Tribuna:DESAFÍO TERRORISTA A LA DEMOCRACIA

El hombre tranquilo

"Eres muy joven para morir, ¿no?", le preguntó alguien a José María Aznar el pasado lunes, 10 de abril, en el vestíbulo del hotel King David, de Jerusalén. El presidente del Partido Popular acababa de rechazar, en contra de la opinión de alguno de sus colaboradores, una incursión nocturna en la franja de Caza para asegurarse una entrevista con el líder palestino, Yasir Arafat."Yo estoy dispuesto a morir, pero en España, no en Gaza", contestó Aznar a la pregunta con una fría media sonrisa. Poco podía imaginar desde los pies de las murallas de la ciudad santa, convertida por Saladino en fortalez...

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"Eres muy joven para morir, ¿no?", le preguntó alguien a José María Aznar el pasado lunes, 10 de abril, en el vestíbulo del hotel King David, de Jerusalén. El presidente del Partido Popular acababa de rechazar, en contra de la opinión de alguno de sus colaboradores, una incursión nocturna en la franja de Caza para asegurarse una entrevista con el líder palestino, Yasir Arafat."Yo estoy dispuesto a morir, pero en España, no en Gaza", contestó Aznar a la pregunta con una fría media sonrisa. Poco podía imaginar desde los pies de las murallas de la ciudad santa, convertida por Saladino en fortaleza inexpugnable frente a los Cruzados, que había quién estaba preparando ya los explosivos y le aguardaba en Madrid. Su Beirut particular no estaba en las sombras de Gaza, entre los desheredados de Palestina, sino en la, calle de Arturo Soria, en una tranquila zona residencial de Madrid.

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La reconocida buena suerte del presidente del PP está a punto de convertirse en la baraka providencial que protege, mitícamente, a algunos caudillos árabes. Pero su fuerza verdadera es la imperturbabilidad, la misma que ayer le permitió sorprender a los policías del coche que seguía al suyo. Tras la explosión, los escoltas se abalanzaron sobre el Audi 200 del presidente del PP. Le encontraron sentado. "¿Estáis bien? ¿Todos bien?", les preguntó.

El fracaso de ETA tras el asesinato de Gregorio Ordóñez, a finales de enero, fue que los populares no perdieron un instante los nervios. La rabia se la tragaron. Apelaron a la calma, a la serenidad y al imperio de la ley y la democracia. Comprendieron, como declaraba el propio Aznar al filo del quinto aniversario de su elección al frente del PP, que los terroristas mandaban con el cadáver del dirigente guipuzcoano "un mensaje al próximo Gobierno de España".

Las respuestas y declaraciones procedentes ayer del principal partido de la oposición confirman la madurez de su reacción frente a la salvaje bofetada de los explosivos. No se ha escuchado una palabra más alta que otra y el sujeto pasivo escogido para lo que hubiera sido un magnicidio -en la misma medida que representa a ocho millones de votantes desde las últimas elecciones generales- se ha limitado a salir de la clínica para pedir que todo el mundo esté tranquilo.

Pero la magnitud del desafío que ETA lanzó ayer sobrepasa, con mucho, los límites o la responsabilidad de una sola fuerza política, por mucho que ésta represente hoy una alternativa casi a la espera de última confirmación de los electores. Como ha apuntado la diputada de ERC Pilar Rahola, lo que los dinamiteros intentaron fue "cambiar las reglas del juego democrático". ETA ya no considera al Gobierno interlocutor válido y ha decidido bombardear de antemano, literalmente, al que prevé su sucesor.

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Las intenciones de ETA son explícitas. Pretende llevar la matanza al corazón mismo del partido al que presumiblemente los españoles encargarán de gobernar España en los próximos años, hacer ver a los políticos del futuro que la muerte les puede morder a ellos y forzarles a "buscar una solución". No es seguro que esta nueva elección del blanco de tiro demuestre la razón de las posiciones que el PP mantiene, en legítimo debate con otros partidos políticos, sobre el final del terrorismo y la pacificación en Euskadi como ayer pretendía Jaime Mayor Oreja.

Pero es mucho más improbable todavía que los zarpazos asesinos cieguen a los dirigentes del PP como para hacerles volver a una política represiva indiscriminada, la que ETA seguramente desearía, o corno para ponerles en la senda de las atrocidades de los GAL, que Aznar ha criticado con voz alta y clara apelando, también en este caso, al imperio de la ley.

Éste será de nuevo el fracaso de ETA. Ni los que desde Euskadi apoyan una solución dialogada van a dejar de creer en ella ni los que se oponen van a cambiar de punto de vista. No a golpe de bombazo, ni unos ni otros. La única victoria de ETA en los últimos 20 años es su supervivencia. A la espera del día, en que descubra, como ya hizo el IRA en Irlanda, que nunca podrá ganar. Si es que no ha sido derrotada antes en toda la línea.

El jefe del Gobierno de Israel, Isaac Rabin, le preguntó a Aznar, el mismo día que éste rechazó la excursión nocturna a Gaza, si estaba seguro de ser el próximo primer ministro de España. "Completamente", le contestó el líder del PP. Rabin sabe hoy que ETA, de momento, no ha logrado impedirlo.

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