Tribuna:

Las palabras de la tribu política

El protagonista de la novela más reciente de Javier Marías es un guionista de cine y televisión que completa sus ingresos escribiendo discursos para ministros, directores generales, prelados y banqueros; su experiencia como negro le ha enseñado que los usufructuarios de tales textos, después de cosechar los aplausos del auditorio al leerlos en público, terminan por creerse que esas palabras compradas son fruto de su ingenio. La profesión de escritor fantasma tiene a su disposición un mercado de trabajo cada vez más amplio gracias a la ampliación de los foros de debate político y ...

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El protagonista de la novela más reciente de Javier Marías es un guionista de cine y televisión que completa sus ingresos escribiendo discursos para ministros, directores generales, prelados y banqueros; su experiencia como negro le ha enseñado que los usufructuarios de tales textos, después de cosechar los aplausos del auditorio al leerlos en público, terminan por creerse que esas palabras compradas son fruto de su ingenio. La profesión de escritor fantasma tiene a su disposición un mercado de trabajo cada vez más amplio gracias a la ampliación de los foros de debate político y a la multiplicación de actos oficiales consagrados a inaugurar instalaciones, conmemorar acontecimientos o entregar premios; la tarea, sin embargo, no está exenta de algunos riesgos y de ciertas dificultades.Así, un memorable capítulo de Mañana en la batalla piensa en mí (Anagrama, 1994) narra la singular audiencia palaciega en que el máximo representante del Estado -0nly the Lonely- expone a un negro recién contratado la ensoñación de que los textos encargados a terceros lleguen a reflejar algún día su personalidad y a proyectar una imagen clara de sus atributos. El alto dignatario se lamenta de que los periodistas glosen sus discursos oficiales como si se correspondiesen con su pensamiento, fingiendo incluso descubrir reproches mortificantes o alusiones envenenadas entre líneas aun a sabiendas de que han sido aprobados por el Gobierno. Pero la pretensión de Solus de conseguir un toque personal en sus intervenciones tropieza con el muro del protocolo: esas declaraciones son redactadas según criterios neutrales y desde un punto de vista institucional. También los políticos electos tienen que recurrir a los servicios de los escritores fantasmas para poder cubrir la creciente demanda de discursos parlamentarios, arengas mitineras, disertaciones eruditas, conferencias conmemorativas y aperturas de congresos; los mandatarios de la voluntad popular se aseguran de esta forma que sus lugares comunes tengan un mínimo de corrección sintáctica. fiabilidad estadística y ortodoxia doctrinal.Sin embargo, la pasión de los políticos por imponer su axfisiante presencia en los medios de comunicación a cualquier hora y a cualquier precio puede hacerle caer en emboscadas tendidas por periodistas demasiado preguntones o por contrincantes de colmillo retorcido. Para aminorar los efectos de tales celadas, los profesionales más veteranos suelen emprender esas excursiones por los descampados radiofónicos y televisivos con un voluminoso equipaje de comodines retóricos y chuletas escolares aptos para ser enchufados como respuestas polivalentes a cuestiones incómodas o inesperadas; sólo los oyentes más expertos advertirán que esas réplicas genéricas no contestan en realidad a las preguntas específicas. Algunos negros también reciben el encargo de redactar falsas improvisaciones para políticos. en apuros, memorizadores de un amplio repertorio de latiguillos que les permiten salir indemnes de cualquier brete; así, los márgenes de autonomía de los personajes públicos st reducen a elegir al escritor encargado de confeccionar sus discursos y de inventarse sus muletillas.

La generalizada falta de espontaneidad del lenguaje político y su habitual combinación de previsibilidad, hermetismo y vaciedad hacen retumbar como truenos de una tormenta de primavera los exabruptos lanzados por el equipo habitual de oradores demagógicos o energuménicos de cada partido. Habría que preguntar a Víctor Francés, la, voz en primera persona de la novela de Javier Marías, si la tarea de calentar la vida pública con improperios, chocarrerías y provocaciones, es también cosa de negros especializados en un género político-literario pagado con tarifas más elevadas por constituir un trabajo peligroso.

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