Cartas al director

De milagro

Tres españoles nos dirigimos a Puerto Viejo, en la costa del Caribe, en un automóvil alquilado, como así lo proclamaban sus múltiples pegatinas. En la solitaria carretera, un automóvil de potentes faros halógenos pasó en dirección contraria. Al cabo de unos minutos nos adelantó y se detuvo bloqueando el paso en un estrecho puente con las luces de avería. Nosotros nos detuvimos a unas decenas de metros; al ver que nos acercábamos, el vehículo saltó el puente y dando la vuelta quedó detenido en uno de los márgenes de la carretera, y del vehículo descendió un individuo que se dirigió a unos mator...

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Tres españoles nos dirigimos a Puerto Viejo, en la costa del Caribe, en un automóvil alquilado, como así lo proclamaban sus múltiples pegatinas. En la solitaria carretera, un automóvil de potentes faros halógenos pasó en dirección contraria. Al cabo de unos minutos nos adelantó y se detuvo bloqueando el paso en un estrecho puente con las luces de avería. Nosotros nos detuvimos a unas decenas de metros; al ver que nos acercábamos, el vehículo saltó el puente y dando la vuelta quedó detenido en uno de los márgenes de la carretera, y del vehículo descendió un individuo que se dirigió a unos matorrales próximos en ademán viratorio. Viendo el paso expedito, avanzamos, y en el momento que lo superábamos oímos una detonación seguida de otras dos. La luneta trasera quedó cuarteada, pero no percibimos otros daños. Aturdidos y presas de pánico aceleramos. Al cabo de unos segundos, el neumático delantero izquierdo se deshinchó por completo, dejandonos prácticamente inmovilizados. Desesperadamente buscamos alguna casa, temiendo que los desconocidos quisieran rematar su trabajo. En el primer camino que daba a una casa iluminada nos desviamos, observando ansiosamente el retrovisor. El edificio estaba vacío. Intentamos ocultar el coche, pero no era posible, por lo que lo cubrimos con un plástico que allí se hallaba, y en ese momento percibimos una luz de linterna que nos enfocaba desde la carretera, acrecentando nuestro temor, por lo que tomamos la documentación y nos adentramos por unos altos carrizos detrás de la casa, sin acabar de creernos lo que nos estaba ocurriendo. Permanecimos acurrucados bajo unas bananeras en silencio, empapados de sudor y desamparo. Uno de nosotros, José Luis, decidió buscar ayuda y, rodeando la casa, salió a la carretera. Desde allí observó a unos individuos merodeando en tomo al coche. Tras intentar detener un vehículo sin éxito, se dirigió hacia la casa más cercana para pedir ayuda. Allí le informaron de que la policía ya había llegado, pues la casa a la que nos dirigimos era una emisora de onda corta de la Red Mundial. Adventista, y su vigilante, al vernos, había dado aviso.Avisados por nuestro amigo, salimos de nuestro escondite con la sensación de haber vuelto a nacer. Al llegar al coche comprobamos que habíamos recibido dos impactos en el borde del marco de la puerta trasera, presuntamente dirigidos al conductor. Cambiamos la rueda y fuimos instados por los agentes a prestar declaración a la mañana siguiente.

Posteriormente, entre las bolsas hallamos una bala de calibre 38 milímetros. Tanto las dependencias como los medios de policía eran inexistentes. Posteriormente presentamos denuncia en la Oficina de Investigación Judicial de la ciudad más próxima (Puerto Limón), donde la historia fue escuchada más con curiosidad personal que por interés resolutorio.

Costa Rica, pura vida, pero de milagro.-

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