la Universidad de Alcalá tras que le hubieran concedido un doctorado adicional, éste un merecido honoris causa.

He dicho que el mercado señorea sobre todas esas autoridades y he aquí la verdadera moraleja de mi historia. Si los españoles organizamos mal nuestra economía y conducimos nuestros asuntos financieros pródigamente (como yo llevo los míos personales, digamos), el mercado pronto lo nota y castiga. Si el Banco emisor suministra demasiada liquidez al sistema, los transactores aumentan sus precios, o, dicho de otra forma, dejan caer el valor interno del dinero. Si la Hacienda se endeuda sin recato, los individuos reducen su ahorro e importan más de lo que exportan con lo que empeora nuestra cuenta exterior y nuestra peseta pierde aprecio en los corros.

Parecía que habíamos pasado el cabo de las tormentas y que empezábamos a bogar viento en popa. Mas de repente cae la aguja y apunta mal el tiempo. Pese a su mando compartido, es al Banco de España a quien compete en fin de cuentas tomar las necesarias medidas correctoras del rumbo.

El mundo occidental ha aprendido por fin la lección de que el crecimiento es a la larga menor cuando se permite uno la facilidad de la inflación, aunque sólo sea por las dificultades que plantean para el cálculo económico los cambios inesperados del valor del dinero. Pese a la falsa sensación de bienestar que produce el inicio de una subida de precios, la experiencia ha enseñado que hay que tomar la amarga quinina desde el principio.

El IPC está subiendo desde diciembre y ha alcanzado, una tasa del 5,2%, si se compara abril de 1995 con abril del año pasado. Promesa de alzas futuras del IPC es la continua subida de los precios al por mayor, que ahora están creciendo nada menos que al 7,1 %. En cuando el consumo se reanime, que por desconfianza del público está retraído, esas subidas del productor irán al consumidor.

Cierto es que una parte de tales subidas no nace de una excesiva indulgencia del Banco emisor. La sequía encarece frutas, verduras y carnes. Los canadienses y marroquíes limitan la pesca. Las materias primas suben, desde el papel hasta los metales (y pronto el petróleo, en cuanto se noten más temblores en la Arabia feliz o en Rusia). Nuestras pasadas devaluaciones y el apelotonamiento de los turistas empujan hacia arriba los precios de las zonas de esparcimiento (de hecho al 7%). Los estancos y monopolios de la economía española, permiten a nuestros botiguers, farmacéuticos, o colegiados profesionales, protegerse de la competencia y cargar precios solidarios.

Mas tampoco fueron culpa nuestra las elevaciones de los precios del crudo en los 1970 y el no tomar medidas de contención monetaria resultó catastrófico. Sea cual sea el origen del recrudecimiento de la inflación, es necesario aplicar las medidas que marcan los libros. O el Banco de España encarece inmediatamente el dinero y por un período suficiente o tendremos que sufrir consecuencias mucho más desagradables. ¡Despierte el capitán!

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