Editorial:

Dispersión de 'narcos'

HACE DIEZ años los narcotraficantes presos en las cárceles españolas -no los pequeños camellos o los drogodependientes traficantes de ocasión- apenas llegaban a una docena. Hoy superan la cifra de 250, según el último censo de la población reclusa realizado por la Secretaría de Estado para Asuntos Penitenciarios. Este aumento espectacular de un grupo de reclusos económicamente poderoso y cohesionado como el del narcotráfico ha llegado a constituir un serio desafío a la normalidad de la vida carcelaria. Y no han dejado de ser, por el hecho de estar en la cárcel, una amenaza para la socie...

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HACE DIEZ años los narcotraficantes presos en las cárceles españolas -no los pequeños camellos o los drogodependientes traficantes de ocasión- apenas llegaban a una docena. Hoy superan la cifra de 250, según el último censo de la población reclusa realizado por la Secretaría de Estado para Asuntos Penitenciarios. Este aumento espectacular de un grupo de reclusos económicamente poderoso y cohesionado como el del narcotráfico ha llegado a constituir un serio desafío a la normalidad de la vida carcelaria. Y no han dejado de ser, por el hecho de estar en la cárcel, una amenaza para la sociedad. Su dispersión ha sido considerada por Instituciones Penitencíarias una medida fundamental, aunque no única, para quebrar su poder tanto en el interior de las cárceles como en sus zonas de influencia delictiva.Pe o hay más. Hace diez años los narcotraficantes presos eran, en su mayor parte, capos internacionales capturados en España cuando, previsiblemente, oteaban sobre el terreno las posibilidades de nuestro país como vía de entrada de la droga en Europa o como lugar de blanqueo para sus ganancias. Fueron, entre otros, los casos de los reyes colombianos de la cocaína Jorge Luis Ochoa y Gilberto Rodríguez Orejuela o el de los mafiosos Bardellino o Badalamenti. Hoy, los narcotraficantes recluidos en las prisiones españolas son, en su gran mayoría, autóctonos y su actividad delictilva está fuertemente implantada en territorio español. El riesgo, pues, de que estos señores de la droga sigan controlando entre rejas sus negocios no es una quimera.

En los medios sociales más beligerantes en la lucha, contra la droga se ha cuestionado la eficacia de la dispersión de los capos del narcotráfico si no va acompañada de una vigilancia estricta sobre su capacidad de corrupción del entorno penitenciario, especialmente los funcionarios. Es cierto. Ninguna medida por sí sola basta para contrarrestar la influencia delictiva que pueden tener, incluso desde la cárcel, quienes han hecho del narcotráfico su forma de vida y una actividad económica altamente rentable, cualesquiera que sean sus riesgos y sus costes. Todas juntas la dispersión, el control del entorno penitenciario y fa aplicación estricta y no ingenua de la legislación sí pueden constituir, en cambio, un freno eficaz.

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