Tribuna:

El 'look' conservador

Los noventa son conservadores. Los hombres han vuelto a fumar puros y las mujeres a poner los ojos en los bolsos y vestidos de Grace Kelly. Los cincuenta han regresado con aura a las pasarelas de París en la colección de primavera, y en Estados Unidos, durante los dos últimos años, pese a las leyes contra el tabaco, ha crecido en un 125% la venta de puros. Los fumadores, apenas llegan a la quinta parte de la población, pero los fumadores de puros han ascendido hasta cerca de los ocho millones. El presidente y jefe ejecutivo de Alfred Dunhill, fabricante de vestidos de lujo y artículos para fum...

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Los noventa son conservadores. Los hombres han vuelto a fumar puros y las mujeres a poner los ojos en los bolsos y vestidos de Grace Kelly. Los cincuenta han regresado con aura a las pasarelas de París en la colección de primavera, y en Estados Unidos, durante los dos últimos años, pese a las leyes contra el tabaco, ha crecido en un 125% la venta de puros. Los fumadores, apenas llegan a la quinta parte de la población, pero los fumadores de puros han ascendido hasta cerca de los ocho millones. El presidente y jefe ejecutivo de Alfred Dunhill, fabricante de vestidos de lujo y artículos para fumador, ha declarado estos días que no ha conocido nunca un crecimiento en las ventas como el de 1994: más de 22.000 millones de unidades.Un millar de locales, restaurantes y clubes acogen actualmente a los amantes de cigarros en Estados Unidos y las revistas para los adictos aumentan inesperadamente. La nueva publicación Cigar Aficionado se ha convertido no sólo en una referencia de alto standing, sino en un manifiesto de la revolución del puro a la que se incorporan jóvenes ricos y triunfadores. La citada firma Dunhill de Manhattan imparte cursos de tres meses para introducir en el arte de prender y consumir un Montecristo dominicano o cualquiera de las primeras marcas que llegan desde Honduras, Jamaica y México.

"Fumarse un puro es una manera de manifestar el retorno del macho", ha dicho Norman Sharp, presidente de la Cigar Association of America. Pero otros pueden pensar que no es tanto esto como la manera de enfatizar una posición social, como lo es conducir un Ferrari o vestir de Armani. E incluso puede ser la expresión de una rebeldía contra la fastidiosa religión antitabaco. Sea lo que fuere, la moda se extiende entre los altamente establecidos y entre los menos acaudalados. El fenómeno conservador, con su punto dorado en los cincuenta, es patente en Estados Unidos, se trate de la publicidad de automóviles, de las evocaciones histórico-documentales, de los manifiestos republicanos de Newt Gingrich o de las predicaciones en los medios. Existe, entre las nuevas películas, una oleada que se conoce como productos de la era Gingrich, empezando por Forrest Gump, pasando por Nell y acabando con Leyendas de otoño. En Forrest Gump todo lo malo que pasa le pasa a una chica prototipo de la generación hippy de los sesenta, esa "década perversa" que aborrece el líder republicano. Esa chica alocada fuma marihuana, es madre soltera, esnifa cocaína y al fin, obviamente, muere de sida. Leyendas de otoño es, a su vez, una enérgica celebración del machismo y del valor individual frente a la funesta intervención del Estado. En Nell los valores de la Biblia infundidos en una niña pretenden probar la estrechez de las miras feministas o los males derivados del aparato público que ahoga a las élites.

¿Una nueva propaganda conservadora? ¿Un fenómeno cultural alimentado también con la música blanda que consumen más de la mitad de norteamericanos en el extrarradio, con la explosión de lo country o con la inclinación darwinista de los ensayos universitarios? No es tampoco seguro. El último libro de Christopher Lasch, The revolte of the elites, elogiosamente acogido por la prensa importante, es, simultáneamente, un alegato contra el desarrollo de la opresión capitalista.

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Lo peculiar de este tiempo es su indefinición peculiar. Una película como Acoso la reivindican para su ideología los conservadores basándose en la condena de la iniciativa sexual de una mujer. Pero la hacen suya también los izquierdistas orientados por la denuncia contra el poder empresarial que presenta el triunfo de un honesto trabajador como Michael Douglas al final de la intriga.

¿Los machos? ¿Los puros? ¿Los nuevos vestidos de alta costura de Karl Lagerfeld o de Christian Lacroix? También son señales contradictorias. Lacroix describe a sus clientes como aquellas mujeres que media hora antes de la revolución se encuentran todavía vestidas con el salto de cama de encaje.

El año pasado Lacroix introdujo el corsé victoriano y sus arneses, inequívocamente conservadores, prolongados con el famoso Wonderbra y las prótesis de lencería para aplastar el estómago o pronunciar las nalgas. Este año ha profundizado en la idea y ha confeccionado las ropas en blanco y negro, al modo de un rescate de los personajes fotografiados por Irving Penn. Los cincuenta redundan con la mujer-mujer que se corresponde con el afianzamiento del traje en las modas del hombre-hombre. Perfectamente vestidos, reencarnados en arquetipos, capitalistas brillantes, aplicándose una esencia de Chanel o fumándose una tagarnina. Las mujeres huelen a flores y los hombres a lujoso establo.

Pero no todo es tan simple en este ocaso del milenio. Al lado de la remesa cinematográfica de derechas triunfa un artefacto como Pulp fiction o un manifiesto hiperfeminista como Mujercitas; al lado del corsé se alinea un repertorio de minifaldas y Lolitas desatadas; junto al terno y el sombrero combate la T-shirt y la gorra de jornalero. Lo grunge sigue entre la juventud, que, contra los preceptos, fuma más, bebe más, fornica más y hace cada vez menos gimnasia. Incluso la moda del puro ha prendido también entre los labios de rebeldes mujeres americanas. Nadie, en suma, cree profundamente en nada, y casi todo es, a la postre, un repetido simulacro de una inestable temporada.

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