La subida más pesada

Los vecinos despotrican ante los repartidores del butano por el nuevo precio de la bombona

El peso -26 kilos- y el color -naranja- siempre han sido su principal seña de identidad. Pero la bombona de gas . butano, un artículo de necesidad para 2.800.000 madrileños, tiene ahora un nuevo atributo: su precio. En menos de un mes, y tras dos subidas consecutivas, el coste se ha incrementado en 116 pesetas (el 12,1%) por botella. Cada bombona cuesta ahora 1.074 pesetas. Los usuarios no ocultan su indignación, y como poco califican la subida de "animalada". Por su parte, en Repsol Butano, la empresa semipública que monopoliza este mercado, aseguran que el aumento ha sido "inevitable", y que...

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El peso -26 kilos- y el color -naranja- siempre han sido su principal seña de identidad. Pero la bombona de gas . butano, un artículo de necesidad para 2.800.000 madrileños, tiene ahora un nuevo atributo: su precio. En menos de un mes, y tras dos subidas consecutivas, el coste se ha incrementado en 116 pesetas (el 12,1%) por botella. Cada bombona cuesta ahora 1.074 pesetas. Los usuarios no ocultan su indignación, y como poco califican la subida de "animalada". Por su parte, en Repsol Butano, la empresa semipública que monopoliza este mercado, aseguran que el aumento ha sido "inevitable", y que el precio del butano en España sigue estando muy por debajo del resto de Europa.En pleno invierno, un solo camión de butano -en la región madrileña circulan diariamente 400- reparte cada jornada entre 100 y 125 botellas. Ayer por la mañana, Francisco Calleja y sus dos ayudantes, Guillermo y Gustavo -dos peruanos que apenas llevan año y medio en Madrid- entregaron en dos horas más de veinte bombonas en cuatro calles del barrio de la Concepción.

"¿Cómo que veinte duros no es nada?", aulló una señora de 63 años que consume dos botellas y que por un inexplicable "miedo a la cárcel" no quiere identificarse. La mujer, que convive con su marido, un carpintero jubilado, sentenció: "Por desgracia, cuando hablamos de comida, veinte duros es mucho dinero".

Para el bolsillo de Juana Elvira, de 48 años, la subida resulta "terrible". "Somos seis personas y gastamos unas tres botellas al mes. Así que ya me dirán si lo noto o no. ¡Un robo!". La mujer, al descubrir la presencia del repartidor, le sujetó el brazo y, con un cariñoso zarandeo, añadió: "Y tú no te ofendas, que no tienes culpa de nada". El repartidor inclinó la cabeza y aseguró estar ya acostumbrado a las regañinas de la clientela.

"¿Que quién tiene la culpa?", se preguntó airada otra vecina, "pues este Gobierno, que sólo piensa en los ricos, que nunca le han votado". Y zanjó la conversación con un rotundo: "Quién va a ser". La mujer, al igual que su vecina, también consoló al repartidor: "Y tú, hijo, tranquilo, que no tienes ninguna culpa".

La solidaridad con los repartidores es común en todas las casas de la Concepción, un barrio de clase media en el que la estrechez de algunas calles no permite el paso el camión de butano y en el que el ascensor parece ser un lujo desconocido.

Los vecinos, después de despotricar por el nuevo precio del butano, piden perdón o le dan una palmadita amistosa al repartidor de turno. En el cuarto piso, sin ascensor, de un portal de la calle de Ángel de Larra, un obrero ya jubilado fue incluso más lejos y, señalando al repartidor, doblado por el peso de la bombona, dijo: "La subida que más cuesta es la de estos señores, y no la nuestra".

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El repartidor, reconfortado con estas palabras y una propina por su esfuerzo físico, sonrió. "Me ha costado acostumbrarme a este trabajo, pero ahora ya estoy bien" (ya bajaba las escaleras).

En 1993 se repartieron en Madrid un total de 12.478.000 botellas de butano y, 5.261.000 de propano. En Madrid, dividida en 38 zonas a la hora de la distribución del butano, trabajan nueve empresas distribuidoras, que organizan el reparto de los camiones. "Con la primera subida, en diciembre, la gente no se quejó mucho", recuerda uno de los repartidores; "fue la segunda la que los volvió locos; algunos clientes hasta se negaron a pagamos la nueva subida y, claro, como no les vamos a dejar sin bombona, pues poníamos de nuestras propinas los duros que faltaban".

"La primera subida la leí en los periódicos", recuerda Juana Elvira en la puerta de su casa; "la segunda pensé que era una broma de mi marido".

Esperar al camión

mal sigue siendo, esperar al camión"."Paco", Francisco Calleja, lleva 17 de sus 42 años repartiendo butano, los ocho últimos en la Concepción. Le avisan de las averías, le saludan por la calle o simplemente se le acercan, y casi sin mirarle, le dicen: "Dos al 3º A del cinco". Él, bajito y fuerte, no necesita más. Asegura que de cargar y descargar no tiene hundido el hombro derecho: "Lo que tengo es un callo muy grande".

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