Editorial:

Infancia maltratada

HASTA No hace mucho tiempo, el Reino Unido era el país de referencia siempre que se hablaba de maltratos a los niños. Pero las estadísticas, la información y el conocimiento han hecho aflorar una realidad que no es privativa de ningún país en especial. En todos existe un caldo de cultivo social que hace del menor una víctima propiciatoria no sólo de las actitudes autoritarias de los mayores; también de sus frustraciones personales y de sus humores, e incluso de sus vicios.En los países subdesarrollados y del Tercer Mundo, esa relación de dominio que ejercen los adultos sobre los menores llega ...

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HASTA No hace mucho tiempo, el Reino Unido era el país de referencia siempre que se hablaba de maltratos a los niños. Pero las estadísticas, la información y el conocimiento han hecho aflorar una realidad que no es privativa de ningún país en especial. En todos existe un caldo de cultivo social que hace del menor una víctima propiciatoria no sólo de las actitudes autoritarias de los mayores; también de sus frustraciones personales y de sus humores, e incluso de sus vicios.En los países subdesarrollados y del Tercer Mundo, esa relación de dominio que ejercen los adultos sobre los menores llega a límites realmente inhumanos, desde las más viles formas de explotación económica hasta el asesinato. La descripción que hacen los organismos internacionales preocupados por los problemas de la infancia es espeluznante: niños desaparecidos, torturados, asesinados y hasta utilizados como chivos expiatorios por Gobiernos y organizaciones políticas y criminales en el marco de sus querellas y conflictos. A ello hay que añadir las más variadas formas de explotación laboral, los malos tratos familiares, el comercio sexual, la segregación racial, etcétera.

En los países ricos y desarrollados no existen esas formas tan extremas de explotación y de ensañamiento contra el menor del estilo de la que soportan los niños de la calle brasileña, impelidos a enfrentarse cada día a intentos deliberados contra su vida. Pero en ocasiones la conciencia social de estos países es sacudida por casos que se le parecen mucho: prostitución infantil, explotación de menores por organizaciones mendicantes en las calles de las grandes ciudades, oposición racista y xenófoba a la integración escolar de minorías étnicas y emigrantes o rechazo social de niños portadores de anticuerpos del sida.

Pero más allá de estos casos extremos, existe una violencia más sutil y cotidiana, que a veces se manifiesta en daños físicos e incluso en actuaciones de carácter delictivo, y en otras muchas más en agresiones de tipo psicológico. Los distintos informes publicados con ocasión de la celebración, ayer, del Día del Niño, centrado en la violencia sobre la infancia, muestran una situación en absoluto satisfactoria en España. Se habla de un número cada vez mayor de menores de 16 años que son víctimas de delitos y de agresiones sexuales, y se dan cifras de centenares de miles de ellos que sufren malos tratos fisicos y psíquicos cada año en sus hogares.

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Sin duda, el entorno familiar está resultando ser el lugar más vulnerable a los efectos del paro y del deterioro económico que hoy amenazan gravemente el bienestar de muchos hogares en las sociedades desarrolladas, así como a algunas de las consecuencias menos positivas de la moderna cultura audiovisual. Los expertos señalan que ambos factores se dan la mano para favorecer un clima en el que la incomunicación, las angustias provocadas por la soledad, el ensimismamiento televisivo y, llegado el caso, la violencia ejercida sobre el menor se convierten en constantes que marcan la vida familiar de cada día.

Y que, a su vez, pueden propiciar una eclosión de la propia crueldad instintiva de los niños en relación con sus pares, como lo demuestra ese fenómeno tan poco estudiado hasta ahora, pero cada vez más extendido, del maltrato sistemático entre grupos de escolares en los colegios.

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