Tribuna:

La gran esperanza negra

A mediados de los años cincuenta, la Italia humillada y destruida por la guerra mundial inició un inesperado despegue económico. Los italianos recobraron la fe en sí mismos y en sus posibilidades de competir con el resto de los países europeos: el símbolo de esta nueva confianza fue un caballo, Ribot, obra maestra póstuma del gran criador Federico Tesio y considerado por los especialistas como "el caballo del siglo. Ribot corrió 16 carreras en Italia, Reino Unido y Francia, sin conocer la derrota. Ni siquiera se le vio nunca esforzarse para batir a sus competidores. La última pru...

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A mediados de los años cincuenta, la Italia humillada y destruida por la guerra mundial inició un inesperado despegue económico. Los italianos recobraron la fe en sí mismos y en sus posibilidades de competir con el resto de los países europeos: el símbolo de esta nueva confianza fue un caballo, Ribot, obra maestra póstuma del gran criador Federico Tesio y considerado por los especialistas como "el caballo del siglo. Ribot corrió 16 carreras en Italia, Reino Unido y Francia, sin conocer la derrota. Ni siquiera se le vio nunca esforzarse para batir a sus competidores. La última prueba que disputó fue el Arco de Triunfo de 1956, en el hipódromo parisino de Longchamp, que ya había ganado el año anterior. A mediados de la recta final, Ribot iba en cabeza con pleno dominio sobre sus rivales, venidos de todos los países de Europa y aun de Estados Unidos para medirse con él. Entonces Enrico Camici, el jinete que le había montado en todas sus victorias, sabiendo que aquélla era la última ocasión, decidió hacer una demostración ante el público que abarrotaba Longchamp y fustigó una, dos, tres veces la grupa de Ribot. Fue hermoso y sobrecogedor ver cómo el campeón se disparaba hacia la meta luchando furiosamente no contra sus pobres adversarios de carne y hueso, que quedaron olvidados muchos cuerpos atrás, sino contra inéditos corceles de sombra presentes sólo para él.Los aficionados españoles al turf también necesitamos un Ribot que nos devuelva el ánimo hípico bastante maltratado en los últimos años y nos tonifique frente a Europa, quitándonos de la boca el mal sabor a fletán y desdén que nos amarga. Hemos creído encontrar ese paladín en Partipral, un caballo muy negro de seis años, de gran alzada, que empezó triunfando en distancias cortas y poco a poco ha demostrado ser invencible en nuestros hipódromos sobre cualquier metraje. La primera salida al extranjero de Partipral le llevó a Burdeos, de donde volvió victorioso sobre adversarios no desdeñables. Empezamos a pensar que Partipral podría ser algo así como un anti-Roldán: en lugar de coger el dinero, salir al extranjero y echar a correr, nuestro campeón salía al extranjero, corría y volvía con el dinero. De modo que sus responsables le matricularon nada menos que en el Prix Ganay, la prueba de primavera más importante para caballos de edad, disputada en Longchamp sobre 2. 100 metros y donde se encuentran cada año miembros de la élite del purasangre europeo.

Partipral se portó bien el pasado domingo, pero el milagro Ribot no tuvo lugar y hubo que contentarse con un decente sexto puesto. Mi impresión personal es que a tan alto nivel siempre encontrará por lo menos tres o cuatro caballos imbatibles para él, incluso si logra mejorar a lo largo de la temporada. Quizá sea preferible pensar en carreras de grupo segundo o tercero, más asequibles para sus probabilidades y también sobradamente honrosas. En cualquier caso, ¡bien por nuestro negrazo grandullón! Mejor nos iría si todos cumpliésemos fuera o dentro de España nuestros compromisos dando lo mejor de que somos capaces, como siempre hace el honrado Partipral.

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