Tribuna:

Plusvalía política

Años después de su ruptura en 1931 con Toglíatti y con la Komintern, Ignazio Silone llegó a la insólita conclusión de que la lucha final a que alude la letra de la Internacional sería librada entre los comunistas (partidarios de la dictadura del proletariado) y los ex comunistas (defensores de la democracia representativa). Aunque la quiebra de la Unión Soviética confiera hoy un carácter estrambótico al pronóstico, la exagerada profecía del escritor italiano tuvo sentido durante buena parte del siglo XX, dominado por la Revolución de Octubre, el ascenso del fascismo, la derrota militar ...

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Años después de su ruptura en 1931 con Toglíatti y con la Komintern, Ignazio Silone llegó a la insólita conclusión de que la lucha final a que alude la letra de la Internacional sería librada entre los comunistas (partidarios de la dictadura del proletariado) y los ex comunistas (defensores de la democracia representativa). Aunque la quiebra de la Unión Soviética confiera hoy un carácter estrambótico al pronóstico, la exagerada profecía del escritor italiano tuvo sentido durante buena parte del siglo XX, dominado por la Revolución de Octubre, el ascenso del fascismo, la derrota militar de Hitler, el stalinismo y la guerra fría. Desde la década de los veinte, los numerosos libros escritos por ex comunistas con el propósito de contar su decepción político-moral testimoniaron la fuerza de esa polarización dramática; sin embargo, la caída del muro de Berlín resta carga política a ese tipo de memorias, que pueden ser leídas ya desde un punto de vista fundamentalmente histórico.

Así ocurre con Derrotas y esperanzas, impresionante y emotivo relato de los casi cincuenta años consagrados por Manuel Azcárate -expulsado del PCE en 1981 - a la militancia revolucionaria. Algunos ex comunistas reflexionan sobre el pasado para asumir sus responsabilidades y. para comprender la compleja textura de las motivaciones humanas y los contradictorios efectos de las acciones sociales; otros, en cambio, extreman la benevolencia hacia. sus vanidosos egos: ingresaron y salieron del partido por móviles igualmente nobles, su etapa de militancia constituyó un período de extravío del que no son responsables y cuya culpa corresponde a la madrastra de Blancanieves o monstruos equivalentes, ellos fueron siempre víctimas y nunca verdugos, el momento correcto de abandonar el PCE coincide exactamente con la fecha de su expulsión o su baja. Manuel Azcárate realiza un severo trabajo de duelo -como antes hicieran Fernando Claudín y Jorge Semprún- para narrar su entrega a un proyecto de transformación del mundo que acabó engendrando consecuencias contrarias al programa liberador de la ideología marxista.

Las relaciones de los ex-comunistas con su pasado resultan casi tan diversas como las sedes de sus nuevas lealtades. Durante el periodo de enteguerras, los militantes desengañados que no se refugiaron en la vida privada se esparcieron por todo el espectro político; incluso el fascismo les sirvió de puerto de refugio: Jacques Doriot, dirigente del PC francés, terminó fundando una organización colaboracionista con los ocupantes nazis. El paso del tiempo no ha modificado esa versatilidad: en la España democrática, la militancia ex comunista se ha encauzado fundamentalmente a través del PSOE pero también se ha dirigido hacia el centrismo, el PP, el nacionalismo moderado, la izquierda radical e incluso el neofascismo.

El lado oscuro de la historia del PCE, desde la represión del POUM hasta las apologías de Stalin, no anula la entrega o el heroísmo de buen número de militantes comunistas en sus combates antifascístas y en su oposición al franquismo. Sin embargo, bastantes protagonistas de aquella dura etapa, reivindicada por la actual dirección del PCE como su principal carta de legitimación democrática, abandonaron hace tiempo la disciplina comunista; así, el legado construido por gentes como Manuel Azcárate es monopolizado ahora por unos líderes que niegan derechos morales, sobre ese capital simbólico a los ex militantes que lo acumularon. No sólo los empresarios requisan -según la teoría marxista- el trabajo no pagado de los asalariados; los dirigentes de un partido también pueden apropiarse de la plusvalía política de sus afiliados actuales o pasados. No terminan aquí las contradicciones: los medios ultraconservadores que injuriaban a los comunistas cuando combatían a la dictadura franquista cubren ahora de elogios a los dirigentes del PCE y de IU por su oposición frontal a un Gobierno socialista elegido libremente en las urnas.

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