Tribuna:FIESTAS DE SAN ISIDRO

Los 'guiris' y el Santo

Los extranjeros (y muchos aborígenes) alucinan en San Isidro. No comprenden en primera instancia cómo se puede aguantar tanto tiempo de farra y delirio. Porque hay personas ejemplares de toda edad y condición que resisten como numantinos, inalterables al desaliento. Mas los guiris, atolondrados al principio, aprenden enseguida el arte de la nocturnidad y se dejan llevar por el madridaje. Algunos, fascinados, se instalan aquí por tiempo indefinido. Uno de éstos es francés y se llama Christophe Guilmart. Tiene 27 años; es profesor de idiomas, intérprete, pinchadiscos en un bar de la calle...

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Los extranjeros (y muchos aborígenes) alucinan en San Isidro. No comprenden en primera instancia cómo se puede aguantar tanto tiempo de farra y delirio. Porque hay personas ejemplares de toda edad y condición que resisten como numantinos, inalterables al desaliento. Mas los guiris, atolondrados al principio, aprenden enseguida el arte de la nocturnidad y se dejan llevar por el madridaje. Algunos, fascinados, se instalan aquí por tiempo indefinido. Uno de éstos es francés y se llama Christophe Guilmart. Tiene 27 años; es profesor de idiomas, intérprete, pinchadiscos en un bar de la calle de Santa Teresa, noctámbulo y un tanto visionario. Es un búho.El martes pasado llegaron sus padres de visita a Madrid. Christophe les tenía diseñado un día vertiginoso no apto para cardiacos. Quería insinuarles en 24 horas las claves de su embrujo por esta ciudad. Nada mejor para ello que las fiestas patronales. Por la mañana, los llevó a la apertura del acuario del Zoo, con sus recién llegados tiburones, vecinos del delfinario. Todo fue muy marino y muy electoral. Allí estaba el alcalde con su señora inaugurando cosas. Pero los franceses ya están acostumbrados a estas encerronas electoralistas.

Eso sólo fue un pequeño aperitivo. A mediodía se fueron a comer cocido a Lhardy. Luego, copita de chinchón en el Palace; tendido bajo del 8 en Las Ventas; recorrido posterior por los bares taurinos de la zona. Los progenitores, exhaustos, suplicaron la retirada. Pero Christophe sólo les concedió media hora para recuperarse del sofoco. A las 22.00 estaban los tres en la plaza Mayor degustando cerveza y jotas castellanas con el Nuevo Mester de Juglaría.

Madame Guilmart, a estas alturas, ya no podía con su alma. Pero su consternación iba en aumento. Su esposo se dejaba llevar, atónito y perplejo, por la velocidad de Madrid y de su hijo. Pero aún quedaba el baño de madrileñismo, churros y sangría. A las 23.30 estaban inmersos en una oleada de sevillanas y macarenas en Las Vistillas, azuzadas por Los del Río, a quienes los señores Guilmart habían visto por la televisión con ocasión de la boda de la infanta Elena.

El vertiginoso Christophe quiso apurar más la copa del delirio. Pretendía llevarlos a continuación al Clamores para ver a Pedro Iturralde y explicarles en vivo lo que es la fusión del jazz y el flamenco con saxo por medio.

El señor Guilmart dijo: "Tengo bastante espectáculo para dos años. Por cierto, hijo, ¿cuándo duerme toda esta gente? Tú mismo, ¿cuándo te acuestas?". Y Christophe replicó lacónicamente: "Ésa es una buena pregunta". Dejó a sus padres en la cama y él siguió enfangándose en la noche profunda.

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