Tribuna:

Procesión

En un Madrid que se ha ido a otra parte a celebrar la Semana Santa y que, como en el dicho, se ha quedado sin gente, he Podido disfrutar de la visión de la ciudad, de la belleza de sus palacios, de sus parques y fuentes, de los edificios de sus calles. No concibo, por costumbre de años, una Semana Santa sin procesión. Lo que me gusta de España es, precisamente, la posibilidad que aquí se da de combinar, en este tiempo, lo profano y la barroca representación del drama sacro.Las procesiones de Madrid no me ofrecen confianza. No tienen tradición y parecen improvisadas en un siglo sin sentido de l...

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En un Madrid que se ha ido a otra parte a celebrar la Semana Santa y que, como en el dicho, se ha quedado sin gente, he Podido disfrutar de la visión de la ciudad, de la belleza de sus palacios, de sus parques y fuentes, de los edificios de sus calles. No concibo, por costumbre de años, una Semana Santa sin procesión. Lo que me gusta de España es, precisamente, la posibilidad que aquí se da de combinar, en este tiempo, lo profano y la barroca representación del drama sacro.Las procesiones de Madrid no me ofrecen confianza. No tienen tradición y parecen improvisadas en un siglo sin sentido de la tragedia (aunque con más tragedias que nunca), en un siglo en que, como ya anunció Ramón Gómez de la Serna, "todo es contar habas contadas". De ahí que yo, el Jueves Santo, me marchara a Valladolid a ver la procesión.

Pero tengo que advertir que nunca había tenido ocasión de irme a Valladolid sin moverme de Madrid. He podido hacerlo esta vez gracias a un libro, una novela de Ángel García Pintado de muy reciente aparición, El cielo, relato procesional en que se funde el dolor barroco del siglo XVII, personificado en la figura del imaginero Gregorio Fernández, con las miserias del XX:

García Pintado, que ya nos ofreció una muestra de su arte de contar historias con Allá va mi cuchillo, no ha pretendido hacer en su nueva entrega una novela histórica. Es un relato sin tiempo que nos habla más bien de la perennidad de lo humano y en el que lo que se cuenta como sucedido en un siglo puede haber sucedido en otro.

Gregorio, el imaginero que convierte la madera en carne lacerada del Yacente; don Eduardo, el anatomista; el conde de Gondomar, el aprendiz Martín, el duque de Lerma, el príncipe de Gales, de visita en la ciudad. Y la abadesa de las bernardas; José, mudo voluntario; Hortensia, la enamorada habitante de la Casa de las Lilas, Elías, Onésimo, Petra ...

Al anochecer, la niebla cae sobre la ciudad y la vida, las vidas, transcurren ante nuestros ojos a una cadencia procesional. Son pasos de Semana Santa, incluso aquí, donde las procesiones no tienen tradición.

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