Las reclusas quieren a sus niños en la prisión

72 mujeres y 64 menores de 6 años comparten 44 celdas en Carabanchel

Siete puertas de barrotes atraviesan cada día para ir a la guardería del barrio los hijos de Alicia, Loli y otras reclusas de la cárcel de mujeres de Carabanchel (Madrid). A lascinco de la tarde vuelven a algo parecido a un colegio o un hospital -les dicen sus madres-, sólo enturbiado por el chirrido de los cerrojos de las celdas a las diez de la noche. "Algunos lloran cuando los oyen", seles escapa. Pero ni una duda tienen sobre su bienestar. No están dispuestas a permitir que se rebaje de seis años, como acaba de pedir el Senado, la edad límite para que los niños vivan con sus madres en las ...

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Siete puertas de barrotes atraviesan cada día para ir a la guardería del barrio los hijos de Alicia, Loli y otras reclusas de la cárcel de mujeres de Carabanchel (Madrid). A lascinco de la tarde vuelven a algo parecido a un colegio o un hospital -les dicen sus madres-, sólo enturbiado por el chirrido de los cerrojos de las celdas a las diez de la noche. "Algunos lloran cuando los oyen", seles escapa. Pero ni una duda tienen sobre su bienestar. No están dispuestas a permitir que se rebaje de seis años, como acaba de pedir el Senado, la edad límite para que los niños vivan con sus madres en las cárceles.

Rodeado de álamos blancos, el pabellón de madres de la cárcel de Carabanchel apenas se identifica por sus ventanucos de barrotes, donde se improvisan tendales y fresqueras para las provisiones. A media mañana, las celdas están abiertas. Veinte metros para una litera, una o dos cunas, un pequeño aseo y baldas para colocar la ropa. "Es que hay muchos juguetes", dice una funcionaria. Hay muchos juguetes en un espacio muy pequeño. El pabellón tiene 44 celdas para 72 mujeres y 64 niños. Según cuentan las reclusas, están durmiendo de dos en dos, con los hijos de ambas. "¡A veces se montan unos líos!", se acerca una a explicar. "Que si tu hija llora; que si al tuyo no le limpias...".Pero están contentas. El tono de la pintura es verde claro, salpicado de dibujos infantiles realizados por ellas mismas. "Los críos no notan que están presos", dice una portuguesa. Otras se inventan para sus hijos que aquello es un colegio. "Sí, les digo que éstas son mis compañeras y que es nuestra casa". Los pequeños que no están en la guardería exterior o en la que hay en el centro para los más pequeños, pasan el día en brazos de la madre pasillo abajo, pasillo arriba. Una parada en las máquinas de refrescos. Un cigarro.

Traumas y regalos

Se atropellan para hablar. La niña de Rosa, de 17 meses, nació en otra prisión. Ella cumple 24 años de condena "por atracos". Ni hablar de que le quiten a la niña. "No me parece justo porque no hay donde llevarlos, y, aunque lo haya, sería un trauma para ellos". Cuando Loli tiene permisos, su hija, de cinco años, no quiere calle. Le dice: "Loli, vamos a nuestra bita [habitación]". "Esto es como un colegio", insiste Loli. "Nosotras no carecemos de nada. Nos hacen regalos, a los niños los sacan a todos sitios. Estamos pagando las madres, pero los niños, nada", apostilla otra compañera. El pabellón tiene un pequeño jardín con columpios y una pequeña piscina.

Como sólo tenía que cumplir nueve días por hurto, Fuensanta, una gitana de Ciudad Real, se ha traído a toda la familia. El mayor de sus tres chavales está sembrando el pánico con un triciclo por los corredores. "Pues estamos muy bien y, además, como tengo aquí a mi cuñada...".

El sentir de las reclusas es unánime: "Para un niño es más importante la presencia de la madre que otras cosas". En la mayoría de los casos, los maridos están también presos. Julia es la nota discordante, una joven angoleña con una hija de tres años y pendiente de un juicio por tenencia de drogas. "Yo creo que éste no es buen sitio para mi hija. Siempre me hace preguntas. Me dice que por qué yo no puedo salir con ella cuando la llevan al campo. Un día me dijo: 'Yo estoy en la carcel'. ¿Pero quién te ha dicho eso, si estamos en un hospital?, le pregunté. Me contestó que entonces por qué todas las puertas estaban cerradas".

Un grupo de pequeñajos come en la guardería del pabellón, igualados por sus babys blancos. Difícil saber cómo vivían antes o vivirán después en libertad. Los de la portuguesa, con ella, de vendedora ambulante de ropa, sin escuela. "Los niños míos siempre han andado mucho conmigo", repite.

El grupo de senadoras que ha apoyado la propuesta -aprobada por unanimidad esta semana en el Senado- de rebajar la edad para que los niños vivan en las prisiones, o que se busquen otras alternativas de convivencia, aseguran que muchos de ellos esconden la condición de sus madres en las guarderías y escuelas. "Mi madre trabaja en prisión", cuentan algunos. El conflicto estalla entre los derechos, el de la madre y el del niño a crecer en libertad. El entorno actual, aparte de los juguetes y los mimos, es una población reclusa, la femenina, que ha crecido un 800% en 14 años. El 90% por delitos relacionados con drogas; el 19% no ha pisado jamás una escuela y un 22% está infectada por el virus del sida.

En España aún no existen estudios específicos, pero la secretaria de Estado de Asuntos Penitenciarios, Paz Fernández Felgueroso, se refirió recientemente en el Congreso a un informe italiano, El desarrollo del niño en prisión. "Concluye", dijo, "que el desarrollo de estos niños se ve afectado y se detectó en los mayores un aumento de enfermedades infantiles comunes, de retrasos en la dentición, de convulsiones, de retrasos psicomotores y trastornos de la nutrición, especialmente de obesidad".

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