Tribuna:

El sol en el jardín

Recuerdo que tuve 18 años, y que cierta. noche bajé las escaleras de un local de la calle de Jardines, y escuché un son divino, alegre y dadivoso... "Si no fuera por Emiliana / nos quedaríamos con la gana... / de tomar café...". Y hay que ver las ganas de tomar café que siempre tenemos. Faltaba entonces un año para el óbito de don Francisco y de las Cortes orgánicas. Todavía aquel año de mi existencia no era tan corriente fumarse en grupo algún canuto por las obras abandonadas del barrio, en alguna esquina refugio de tantas quimeras inalcanzables, también irreemplazables. Ya sonaba por estos p...

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Recuerdo que tuve 18 años, y que cierta. noche bajé las escaleras de un local de la calle de Jardines, y escuché un son divino, alegre y dadivoso... "Si no fuera por Emiliana / nos quedaríamos con la gana... / de tomar café...". Y hay que ver las ganas de tomar café que siempre tenemos. Faltaba entonces un año para el óbito de don Francisco y de las Cortes orgánicas. Todavía aquel año de mi existencia no era tan corriente fumarse en grupo algún canuto por las obras abandonadas del barrio, en alguna esquina refugio de tantas quimeras inalcanzables, también irreemplazables. Ya sonaba por estos pagos, a los no iniciados, aquello de sé realista, pide lo imposible. Eran muchas más cosas, hechos y sucesos, cuando se podía oír, en la calle de Jardines, música suramericana en vivo.Allí sabíamos de las hermosas canciones de Eduardo Falú, Alfredo Zitarrosa, Atahualpa Yupanqui, y sentíamos la entrañable transparencia del Che, su querida presencia. Era bajar las escaleras del local de Jardines y saber de una música que fue preludio de tantos recitales al aire libre. Entre ellos, el Festival de los Pueblos Ibéricos, en la Autónoma: primavera de 1976.

Pero llegó la transición democrática, y nació la movida, aleluya, de la que en la actualidad apenas se distinguen sus huellas de humo rutilante. Aunque, eso sí, mientras la movida duró lo pasamos bien..

Aquel lugar de la calle de Jardines, en el que se escuchaba música suramericana en vivo, se transformó en la discoteca El Sol, un sitio así como fundacional de todo aquel tinglado. Local en el que se dejaron ver todos los modernos del planeta, gente de la farándula y de las *artes plásticas, curiosos inasequibles al desmayo y cruel desaliento, y suculentas rubias puras y relucientes, en cinemascope o con la cara lavada, y morenas sinuosas. Un Madrid chispeante loco por seducir o viceversa, fuese Carnaval o la baja madrugada del jueves.

Fue un tiempo en el que encontrar un taxi en el distrito Centro, en la madrugada de los fines de semana, era cuestión de suerte, de nada te servía tener mil pesetas de las de entonces, si tu bolsillo era tan afortunado a tales horas. Un entonces en el que la noche no era tan dura de transitar a través de tus dos solitarias piernas, ni tan difíil.

La discoteca El Sol sigue ahí, con otro lustre, y hay actuaciones en directo, copas, y la noche sigue burbujeando. Los fines (le semana en Madrid continúan bullendo en su marmita loca y soñadora. Han aparecido nuevos locales o bailongos, mejores o peores, de diseño último ingenio o de formas posmodernillas en rebaja. Han ocurrido tantas cosas, sucesos e historias, desde lo de la movida hasta el presente 1994, que marea hasta el escribirlo: el sida, la caída del telón de acero, la guerra del Golfo...

Porque para eso está la historia, el universo mundo, aceras y calles, para darles marcha y desgastar ese asfalto y adoquines, debajo de los cuales se decíaue había una playa. A lo mejor llegan los jóvenes, esos a quienes tienen preparados los contratos basura por estos pagos -tengamos fe-, reaccionan con buena marcha y mejor sentido.. y ponen en pie una nueva movida. Una forma diferente por fresca de divertirse y explicarse la vida. Y vuelven a El Sol y reluce el jardín. En ese bolinche o en otro. Pues lo que de verdad interesa es que el Zoo se anime, vibre, y sea posible soñar con todas las hermosas utopías necesarias.

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