Un entierro al precio de un piso

Las crecientes diferencias sociales en Rusia llegan hasta más allá de la muerte

Cada vez que un banquero o un mafioso muere asesinado en Moscú, una esperanza embarga a Alexandr Krugliak: quizás acaba de aparecer un nuevo cliente para su empresa. La compañía se llama Servicios Rituales y ofrece todo lo necesario para efectuar un entierro de superlujo, desde los sólidos ataúdes importados de Estados Unidos hasta la ciencia de los embalsamadores que, hasta hace poco, se consagraban a la momia de Lenin en el Mausoleo de la Plaza Roja. Los ataúdes y los vehículos fúnebres norteamericanos son el último grito en la oferta funeraria rusa, que refleja la nueva diversificación entr...

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Cada vez que un banquero o un mafioso muere asesinado en Moscú, una esperanza embarga a Alexandr Krugliak: quizás acaba de aparecer un nuevo cliente para su empresa. La compañía se llama Servicios Rituales y ofrece todo lo necesario para efectuar un entierro de superlujo, desde los sólidos ataúdes importados de Estados Unidos hasta la ciencia de los embalsamadores que, hasta hace poco, se consagraban a la momia de Lenin en el Mausoleo de la Plaza Roja. Los ataúdes y los vehículos fúnebres norteamericanos son el último grito en la oferta funeraria rusa, que refleja la nueva diversificación entre pobres y ricos. "Sólo trabajamos con material importado", dice un empleado de Servicios Rituales, una sociedad anónima anglo-rusa constituida sobre la infraestructura municipal de pompas fúnebres de Moscú.Los precios de los ataúdes varían desde 8.700 dólares (1,2 millones de pesetas) por un modelo sencillo hasta 17.200 dólares por un diseño de cerezo rojo. A eso hay que añadir el transporte, en una de las 10 limusinas de ímportación a 100 dólares la hora, y las coronas de flores artificiales, que cuestan entre 300 y 400 dólares. El precio de un entierro equivale así, como mínimo, a comprarse un coche nuevo o, como máximo, a adquirir un piso de dos habitaciones en Moscú.

Aunque el sueldo medio de los rusos no llega a los 100 dólares (menos de 14.000 pesetas) al mes, hay una clientela cada vez más abundante para estos servicios, que contrastan con los deprimentes trámites funerarios habituales en Rusia. De las 300 o 350 personas que cada día fallecen en Moscú, dos o tres son atendidas ya por Servicios Rituales.

Los agentes que la empresa tiene en todas las clínicas de la capital detectan a los muertos adinerados e informan a sus familiares de la oferta de entierros dignos, sin ataúd de cartón piedra y sin tener que repartir botellas de vodka entre los sepultureros. Desde su fundación en agosto de 1993, la empresa ha tenido unos 700 clientes, entre ellos famosos actores, hombres de negocios y banqueros. Entre estos últimos estuvo Nikolái Lijachov, el director uno de los 10 primeros bancos de Rusia que fue asesinado en diciembre de 1993 en el portal de su domicilio.

"No nos interesa la profesión del finado", señala un directivo de la empresa, que enseña la mercancía en una confortable sala provista de un vídeo para los clientes: jóvenes de aspecto sobrio y limpio (a diferencia de los desalifiados sepultureros rusos) hacen bajar el ataúd en la fosa mediante un mecanismo automático que evita el desplome macabro del descenso manual. El directivo de Servicios Rituales subraya la colaboración de su empresa con el Instituto de Problemas Médicos y Biológicos, que se ha dedicado a la conservación del cadáver de Lenin. Gracias a ellos han podido incluso reconstruir para la despedida final rostros desfigurados por un tiro de escopeta, con ayuda, eso sí, de prótesis norteamericanas. "En Moscú es muy dificil encontrar un ojo de vidrio bien hecho", señala el directivo. "Por una cantidad de 250.000 a 300.000 dólares, le ofrecemos una tecnología muy moderna que le permitirá tener al ser querido en su casa eternamente, incluso al aire libre, o en la vitrina si quiere", concluye. Los temores a que la mercancía fuera robada no se han confirmado, señala, debido a los esfuerzos que costaría desenterrarla, y también gracias a la "cooperación" de los sepultureros de Moscú, que se ganan un sueldecillo extra revendiendo las flores artificiales de las coronas de importación.

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