Tribuna:

Un cuento

Estaba comenzando a amanecer cuando me despertó el ruido de una moto en la calle; pasó por debajo de la ventana y giró a la derecha para coger la avenida. El ruido se convirtió en un zumbido y desapareció a la altura del mercado. Yo la seguí imaginariamente y la vi estrellarse de forma imaginaria contra la esquina del ambulatorio. Después me dormí hasta que sonó el despertador. Por la mañana, había una moto destrozada y una mancha de sangre en la pared del ambulatorio. Un grupo de gente comentaba que se había matado al amanecer un motorista.Como llegaba un poco retrasado a la oficina, deseé qu...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

Estaba comenzando a amanecer cuando me despertó el ruido de una moto en la calle; pasó por debajo de la ventana y giró a la derecha para coger la avenida. El ruido se convirtió en un zumbido y desapareció a la altura del mercado. Yo la seguí imaginariamente y la vi estrellarse de forma imaginaria contra la esquina del ambulatorio. Después me dormí hasta que sonó el despertador. Por la mañana, había una moto destrozada y una mancha de sangre en la pared del ambulatorio. Un grupo de gente comentaba que se había matado al amanecer un motorista.Como llegaba un poco retrasado a la oficina, deseé que mi jefe estuviera muerto para no tener que pelearme con él, era un imbécil. Además, me gustaban las motos, de manera que imaginé que el motorista muerto era él. Así que estaba me tiendo mi ficha en el reloj, cuando vi salir a mis compañeros con cara de circunstancia: se dirigían al tanatorio para dar el pésame a la familia de mi jefe. Fui con ellos y nos en contramos al director general; deseé que se acercara a mí y me invitara a regresar a la oficina en su coche. Su cedió. Le expliqué que el departa mento estaba hecho un desastre, critiqué los métodos del fallecido, y le sugerí que me concediera una entre vista para ponerle al día. Lejos de citarme, mandó al chófer que se de tuviera y me invitó a bajar, aunque aún no habíamos llegado. Perdí de vista el coche cuando giró por el edificio de la Audiencia, pero lo seguí imaginariamente unos metros más y al poco hice que se estrellara imaginariamente contra el monolito de la Libertad. Corrí en esa dirección para ver los cadáveres, pero no ha bía ningún coche estrellado. Comprendí que había entrado en una mala racha y deseé que me cayera encima una cornisa, pero la buena suerte se había terminado, así que llegué vivo a la oficina y aquí estoy, haciendo las tonterías de siempre.

Sobre la firma

Archivado En